CORONAVIRUS, UNA PANDEMIA MUY OPORTUNA
«Podemos estar viviendo el mayor teatro de operaciones jamás creado para elevar el grado de sumisión y obediencia apelando al miedo-pánico, a fin de reorganizar los mecanismos represivos y coercitivos».
La radiografía del momento son hospitales colapsados, personal sanitario exhausto y un sistema de salud pública resquebrajado por las privatizaciones. El Covid-19 destapa las vergüenzas de una gestión destinada a transformar la medicina en un gran negocio para empresarios ávidos de ganancias. Como suele ocurrir en estos casos, la iniciativa privada se frota las manos. Cualquier circunstancia es buena para hacer caja. Así, juegan con el miedo mientras ven aumentar sus beneficios. Han llegado a cobrar 300 euros por las pruebas del Covid-19. Su costo normal no supera los 25 euros. Son los empresarios quienes piden exenciones de impuestos, rebajas en el IVA, facilitar despidos y recibir ayudas para paliar la crisis abierta por la pandemia.
El Covid-19 es una buena excusa para especular. Dejar de ganar no es lo mismo que perder. Si lo valoramos en coyuntura, es una parálisis efecto de una situación extraordinaria. El cierre temporal puede no tener incidencia en el cuadro anual de resultados. Así lo hizo saber el ex ministro de Industria, Comercio y Turismo del PSOE (2008-2011) Miguel Sebastián: “Las parálisis económicas no tienen por qué ser una crisis económica… es un paréntesis… la clave (es) que no duren mucho… puede ser un mes o menos, y luego recuperar la actividad”.
Mientras tanto, la población es sometida a medidas que desatan la histeria colectiva y cuyo objetivo es frenar la acción del virus. El llamado a no salir de las casas deja un paisaje de ciudades semidesiertas. El gobierno y las autoridades solicitan comprensión y responsabilidad a los ciudadanos, la que ellos no tuvieron cuando firmaron los decretos de privatización, el despido de personal auxiliar y la amortización de médicos especialistas motivada por jubilación. Han sido cientas las plazas perdidas, lo cual ha dejado un sistema de salud en mínimos, disminuyendo el número de camas, los servicios especializados y de urgencias. En 2012, el Servicio Madrileño de Salud tenía 15 mil 531 camas funcionando, en 2018 eran 12 mil 565. Todos los inviernos la gripe común satura las áreas de urgencias de los hospitales públicos, pero no se hace nada, sólo ocultar los déficits.
Este año se suman los afectados por el virus Covid-19. La rapidez con la cual se expande en pacientes con patologías crónicas supone la imposibilidad material de gestionarlo hospitalariamente. Entender la salud como un negocio tiene consecuencias. No resulta extraño que en medio de la caída de valores en la bolsa, dos compañías farmacéuticas que trabajan en una vacuna, la anglofrancesa Novacyt y la estadunidense Aytu BioScience, vean subir su cotización. La primera, en 600 por ciento, y la segunda, en 80 por ciento. Nada sobre los avances del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de Cuba, donde los cuatro pacientes italianos en la isla han sido tratados con el nuevo antiviral interferón alfa 2B recombinante (IFNrec), elaborado en la planta mixta cubano-china desde enero en la localidad de Changchún, provincia de Jilin.
Si el virus y su tratamiento son un problema que desconcierta a la comunidad científica (¿nuevo, una mutación, llegó para quedarse?), aconsejar el aislamiento total y evitar contacto humano para frenar su propagación resulta, al menos, sospechoso. Algo no cuadra. Podemos estar viviendo el mayor teatro de operaciones jamás creado para elevar el grado de sumisión y obediencia apelando al miedo-pánico, a fin de reorganizar los mecanismos represivos y coercitivos. Una visión primaria, pero efectiva. Ante una amenaza que se expande, cerrar ciudades, suspender la actividad comercial salvo alimentación, quioscos de prensa, estancos y farmacias, estaría justificado. El relato no puede ser más maniqueo. Es el momento de obedecer sin rechistar. Será cuestión de meses encontrar el antídoto. Así se consolida el comportamiento socialconformista, cuyo rasgo característico es la adopción de conductas inhibitorias de la conciencia en el proceso de construcción de la realidad. Se presenta como un rechazo a cualquier tipo de actitud que suponga enfrentarse al poder constituido. El conformismo social es asumido y presentado a los ojos de todos nosotros como actitud responsable. Un comportamiento que busca paralizar la acción colectiva y desarmar el pensamiento crítico. La guerra neocortical ha comenzado.
No se trata de negar, menospreciar ni buscar explicaciones en teorías conspiratorias. La realidad parece señalar que los motivos epidemiológicos para declarar una pandemia no están justificados, aunque sí desde una perspectiva política. Desde hace unos años, analistas pronostican una recesión en el interior del neoliberalismo y su fetiche, la economía de mercado. Su reacomodo requiere mayor grado de violencia, aumento de la desigualdad social, exclusión y sobrexplotación bajo un neoliberalismo militarizado. Contener las revueltas populares, desarticular los movimientos sociales y plantear un nuevo escenario se antoja necesario para evitar el colapso. Los ejemplos sobran. En Chile, Francia o Colombia, por citar tres casos, el coronavirus es una bendición. Por primera vez, si exceptuamos las dos guerras mundiales, la especie humana es sometida a una tensión donde el miedo, el control social y una información manipulada comparten el espacio. Todo aderezado con un relato sobre caos económico y las cuantiosas pérdidas. Seguramente, dentro de unos meses, las empresas habrán recuperado sus beneficios, las bolsas retomarán el pulso especulativo y el miedo-pánico desaparecerá. La factura, como de costumbre, la pagarán las clases trabajadoras.
Fuente: La Jornada