SANARE MÁGICA Y LOCA. SANARE INSURGENTE

Por Raúl García Sánchez | Vocesenlucha

«Sanare condensa como ninguna otra realidad que pueda imaginar la síntesis creativa entre lo internacional, lo nacional y lo local».

Valera, Venezuela | 22 de agosto de 2023

He esquivado varias veces este momento. Ayer mismo pensé en abordar la hoja en blanco pero me dije “mañana será mejor día”. En este minuto de un martes de agosto, bajo el calor tórrido de Valera, y tras un día largo, pienso que no puedo seguir esquivando lo inevitable. Llegó el tiempo de incluir en estos sentires a Sanare.

El reto es enorme. El temor, justificado. Cómo escribir sobre un pueblo ubicado en las estribaciones de los Andes donde habitan las zaragozas y las máscaras, los duendes y caimanes con barba, las niñas y mujeres luciérnagas, los niños y hombres cocuyo. Cómo hacerle honor a los seres mitológicos vivientes que deambulan en ese territorio mágico y sus verdeazules alrededores, las montañas que arropan y cobijan como nutrido cuerpo su esqueleto de calles. Porque Sanare no sería Sanare sin sus montes. Como tampoco sería Sanare sin la cuerda de locos que caminan esas calles y surcan esos montes. Cómo encontrar palabras a la altura de personajes de la talla del Caimán o de Renato -a quienes nunca conocimos-, de los Morochos Escalona, de Gaudi y las mujeres de Moncar, de Fransuly y la señora Gabriela de la emblemática 8 de marzo, de Xiomara, Dinoskar, Rosa Elena, Rebeca, Lila, Palmira, de Honorio y Mario Dam, del Chino, Teófilo, Cachimbo, Gregorio… y muchos otros a quienes sí tenemos el honor de conocer, que ya forman parte de nuestro universo sanareño.

Hace como 25 años vi una película argentina que no he logrado volver a encontrar. Recuerdo su título, “El viento se llevó lo que”. No, no es el clásico “Lo que el viento se llevó”, sino “El viento se llevó lo que”, título loco que preludia la locura de esta comedia. No recuerdo los detalles, sí el argumento general. Era una especie de cuento sobre un pueblo aislado en la Patagonia, algo así como el último pueblo al sur de la Argentina. Sus habitantes eran muy apasionados y cuidadosos con su pequeño cine. Las películas viejas, su único contacto habitual con el exterior. Pero había un problema. En el cine analógico de la época, los rollos de película habían pasado durante años por todos los otros pueblos del país y las recibían rotas y mezcladas, con cientos de remiendos y cortes. En resumen, las obras llegaban al pueblo desordenadas, como si un montador delirante las agarrara y las volviera a armar con un orden diferente y sin sentido. El resultado no tenía orden ni concierto. Lo más interesante es que el pueblo tampoco. El efecto de esas películas caóticas en la vida de aquel lugar era tal que todos sus habitantes se comportaban de manera caótica y desordenada. Si las películas eran una locura ficcionada, el pueblo reproducía esa locura en la vida real.

Sanare, como aquel pueblo de la Patagonia, también es un pueblo loco, o más bien, un pueblo lleno de locos. Sin embargo, los motivos son bien distintos, más bien antagónicos. “El viento se llevó lo que” es tremendamente divertida, pero tiene la debilidad de mostrar una visión unidireccional y determinista del proceso de comunicación, que deja una interesante reflexión sobre sus efectos pero muy poca esperanza en las posibles resistencias. Precisamente ahí, en las resistencias, es donde reside la locura de Sanare. En muchos aspectos, Sanare pareciera haberse detenido en el tiempo, resistiéndose a las nuevas influencias culturales. Sanare es la mejor expresión de lo que en la comunicación crítica y popular se llama “procesos de recepción”, que aluden a las respuestas insurgentes de los receptores, donde en dialéctica con los efectos perversos de los aparatos de dominación de la conciencia, se desatan resistencias a la cultura hegemónica. En los tiempos de la cibernética y el capitalismo digital, pocos territorios pueden aglutinar a tantos artistas, artesanos, músicos, cuenteros, poetas y educadores populares en tan reducido espacio. De haber un concurso, pienso que Sanare se ganaría el premio a la densidad de locos geniales por kilómetro cuadrado. Esos locos imprescindibles han logrado resistir a la maquinaria implacable de la industria cultural, también en su versión digital 2.0.

Cuentan en el pueblo que en una ocasión al Morocho Catire le regalaron un teléfono móvil. Al día siguiente, se había olvidado del teléfono que reposaba en su bolsillo, cuando recibe una llamada y aquel artefacto se pone a vibrar y el morocho a dar brincos tratándose de arrancar ese bicho extraño que se le había metido en el pantalón, acabando el bicho tecnológico estampado contra el piso. Conversando con el Morocho, uno descubre que la historia no es tan así, y que la imaginación sanareña le puso fantasía al relato. Pero lo cierto es que a día de hoy, ninguno de esos morochos caminantes y contadores de historias y décimas, tiene teléfono. Si uno quiere conversar con ellos, no hay que buscarlos, tan solo caminar las calles y montes de Sanare, y esos duendes se aparecen en cualquier lugar, donde menos te lo esperes.

Pero donde más fácil es encontrarse a toda esa “cuerda de locos” geniales es en la biblioteca de Sanare. La Biblioteca Renato Agagliate es un mágico epicentro cultural donde arriban las «maestras y maestros pueblo», expresión extendida en Venezuela nacida de la creatividad sanareña precisamente de los Morochos Escalona. En esa biblioteca las niñas y niños aprenden poesía y cuentos, Honorio Dam y su equipo siguen conspirando sobre educación y formación rural, Rebeca despliega sus tardes poéticas… y hasta se aprende a bailar Tamunangue o a hacer máscaras de la Zaragoza.

En una reunión en esa biblioteca hace unos días, donde logramos juntar a algunos de los participantes internacionales de las Jornadas Infancias, educación y trabajo con este grupo sanareño, al gran Alejandro Cussianovich, sacerdote peruano que acompaña desde hace décadas las infancias trabajadoras organizadas, le parecía bien interesante el caso del italiano Renato Agagliate, quien decidió enraizarse en Sanare e impulsó actividades de alfabetización cultural en torno a esta biblioteca. Él también es responsable del extraño y original caso sanareño. No son pocos los factores que conforman este admirable acumulado histórico cultural. En una entrevista en esos días a Alejandro Cussianovich, nos contaba que en lo local se expresa también lo nacional y lo internacional. Simbolismos de la vida, nos compartía esto en Sanare, que pienso es la mejor expresión de ese ejemplo.

Sanare condensa como ninguna otra realidad que pueda imaginar la síntesis creativa entre lo internacional, lo nacional y lo local. Síntesis entre expresiones culturales imposibles de resumir y aglutinar, que se remontan a mucho más de 500 años atrás. Síntesis entre pueblos indígenas, pueblos negros africanos y pueblos de la Península ibérica. Síntesis también entre lo mejor de Europa, “la otra Europa”, como dicen los Morochos, no solo con personajes como Renato, sino de curas como Mario Grippo, influenciados por las corrientes cristianas rebeldes de la Teología de la Liberación, que impulsaron la creación de cooperativas de trabajo como la 8 de marzo en Palo Verde y Moncar en Monte Carmelo, donde las mujeres son el alma del trabajo colectivo. Síntesis también de las luchas por la emancipación latinoamericanas, las de los próceres de la independencia; las resistencias culturales pero también armadas y guerrilleras, que estos montes vivieron en carne propia en los fecundos años 60 y 70. Sanare también es síntesis local de expresiones culturales venezolanas. La venezolanidad, en sí pura síntesis nacional de todas esas corrientes. Sanare es una ensalada particular de todo ese universo plural-popular de la resistencia. Sincretismo local que se manifiesta por ejemplo en expresiones artísticas como La Zaragoza, del 28 de diciembre, que funde la religiosidad católica con tradiciones paganas y elementos indígenas. Y cómo no, Sanare también sintetiza a su forma y manera la creatividad inmensa que trajo la irrupción del proceso bolivariano. El sincretismo político-popular conocido como chavismo aterrizó en el territorio engrasando los muelles articulares del caos orgánico sanareño.

Si tuviera la capacidad de declarar a Sanare Patrimonio de la Humanidad, jamás se me ocurriría siquiera proponerlo. De hacerlo, en alguna casa de esas montañas rebeldes se improvisaría una amplia asamblea para dilucidar si conviene o no semejante cosa para el territorio. Lo mejor de ese pueblo rechazaría la propuesta. Los Morochos elaborarían décimas llenas de sarcasmo, Rebeca Riera compondría una divertida canción, Lila montaría una obra de teatro con un monólogo irreverente, Xiomara Colmenares difundiría la cuestión en su programa “al derecho y al deber” de radio comunitaria Sanareña, Honorio Dam daría argumentos históricos y agrarios argumentando el rechazo, Dinoskar diría “si aceptamos estamos pal’chimó”, y pasaría la palabra a las niñas y niños organizados, el Chino mezclaría los argumentos de todos imprimiéndole nuevas líneas cruzadas al relato colectivo, Palmira haría una comparación con las abejas invasoras traídas por los españoles, Rosa Elena sonreiría amable rechazando la propuesta con café y panecillos, Mario Dam empuñaría la arcilla con sus manos videntes para moldear una obra contestataria, Gregorio gritaría su canto de guerra de gallo desplumado golpeando con manos artesanas su panza hinchada y Gaudi diría algo así como “mira, yo no me fio de esas vaaainas”. Amén, sentenciaría con voz anciana Mario Grippo.

Sanare continúa resistiéndose a los moldes y esquemas establecidos porque, como todos sus personajes y sus locos geniales, es inclasificable. Sanare es el puro caos fecundo al que tantas veces nos referimos en Venezuela. Síntesis caótico-creativa de galaxias culturales. Caos con una lógica orgánica interna que todavía no logramos comprender, pero intuimos que existe. Es parte de la clandestinidad de su resistencia. Prometemos regresar, con el cuerpo y la palabra, si las fuerzas del atrevimiento nos acompañan, al universo popular sanareño. El riesgo vale la pena. De aspirantes a astrónomos y poetas mal consejero silencio es el. Disculpen. Me volví a encontrar con aquella película patagónica.

Raúl García es maestro, antropólogo y comunicador de Vocesenlucha