Nos despedimos de Jaén en la megarotonda de los pavos. Allí nos deja Fran, con su auto recién adquirido y su poética manera de entender la vida. Mientras, allá arriba la aceituna queda sudando el aceite que regará el pan de la mañana. Zora aprieta la prensa y abraza la compañía. Emilio pastorea las cabras entre olivos. Es domingo y el cerro silva la despedida de las manos que vinieron a compartir pan, tierra, trabajo y libertad. Las nubes pasan sombreando el monocultivo de olivo que peina la provincia. Un horizonte ordenado, de vientos azules y fríos luminosos, permite la fotografía del verde olivo y los miles de lunares aceituna que posan sobre la epidermis de esta tierra. Kilos y kilos y kilos que recoger, que pesar, que moler, que destilar, que embotellar, que saborear. Kilos de pueblo, de solidaridad.
Lo llamaron Cerro Libertad pues lo ocuparon el 1 de abril de 2017 cuando Andrés Bódalo, preso político del SAT, hacía un año en la cárcel. Hoy cumplen 10 meses de entrega, construcción y esperanza. 7000 oliveras, un bosque de pino y un cortijo más deshecho que otra cosa ocupan 75 hectáreas de tierra tituladas a nombre del BBVA. Nos preguntamos cómo llega un banco a ser propietario de la tierra. Cómo con sus corbatas y sus zapatos pueden arar, podar, limpiar y recolectar.
María nos cuenta que estas tierras de aceituna llevan sin ser trabajadas cinco años. El banco las aceptó como pago de una deuda millonaria. El propietario anterior se las compró a una doña muy dueña con fines especulativos. Al no poder recalificar el terreno, el negocio soñado se hundió, y la falda de San Cristóbal con su cortijo Aguardentero fue entregada por un valor de tres millones de euros. Mientras el banco encuentra comprador, se embolsa las ayudas correspondientes a tener la tierra trabajada. El SAT lo reclama para la gente, para la construcción política, para sembrar conciencia.
Desde lo alto, se observa la ciudad. Parece una inocente maqueta hecha con las manos de los dioses. A lo lejos, la catedral se planta inmensa, representando fielmente el poder del Vaticano. Cuando atraviesas los escasos cinco kilómetros que la separan del Cerro, el ruido de la recaudación de los cinco euros que cobran por entrar escuece los oídos de Antonia que llega a su casa después de estrenarse recogiendo voluntariamente aceituna. Próxima a la catedral, la sede del BBVA nos recibe con las puertas cerradas y la ventana del cajero reclamando tarjeta.
Hacemos un par de fotos y sin demorar, anhelando esa calma rota por el ajetreo de la ciudad, subimos de nuevo al Cerro junto a un generoso Helios que comparte aventuras y conocimientos.
Y allí están todas, riendo, conversando, moliendo aceituna, extendiendo la pasta en las capachas de esparto. ¡Benditas capachas! que no mueren ni golpeadas ni aplastadas y que permiten exprimir las olivas para entregar su rendimiento.
Y la noche llega y con ella las tortillas que Hirune, Estichu y Yeray, de Errekaleor Bizirik, han preparado para cenar. Dentro, el calor humano y las ganas de compartir. Fuera, el frio aurgitano que hay que atravesar para llegar al baño seco desde donde contemplando la catedral iluminada puedes cagarte tranquilamente en ese dios tolerante y beneplácito con la opulencia de unos pocos.
Otro dios anida en las escarpadas lomas del Cerro. Una diosa pagana a la vez que espiritual, un dios popular, libertario, comunero y compañero. Una diosa con botas de jornalera, con olor a aceituna y libertad. Las lomas del Cerro empuñan con su ancestral cimiento las raíces de unos olivos de armónica geometría. ¡Ah, esos olivos! Cuántas manos jornaleras bajo el yugo del terrateniente golpearon con sus palos esos olivos. Hoy liberados y trabajados por las manos de un puñado de pueblo militante bajo la bandera del SAT. Sindicato Andaluz de Trabajadores. Poco parecido con el sindicalismo del siglo XXI, mucho con los movimientos sociales y territoriales de América Latina. La lucha por la vida. La lucha por el territorio.
“Los civiles”, esos que visten de verde pero de un verde diferente al de la esperanza, visitan de vez en cuando el Cerro. Conviene tener una buena relación. La ocupación se entiende pero si ordenan desalojar ellos serán quienes se encarguen de hacerlo. Ejecutan órdenes, ejercen la autoridad que desde arriba somete a los de abajo. Han sido formados y uniformados para no temblar. Hace pocos días vieron cómo se cogía la aceituna e identificaron a algunas jornaleras y jornaleros. Al parecer, que se caiga y se arrugue en el suelo no es delito, no es delito tener a miles de familias sin trabajar habiendo trabajo, pero sí es delito coger la aceituna de una finca que no la trabaja nadie.
Después del juicio del 23 de junio, donde hubo 19 absoluciones, 1 condena a pagar una multa de 180€ y una orden de desalojo cautelar, el juez ha dictado este mes de enero sentencia firme de desalojo de una finca y cortijo que ha acumulado en estos 10 meses miles de horas de trabajo voluntario. El juez podría haber pedido que se cumpla la ley de reforma agraria que dice que se pueden expropiar los terrenos que no se trabajan por más de dos años, pero no lo hizo. Las leyes gobiernan para quienes gobiernan, para quienes tienen y acumulan y quieren y pueden seguir acumulando. El empobrecimiento del mundo es producto del sistema, no condición natural de la humanidad.
En estos 10 meses, a esta experiencia de recuperación de tierras le ha dado para construir un pequeño mundo, con sus tristes y alegres historias, con sus hortalizas, con sus animales y hasta con sus mártires, como el Rubio, cuyos restos reposan junto al huerto debajo, cómo no, de un olivo. La correa que llevó en su vida canina ondea orgullosa en un palo que a modo de mástil y homenaje brota de la tierra. Unos metros más allá del Rubio, dos guarros a los cuales han bautizado como Rajoy y Susana caminan sobre el barro. “No se merecen tener ese nombre”, comenta Fran con sonrisa resignada. Pocos metros más acá de los cerdos, Soraya, la mamá de la familia de cabras, vigila protectora el caminar de estos intrusos. El pequeño Kiko gruñe al incombustible invitado, Mach, al que nunca le falta un palo que traernos a los pies, lo mismo si estamos en pleno vareo o en medio de una entrevista. A Kiko también lo conocen como Follindo, nombre ganado a pulso tras varios días con su cosa levantada. Cosa que, ante la alerta generalizada, sólo logró relajar un vaso de agua bien helada.
La riqueza para el jornalero, para la jornalera, está en ese varear la rama del olivo, en ese colocar el lienzo que recoge la aceituna, en ese sanear el árbol que se quiebra, en ese surcar la tierra para aprovechar el agua y no corra cerro abajo. Víctor, Guille y Curro recogen la aceituna cuidando de no perderla, por eso doblan los lienzos en las esquinas y al moverlos les hacen un “moñete”. Varean las ramas mientras entonan de vez en cuando una letra. La cámara los registra tomando testimonio de la alegría con la que sudan un jornal voluntario. Al otro lado, el trabajo internacionalista y solidario de Laura y Juls ayuda con los animales. Una decena de manos permitiendo un mañana. Una decena de manos con la convicción del sí se puede. La riqueza está en las voces que hacen desobediencia civil pacífica, que se atreven, que no agachan la cabeza, que se resisten, que se niegan a pagar dos veces lo que ya pagaron una vez.
Después de la mañana aceitunera, María invita a estos recién llegados a sentarse como unos más a la mesa compartida y jornalera. ¿Os imagináis qué pasaría si hubiera miles de Cerros Libertad? Llegaríamos miles de veces abrazados por la ternura de un Curro que viene a recogernos y contemplaríamos un camino que nos saluda ondeando los colores de la soberanía y la dignidad.
Gracias.
Más sobre la experiencia y el SAT en estos enlaces:
Sindicato Andaluz de Trabajadores
Visita a la utopía del “Cerro Libertad”
Estudios Campesinos Juan Díaz del Moral
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