LOS GESTOS DEL CHE GUEVARA EN TIEMPOS DE PANDEMIA
Por Claudia Korol
«¿Era acaso un muchacho irresponsable cuando visitaba los leprosarios y trataba sin miedo ni prejuicios a las personas que ahí sobrevivían?»
En estos días en que cada cual muestra las cicatrices en su piel y en su conciencia, fruto de batallas ganadas y perdidas, pienso que los gestos del Che están dibujados en esta Cuba que rompe las fronteras para acompañar a las personas infectadas por el Coronavirus.
No era todavía el Che, cuando trazó una ruta de viaje por los leprosarios del continente. No era el héroe romántico ni el guerrillero. Era un médico sensible dispuesto a «tocar» el dolor humano, producto de la pobreza, de la estigmatización, del aislamiento, del miedo.
En su viaje por el continente junto con Alberto Granado, conocieron y desafiaron las lógicas sanitaristas, visitando los leprosarios desde Córdoba, hasta Perú y Brasil. Buscando respuestas en sus diálogos con el médico peruano Hugo Pesce, quien le compartió desde los escritos de José Carlos Mariátegui -el comunista rebelde que cuestionó los dogmas e hizo de la pasión un lugar fundante de la revolución-, hasta sus saberes sobre la pelea cotidiana contra la lepra.
Escribió en esos años Ernesto a su padre:
«…despedida como la que nos hicieron los enfermos de la leprosería de Lima es de las que invitan a seguir adelante… Todo el cariño depende de que fuéramos sin guardapolvo ni guantes, les diéramos la mano como cualquier hijo de vecino y nos sentáramos entre ellos a charlar de cualquier cosa o jugáramos al Fútbol con ellos. Tal vez te parecerá una compadrada sin objeto, pero el beneficio psíquico que es para uno de estos enfermos tratados como animal salvaje, el hecho de que la gente los trate como seres normales es incalculable y el riesgo que se corre es extraordinariamente remoto».
Hay muchos otros textos del joven Guevara, en el que expresa su convicción de que no hay medicina verdadera que no «toque» las raíces del dolor, y que no rompa aquellas condiciones impuestas de aislamiento, cuando no tienden puentes en los que circulen de ida y de vuelta soluciones colectivas a las necesidades urgentes. No hay medicina social que no cuestione al capitalismo que se enriquece sembrando enfermedades y multiplicando la miseria.
¿Era acaso un muchacho irresponsable el joven Fuser (Furibundo Serna, como lo llamaban los amigos), cuando visitaba los leprosarios y trataba sin miedo ni prejuicios a las personas que ahí sobrevivían?
¿Era irresponsable el Che, cuando decidió unir su suerte, como dijera José Martí, a los pobres de la tierra, haciendo camino en la lucha guerrillera?
Muchos y muchas lo trataron de irresponsable, antes y después de que su figura inmensa se multiplicara en los corazones de los pueblos del mundo. A quienes lo hicieron, les respondió en su estilo irónico, en la carta de despedida a sus padres escrita en 1965: «Muchos me dirán aventurero, y lo soy, solo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades».
Che puso el pellejo, el cuerpo y el alma, para combatir el virus del capitalismo, porque sabía que su expansión y multiplicación sólo acarrearía nuevas y cada vez más peligrosas guerras, invasiones, dictaduras, epidemias, y enfermedades sociales. Su semilla generosa, quedó tatuada en la conciencia social de los pueblos.
En estos días en que cada cual muestra las cicatrices en su piel y en su conciencia, fruto de batallas ganadas y perdidas, pienso que los gestos del Che están dibujados en esta Cuba que abre sus fronteras para recibir a las personas infectadas por el corona virus que llegan en el buque inglés. Pienso que están en los médicos y médicas cubanas que viajan a Brasil, luego de que el gobierno de Bolsonaro los expulsara violentamente, sometiéndolos a humillaciones y persecución como criminales; en los y las que viajan a Madrid, a Lombardía, y a otros destinos donde la amenaza se multiplica. ¿No estarían más «seguros», no se sentirían más «cuidadas», resguardándose en la isla y cerrando sus fronteras?
Acá se pone a prueba el internacionalismo profundo de quienes sienten / viven el mundo todo como territorio, frente a los nacionalismos y localismos estrechos que levantan muros, como si los virus no lograran saltarlos.
Pienso que las huellas del Che, sus gestos, están en los muchos médicos y médicas, enfermeras/os, trabajadoras/es de la salud, que se exponen a los riesgos del cuerpo a cuerpo, pero que exigen, más que los aplausos, que se destine un presupuesto adecuado para salud, para una alimentación saludable, para garantizar la higiene en todas las casas, para resguardar las condiciones mínimas de cuidado en hospitales, salas, y en las barriadas a donde no llegan las ambulancias.
¿No alcanza el presupuesto, dicen? Hagamos el regalo colectivo que nos pidió para su cumpleaños nuestra madre de plaza de mayo, Norita Cortiñas, y decidamos de una vez no pagar la deuda externa. ¿Qué es una locura? Sí, puede ser. Las Madres siempre fueron locas. Su locura es nuestra salud mental como pueblo, es memoria contra la impunidad.
Grandes crisis. Nuevas respuestas necesarias. Algo así como exigir al estado que cesen las patrullas policiales de perseguirnos cuando salimos a atender una necesidad básica, y que destinen los medios y recursos para que lleguen la salud y la alimentación hasta los lugares distantes. Agua para los wichi. Libertad para lxs presos y presas políticxs. Cuidado a quienes sobreviven en lugares de detención.
Exigir al estado y al mismo tiempo, construir autonomía. Pienso que las huellas del Che están multiplicándose en las y los activistas de los movimientos populares que hoy organizan la llegada de comida, de elementos de higiene, de atención y cuidado para quienes están en necesario aislamiento. Guerrilleras y guerrilleros de la salud -también de la salud mental- dando la mano a los leprosos, a las leprosas, a quienes están infectados/as de miedo, de vergüenza, de hambre, de desesperanza. Guerrillas populares del abrazo, del cuidado, de la rebelión intransigente frente a la militarización estatal de todas las dimensiones de la vida.
Hablo de las feministas comunitarias, populares, de las socorristas, haciendo puentes de soledad a soledad. Hablo de las mujeres que cuidan los merenderos y comedores populares, buscando los modos de seguir llegando con el alimento a quienes sobreviven cada día. Hablo de la multiplicación de la memoria de resistencia, inundando y desbordando las redes sociales, para que lxs 30000 sepan que aquí estamos, como siempre, construyendo plazas en las casas si es necesario, guevariando la historia para que las revoluciones no desmayen. Para que sepan que ni ayer ni hoy, los dejaremos a la intemperie. Que repetiremos los gestos, hasta que ningún virus tenga coronita. Hasta la victoria colectiva, contra la soledad.
Fuente: Resumen Latinoamericano