«Crear «arcos de inestabilidad» mediante guerras híbridas alrededor de competidores geopolíticos, pareciera ser la hoja de ruta. Se habla de «guerras tácticas», que no buscan una resolución definitiva (como una victoria estratégica) sino una prolongación del conflicto en el tiempo».

20 de diciembre de 2024 | Fuente: La Tizza

La caída

Asia occidental y Ucrania son los dos grandes vectores de guerra en la disputa por un nuevo ordenamiento global. Estos dos vectores acaban de confluir en la caída de Siria, donde el hegemón imperial logró una victoria estratégica sobre el Eje de la Resistencia. Sin duda, ello implica una reconfiguración del mapa de Asia occidental.

Con una ofensiva relámpago de diez días — un blitzkrieg[1]— las hordas yihadistas de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), junto con las fuerzas del Ejército Libre Sirio (ELS) — grupos proxy apoyados por Turquía, los Estados Unidos, Israel y Catar— lograron derrocar al gobierno de Bashar Al-Assad.

Ha sido una gran maniobra de cambio de régimen que llevaba trece años cocinándose a fuego lento.

Fue así como el 29 de noviembre, a solo dos días de iniciarse el cese de fuego entre Israel y Hezbollá, se reactivó la guerra en Siria.

Hayat Tahrir al-Sham (HTS), anteriormente Frente Al-Nusra (una franquicia de Al-Qaeda y del Estado Islámico), agrupa a 37 grupos terroristas. No constituye una entidad cohesionada sino, más bien, una coalición de grupos con diferentes ideologías, afiliaciones y objetivos políticos, con historia de luchas sectarias entre ellas, cuyo único punto de unidad era la caída del gobierno de Bashar Al-Assad.

HTS llevaba años reorganizándose silenciosamente en Idlib con el apoyo de los servicios de Inteligencia de Turquía (MIT), los Estados Unidos (CIA), Gran Bretaña (MI6) y el Mossad de Israel, facilitado por el acuerdo de 2020 relacionado con el «congelamiento» de la guerra.

Los extremistas lanzaron una ofensiva que recorrió de norte a sur. Comenzó en Alepo, la segunda ciudad más grande y eje económico de Siria, y se extendió rápidamente por las provincias, incluido el resto de Idlib, Hama, Daraa, Suwayda, Homs y, por último, Damasco. Hasta que, el domingo 8 de diciembre, los yihadistas de HTS tomaron la capital y el gobierno de la República Árabe Siria de Bashar Al Assad — uno de los últimos estados seculares de Asia occidental— cayó. Hoy día, en Damasco ondea la bandera negra del Estado Islámico.

Intentando comprender la caída

La rapidez del colapso del Ejército Árabe Sirio (EAS) y de la caída del gobierno sirio deja muchas incógnitas, pues el escenario es aún borroso y los hechos todavía no están claros.

Lo cierto es que el colapso final de Siria no se produjo tras una guerra relámpago de 10 días, sino tras 13 años de guerra y desgaste. Se conjugaron múltiples factores: la fatiga por una guerra larga, casi 14 años de sanciones, la destrucción de la economía, sobornos a altos mandos militares, la falta de motivación del Ejército Árabe Sirio (EAS) y la persistente injerencia extranjera de los Estados Unidos, la OTAN, Israel y Turquía.

Ante ese panorama, el blitzkrieg yihadista, que fue meticulosamente planificado, encontró excelentes condiciones para avanzar a alta velocidad. Se empleó armamento ligero, suministrado por Catar, y armamento pesado, proporcionado por Ucrania. Hasta contaban con una brigada de tanques. Los turcos, los estadounidenses y los británicos ayudaron a equiparlo con tecnología de los drones. Incluso, consiguieron que algunos nazis ucranianos les ayudaran a entrenarse en el uso de drones kamikaze FPV.

La moral de las defensas sirias ya estaba baja, pues el salario del soldado raso era de $7 USD por mes mientras que Occidente le paga $2000USD/mes por el alquiler de cada yihadista. El AES se desmoronó a una velocidad abrumadora y el extremismo salafista avanzó por el país con poca o nula resistencia. Al parecer, Alepo fue tomada sin haberse disparado un solo tiro. En pocas instancias el EAS recibió órdenes de entablar combate con el enemigo; se habla de miles de soldados deponiendo sus armas, otros cambiando de bando.

En la primera guerra de Siria (2011–2020) el terrorismo yihadista, patrocinado por los Estados Unidos, fue frenado por la intervención de Rusia, Irán y Hezbollá. Pero los proxys de Occidente no fueron derrotados definitivamente, y pudieron reagruparse en Idlib.

En 2020 el conflicto sirio se «congeló», como parte de un acuerdo entre Siria, Rusia y Turquía. Con este acuerdo, cada una de las partes se retiraría a su respectivo rincón. Decenas de miles de yihadistas fueron permitidos a «concentrarse» en Idlib, muchos de ellos confinados a prisiones bajo custodia de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), un grupo de oposición al gobierno de Damasco dominado por las milicias kurdas (YPG y YPJ). Curiosamente, en julio del 2024 las FDS liberaron a miles de esos miembros del Estado Islámico como parte de un supuesto «acuerdo de amnistía», muy conveniente para la resurrección del yihadismo terrorista. En retrospectiva, haber permitido que el Estado Islámico se reorganizara y realizar un rebranding como HTS puede leerse como un fatídico error estratégico.

Se especula mucho — y se sabe poco— sobre las razones tras la decisión de Bashar Al-Assad de abandonar el país con su familia y huir para Rusia, pero hay algunas pistas. Assad creyó en las promesas de la OTAN — que se le comunicaron a través de los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita— de que la Liga Árabe intentaría convencer a Turquía de mantener bajo su control a los yihadistas de Hayat Tahrir al-Sham. Además, las monarquías del golfo le prometieron la normalización de relaciones de Siria con el resto del mundo árabe. Assad creyó en las promesas de sus enemigos más que en la potencia de su pueblo y los consejos de sus aliados estratégicos, Rusia e Irán.

Al creer en esas promesas de la OTAN, Assad hizo caso omiso de las advertencias de Rusia e Irán, quienes le insistieron, desde hace meses, en que desde Idlib se estaba organizando una ofensiva relámpago y que tenía que prepararse para ello. Ambos países ofrecieron apoyo logístico y militar. Irán tenía dos brigadas listas para entrar a Siria y apoyar en la defensa nacional. Sin la decisión de Assad de pelear, las manos de los aliados de Siria estaban atadas pues, sin ser invitados, Irán y Rusia estarían actuando como ejércitos de ocupación. Cuando la caída de Assad ya era inminente, le aconsejaron que negociara una «entrega y transición» del poder.

Otro gran aliado, Hezbollá, también manifestó su disposición a apoyar en la defensa. No obstante, con varios líderes y comandantes asesinados, y luego de dos meses de guerra intensa contra Israel, se encontraba debilitado, con necesidad de reagruparse y reponer sus cuadros y combatientes.

El Ejército Árabe Sirio (EAS) estaba plagado de problemas internos: escándalos de corrupción, deserción de mandos, soldados rasos que llevaban semanas o meses sin pago. La moral interna estaba por el suelo, y el EAS había perdido la voluntad de pelear. En 2018, Rusia le insistió al presidente que debería llevar a cabo una reforma profunda dentro del EAS, se ofreció para apoyar en el reentrenamiento y equipamiento. Irán hizo lo mismo, pero Assad se negó.

Puede decirse que se crearon las condiciones de una «tormenta perfecta», una ventana de oportunidad única, que el hegemón imperial (Estados Unidos-OTAN) y sus aliados estratégicos en la región (Israel-Turquía) no podían desaprovechar.

En medio de este monumental reacomodo del mapa político de Asia occidental, Israel aprovechó la oportunidad para actuar. Más de 350 ataques aéreos tuvieron como objetivo infraestructuras críticas, como bases militares, sistemas de radar, instalaciones de la fuerza aérea, cuarteles generales de inteligencia e instalaciones de investigación científica. Ni siquiera la capital, Damasco, se salvó.

Israel ha llevado a cabo más de 800 operaciones aéreas, destruyendo lo que queda de capacidades militares sirias, anexó los Altos del Golán, se tomó la montaña más alta de Siria — el Monte Hermón— y tanques israelíes se encuentran en las afueras de Damasco.

Se aplica la Doctrina del Caos Constructivo

El uso de «guerras proxys», yihadistas, mercenarios y paramilitares para debilitar las resistencias y sabotear la conformación de un emergente mundo multipolar, forma parte de la Doctrina del Caos Constructivo de Zbigniew Brzezinski.

Generar el caos como estrategia de contención de las alternativas al orden hegemónico imperialista es una de las pocas opciones que le queda al Occidente Colectivo ya que todas las guerras que ha librado las ha perdido. Al ser cada vez menos capaz de imponer su unilateralismo global, siembra caos, para que ninguno de sus competidores o adversarios lo puedan hacer tampoco.

Usar a países vecinos como «plataformas» para socavar su seguridad y su control de espacios de gran valor geoestratégico, como Eurasia y Asia occidental, forma parte vital de la lógica del caos constructivo.

La debacle de la retirada de los Estados Unidos de Afganistán en 2021, que sirvió para que el Talibán retomara el poder 20 años después de la invasión de la OTAN, no fue el resultado de «errores de Inteligencia», como lo intentó vender el gobierno de Joe Biden. Fue un plan deliberado para que Irán, el vecino inmediato de Afganistán, y que también es de la zona de influencia de Rusia, padeciera de un estado de perpetua inestabilidad. Crear «arcos de inestabilidad» mediante guerras híbridas alrededor de competidores geopolíticos, pareciera ser la hoja de ruta.

Se habla de «guerras tácticas», que no buscan una resolución definitiva (como una victoria estratégica) sino una prolongación del conflicto en el tiempo.

Consecuencias de la caída

La primera consecuencia ya se está consumando: la fragmentación o «balcanización» del territorio nacional sirio. El noroeste está bajo control de Turquía hasta Alepo; el nororiente bajo control de los Estados Unidos a través de sus propios proxys, las fuerzas kurdas; Israel ha hecho una anexión de facto de los Altos del Golán, corriéndose 15 kilómetros hacia dentro de territorio sirio y tomando control del Monte Hermón, el punto más alto en la región y de un gran valor estratégico. El interior del país será disputado entre las más de 37 facciones de bandas terroristas que conforman HTS.

Siria corre el riesgo de convertirse en una nueva Libia, un país semidestruido, dividido en feudos controlados por señores de la guerra, facciones que luchan entre ellas, pero todos al servicio de Occidente.

Una segunda consecuencia es la fragmentación del Eje de la Resistencia, pues junto con Irán, Siria era el único otro «miembro Estatal». Esto es un golpe estratégico para la resistencia, pues Siria formaba parte del corredor terrestre que conectaba Irán con el Líbano, pasando por Iraq y Siria.

Siria ha fungido como nodo logístico, de armamento y entrenamiento tanto de Hezbollá como de la resistencia palestina. Al caer Siria, estas resistencias quedan aisladas y vulnerables a bloqueos de todo tipo. Hassan Nasrallah mismo dijo: «Si cae Siria, Palestina se perderá».

La tercera consecuencia es una oxigenación para el sionismo, que había sufrido grandes desgastes en el largo año de guerra contra las resistencias palestinas y libanesas, además de ser considerado un Estado paria a escala mundial. Al acordar un cese de fuego con Hezbollá — mismo que ha violado sistemáticamente— al sionismo se le liberan las manos para lanzar su ofensiva dentro de Siria, avanzando sin resistencia, ocupando territorios y planeando nuevos asentamientos en los Altos del Golán.

Como ya se mencionó, la caída de Siria representa un golpe estratégico para el Eje de Resistencia, dificultando el apoyo logístico para las resistencias palestinas y libanesa. A su vez, la demonización mediática del gobierno de Assad le ha evitado el escrutinio moral internacional del que ha padecido por el genocidio de Palestina. Israel ha bombardeado, ocupado y anexado tierras de una nación soberana con absoluta impunidad.

Incertidumbre para el Eje de la Resistencia

El Eje de la Resistencia surge en el marco de la primera guerra de Siria (2011–2020). Actores no estatales como la Resistencia Palestina, Hezbollá del Líbano, Kata’eb Hezbollá y las Fuerzas de Movilización Popular (FMP) de Iraq y el movimiento Ansarrolá de Yemen se coordinaron con los gobiernos de Irán y Siria (los únicos dos actores estatales) para prevenir el avance del hegemón imperial y la balcanización de Asia occidental. El centro de gravedad del Eje de la Resistencia es la Fuerza Quds, la unidad de élite internacionalista del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI), también llamados «los combatientes sin fronteras».

Del otro lado de la ecuación, en la primera guerra de Siria, estaban los que el Occidente Colectivo mal llamaba «rebeldes» sirios (Estado Islámico, Frente Al-Nusra, el Consejo Nacional Sirio y el Ejército Libre Sirio, las fuerzas kurdas del norte de Siria), que recibieron financiamiento multimillonario de los Estados Unidos, Arabia Saudita, Kuwait, Catar, Turquía e Israel.

Con la Operación Diluvio Al-Aqsa del 7 octubre de 2023 el Eje de la Resistencia se reactivó, esta vez en defensa de Palestina, en contra del genocidio y en directo apoyo de su histórico proyecto de liberación nacional.

Luego de más de un año de confrontación con Israel y más de una década de confrontación con diversas fuerzas geopolíticas, el Eje de la Resistencia manifiesta desgastes y vulnerabilidades.

El Eje de la Resistencia se encuentra obligado a reagruparse, reestructurar sus rutas logísticas y llenar el vacío que ha dejado el colapso de Siria y la destrucción de todas sus capacidades militares por Israel.

Razones geopolíticas

El hegemón imperial ha librado una guerra no solamente de exterminio contra el pueblo palestino, sino por el reordenamiento de toda Asia occidental: el llamado «Proyecto por un Nuevo Oriente Medio», en el cual la fragmentación o «balcanización» de los estados grandes, como Iraq y Siria, juega un papel determinante.

Comenzó con la invasión a Iraq en 2003, pasando por la invasión-destrucción de Libia en 2011 y el inicio de la guerra de Siria en 2011. La actual guerra contra el pueblo palestino y la resistencia libanesa tiene como objetivo central expandir las fronteras de Israel, anexando Gaza, Cisjordania y el sur del Líbano. Todo ello se proyecta hacia una confrontación directa con Irán (ahora miembro pleno de los BRICS+) y, por extensión lógica, con todo el Eje de la Resistencia.

La guerra de Siria se abrió nuevamente ante una serie de fracasos político-militares en diversos frentes:

– Luego de más de un año de guerra contra la resistencia palestina, el sionismo no ha logrado sus objetivos políticos y militares;

– Luego de dos meses de guerra contra la resistencia libanesa, donde tampoco se lograron sus objetivos, y el sionismo fue obligado a acordar un cese de fuego de 60 días;

– El fracaso de la operación de Kursk y la evidente derrota del régimen de Ucrania (y la OTAN) ante Rusia;

– El Eje de la Resistencia, que no ha sido disuadido por la fuerza combinada de Israel, los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Jordania, y mantiene su apoyo incondicional por la lucha de liberación de Palestina.

En ese contexto es resucitado el terrorismo yihadista, mutado ahora en Hayat Tahrir al-Sham (HTS). Siria se volvió el principal teatro de guerra en la disputa entre el hegemón imperial y las fuerzas contrahegemónicas.

Al abrirse un nuevo frente de guerra en Siria, el Eje de la Resistencia se encuentra obligado a dislocar fuerzas de otros frentes estratégicos para frenar el avance del yihadismo en el Levante; fuerzas que ya están sobreextendidas.

Rusia es un claro ejemplo de este dilema, pues entrar nuevamente en la actual guerra del Levante le implicaría tener abiertos tres frentes simultáneos: Ucrania (el Donbass), Kursk (al interior de Rusia) y ahora Siria, desviando valiosos recursos bélicos para su enfrentamiento con la OTAN, sobreextendiéndose y aliviando la presión sobre Ucrania.

Otro trasfondo geoestratégico de la caída de Siria es la competencia entre dos proyectos de oleoducto. El primero, que Catar le propuso a Damasco en 2009, atravesaría Arabia Saudita, Jordania, Siria y hasta Turquía, con el fin de abastecer a Europa y crear una alternativa al gas ruso. Assad rechazó la propuesta después de que Doha ayudó a financiar la guerra para deponerlo. En cambio, en 2010, Damasco optó por el proyecto del Oleoducto Islámico, que recorrería desde Irán, pasando por Iraq y Siria, para ganar acceso a mercados europeos, todo con el respaldo de Rusia. Este fue uno de los principales móviles tras la primera guerra de Siria.

La estrategia del hegemón

La toma yihadista de Siria es parte del proyecto imperialista de reestructuración y reordenamiento de toda Asia occidental y central, así como África nororiental. En 2006 el coronel Ralph Peters, del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, propuso el «Proyecto del Nuevo Medio Oriente», un rediseño de toda la región sustentado en la fragmentación de grandes estados como Paquistán, Irán, Iraq, Siria y Arabia Saudita, con nuevas reparticiones territoriales reordenadas en clave étnica (chiita, sunita, kurda, persa, baluchi).

En julio de 2006, justo en medio de la Guerra de los 33 Días entre Hezbollá e Israel, la entonces secretaria de Estado, Condoleezza Rice, reunida en Praga con el primer ministro israelí, Ehud Olmert, hizo públicas las intenciones de reordenar Asia occidental para que fuera más funcional a los intereses de Occidente: «Mientras afrontamos las circunstancias actuales, debemos ser siempre conscientes de qué tipo de Oriente Medio estamos intentando construir […] Ha llegado la hora de un nuevo Oriente Medio. Es hora de decirles a quienes no quieren un Oriente Medio diferente, que nosotros prevaleceremos. Ellos no».

En ese discurso, Rice hizo referencia directa al «caos constructivo», como la estrategia para lograr los objetivos del Nuevo Medio Oriente.

El proyecto del Nuevo Medio Oriente coincide con aquello que el sionismo llama «El Proyecto de Gran Israel», el cual pasa por la expansión de las fronteras de Israel — hasta incluir partes de Egipto, Jordania, Iraq y El Líbano— y la «normalización» de relaciones con varios estados árabes (como Egipto, Jordania, Catar, Arabia Saudita, Emiratos Árabes, etc.), creando así una vasta zona de seguridad para Israel en Asia occidental.

La reciente anexión de los Altos del Golán sirios y la toma del Monte Hermón por el ejército sionista, son un claro paso en esa dirección.

Una ofensiva contra los BRICS+

Turquía se unió a los BRICS+ en la última cumbre de noviembre 2024. Es decir, un miembro de la OTAN se les corrió hacia el emergente bloque multipolar. Previo a ello, y ante la avalancha de sanciones contra Rusia, la propia Turquía y el país eslavo forjaron fuertes relaciones económicas. Hay importantes inversiones rusas en Turquía: gas, energía nuclear, importación de alimentos, y esta se convirtió en el puente clave entre Moscú y Occidente.

Siria ahora los enfrenta, pues tanto Rusia e Irán (ambos cabezas de los BRICS+), apoyan irrestrictamente al gobierno de Bashar Al Assad, mientras que Turquía está prestando logística, dando armamento y financiando una buena parte de esta nueva ofensiva yihadista. Las huellas digitales de los servicios de Inteligencia turcos (MIT) están regadas por toda la reconfiguración del Hayat Tahrir al Sham (HTS).

Aplicando la lógica de «divide y vencerás», Asia occidental se vuelve un centro de discordia al interior de los BRICS+, el bloque multipolar que más amenaza la primacía global del hegemón norteamericano. El imperialismo ya lo había logrado en noviembre, al reclutar exitosamente a Brasil como operador para bloquear la entrada de Venezuela a los BRICS+.

La resistencia es el camino

Esperar por una solución institucional de la mal llamada «comunidad internacional» ante la nueva guerra terrorista en Siria sería ilusorio; tan ilusorio como haber esperado que la comunidad internacional frenara el genocidio de Palestina. Israel ocupa ilegalmente a Siria y la comunidad internacional guarda silencio. Algunos países árabes dan tímidas declaraciones, mientras persisten en la «normalización» de relaciones con el sionismo.

La institucionalidad global liberal, surgida después de la Segunda Guerra Mundial, se ha vuelto completamente inocua y ha entrado en la bancarrota absoluta. La ONU no sirve sino para dar declaraciones, lo mismo las cortes internacionales como la CIJ y la CPI, igual el Vaticano, igual las organizaciones de Derechos Humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, e igual el rosario de foros internacionales (como la COP, el G20 y los foros económicos mundiales).

En contraste, los hechos demuestran que solo la resistencia — y no las negociaciones— ha sido capaz de crear cambios en el ordenamiento global. Las múltiples resistencias del Sur Rebelde multipolar están tributando al parto de un nuevo mundo sin hegemonías y opresiones.

La caída de Siria es un golpe casi letal para el Eje de la Resistencia, pero, bajo ninguna circunstancia se puede permitir que prevalezca en Asia occidental un ejército proxy yihadista respaldado por la OTAN, Israel y Turquía. La Resistencia Global no puede permitírselo.

Es tarea estratégica e impostergable tomar un salto cualitativo de articulación y coordinación de las resistencias globales, avanzar en la construcción de frentes antimperialistas, trascender la solidaridad de la palabra y la declaración, y pasar a la solidaridad de la acción y el fuego.

Nota:

[1] Un Blitzkrieg es un ataque sorpresa donde la fuerza militar se concentra en un punto específico con el objetivo de abrumar al enemigo.