“En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos,
pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos.” (Gandhi)
Corren tiempos difíciles para las revoluciones en el mundo. A 100 años del triunfo de la revolución rusa, que comenzó en epopeya y acabó en decepción, cabe preguntarse qué queda de las revoluciones sociales, de los intentos de superación del capitalismo y construcción de una sociedad de tipo socialista o comunista, de un mundo más justo.
A finales del siglo XX el modelo actual neoliberal sacaba pecho. Había caído el comunismo soviético, y el capitalismo se alzó como el único modelo posible. Era el “fin de las ideologías”, el “pensamiento único”, el “fin de la historia”. Globalización, llamaron a la extensión planetaria del actual modelo de profundización capitalista, el neoliberalismo, basado en la libre circulación de capital, la especulación financiera, el consumo, la desregulación y el Estado como facilitador y válvula de control social del nuevo orden, que nos prometió el cielo consumista y nos dijo que nos olvidáramos de la política. Eso era algo del pasado.
Este modelo engrasaba sus máquinas de última generación en el centro desarrollado pero sus muelles oxidados resonaban en los países periféricos. El norte nadaba en un orgasmo consumista mientras el sur miraba de reojo y con incredulidad, siempre a la zaga en el reparto del pastel. No es de extrañar por ello que a finales del siglo XX emergieran en América dos experiencias de horizonte popular avisando que el cuadro no era tan bonito como muchos lo pintaban. El alzamiento zapatista del 1 de enero de 1994, tras la firma de un tratado de libre comercio entre México, Canadá y EEUU, podría considerarse el inicio de un nuevo ciclo de luchas populares en América Latina. Ante el debilitamiento y la desorientación de la lucha trabajadora, cooptado, dividido y reducido a escombros gran parte del mundo sindical ante una nueva realidad laboral flexible y cambiante, indígenas y campesinos se organizan y muestran su rechazo al sistema capitalista neoliberal. Bebiendo entre otras fuentes de la experiencia zapatista, llega el movimiento antiglobalización. Se extienden las protestas en todo el mundo ante un sistema de creciente exclusión social. En este tiempo ocurre otro hecho insólito que marcará la agenda del futuro. Llega al poder por las urnas en Venezuela un personaje que coparía tinta y hojas de periódicos en todo el mundo. La victoria electoral de un comandante salido del ejército venezolano dejó desorientados a muchos. Pronto fue mostrando sus cartas y los sectores de la izquierda más audaces comprendieron que no se trataba de un militar al uso. Este hombre extravagante, locuaz, irreverente e ingenioso había llegado para revolucionar el poder desde las instituciones. No todos los sectores de la izquierda lo entendieron, sobre todo en el viejo continente. Demasiado anclados en las rigideces y comodidades de una Europa neoliberal a las puertas de una de las crisis más grandes de su historia, hubo efectivamente una izquierda que no se entusiasmó con Chávez. Ni hablar de la socialdemocracia, fiel vasalla del modelo neoliberal, y sus grupos de poder mediático, con grandes intereses en América Latina, para quienes la figura de Chávez se convirtió igualmente en un enemigo a batir.
Las rupturas con el modelo neoliberal siguieron llegando a América Latina con otros gobiernos llamados progresistas en Brasil, Argentina, Bolivia o Ecuador, diferentes en forma y contenido, pero que de una u otra forma, liderados indiscutiblemente por Venezuela y la orientación y apoyo de Cuba, aportaron a la creación de un bloque latinoamericano que intentaba parar los pies al neoliberalismo mediante hitos como el “No al ALCA” y mecanismos de integración como el ALBA, MERCOSUR, UNASUR o la CELAC.
La crisis internacional del capitalismo, por muchos anunciada, llegó en 2008, y el sistema “perfecto” comenzó a hacer aguas. El nuevo modelo inaugurado en Chile en el 73 con el golpe de Estado de Pinochet había dejado un saldo de desigualdad y pobreza nunca antes visto en el planeta. En eso quedó el milagro neoliberal. El Capital de Marx multiplicó sus ventas. Los peces gordos capitalistas entonaron un eventual mea culpa mientras comenzaban a tejer su nueva estrategia. El resto es conocido: medidas de austeridad, retirada de derechos sociales, continuación del proceso privatizador, profundización de la pobreza y retroceso en derechos sociales. Para librarnos del capitalismo, nada mejor que más capitalismo.
Regresemos a Latinoamérica, y detengámonos en Venezuela. Nada desorienta más a la hora de analizar el estado actual de un proceso de transformación social que ubicarse en el presente sin tener en cuenta de dónde partimos. ¿Cuál era la Venezuela de antes de Chávez? La época de la IV República, del “Pacto de Punto Fijo”, por el cual los principales partidos se turnaban el poder político al servicio todos del mismo poder económico. Ese gobierno de entonces, que es la oposición de hoy, administraba el país para una minoría social. Con garantías constitucionales inexistentes, ataque a los medios de comunicación y represión contra estudiantes y partidos políticos, Venezuela no merecía la atención de los grandes grupos de comunicación y periódicos como El País de España, para el cual hoy Venezuela es su producto estrella. Hablamos del que se conocía como el escaparate de Latinoamérica, donde la cultura estadounidense había echado raíces. El país exportador de telenovelas, el paraíso de las operaciones de cirugía estética. La opulencia exagerada. Pero había otra Venezuela, la de una mayoría pobre e invisibilizada. El pueblo venezolano ya conoció el desabastecimiento en esos años. Las causas, distintas a las de hoy: la deuda externa y las medidas de austeridad impuestas por el FMI, que planificaba la economía de Venezuela, convertida prácticamente en una colonia de EEUU, para quien supone una alianza estratégica en la región. Una burguesía parasitaria que no produce nada acostumbrada a vivir de la renta petrolera. Se exporta petróleo. Se importa casi todo. Tras 100 años de matriz petrolera exportadora, el campo se fue abandonando. Un desarrollo industrial bajísimo, con un alto número de la población dedicada a la venta ambulante o a la mendicidad. Diferencias sociales abismales, con una pobreza de casi el 50%. Barrios olvidados en cuanto a servicios médicos, educación y saneamientos básicos. En los momentos más duros, la población llega a comer comida para perros para sobrevivir. La organización social y popular, con las guerrillas quebradas, es escasa. El individualismo se impone. La ley de la selva. El sálvese quien pueda.
El primer punto de quiebre es 1989. El Caracazo. La recetas neoliberales producen una subida abismal de los precios acompañado de un descenso de los salarios. El pueblo, desesperado, sale a la calle de manera improvisada. La represión es brutal. Alrededor de 3500 muertos.
Este es el mapa en el cual Chávez se propone ensayar una revolución. Cuando en todo el planeta prevalece la certeza de que el comunismo y el socialismo ya no tienen razón de ser, que fracasaron, este loco genial tiene la osadía de hablar de socialismo. Cuando la socialdemocracia ha pervertido esa palabra reduciéndola a la nada, él le devuelve su contenido popular, transformador, anticapitalista. La Revolución Bolivariana. El socialismo del siglo XXI.
En los primeros momentos de su victoria electoral en diciembre de 1998, tanto la derecha como la izquierda internacional están desorientadas con Chávez. Pocos saben bien quién es este personaje que sale de las filas del ejército. Los grandes intereses burgueses se acercan a él pensando que es uno más de los militares latinoamericanos con afán de poder. Cuando descubren que se propone gobernar para el pueblo, que no lo pueden comprar como a tantos otros, comienza el plan de los grandes poderes internacionales para echarlo abajo. Chávez sigue con su agenda: conforma la Asamblea Constituyente que dota a Venezuela de una nueva Constitución. Venezuela es demasiado importante para tolerar una revolución social. Las mayores reservas de crudo del planeta están en suelo venezolano. FEDECAMARAS, la organización de gremios empresariales, impulsa una huelga general. Una huelga de empresarios que supuso el paro forzado de los trabajadores al encontrarse con sus fábricas y puestos de trabajo cerrados a cal y canto. Llega el golpe de 2002. El pueblo, con las mujeres a la cabeza, se echa a la calle a defender la revolución y una parte importante de los militares apoya a Chávez. Se frustra el golpe. Chávez regresa. Pide calma. Contrario a la manipuladora información de los grandes grupos mediáticos, Chávez se esfuerza continuamente por mantener la paz en el país. Pero la presión sigue. FEDECAMARAS continúa con los paros. Ahora el paro petrolero. Chávez responde nacionalizando PDVSA, la empresa petrolera, que se había convertido en el casino de unos pocos. Recupera así la soberanía energética. Los recursos del petróleo se invierten en el pueblo por primera vez en la historia. Comienzan las misiones, programas sociales, sanitarios y educativos destinados a la gran mayoría de la población. La gente que antes no existía es el foco de las nuevas políticas de Chávez. Hasta su muerte, desde su toma de posesión en 1999, pierde uno sólo de los 16 procesos electorales a los que se enfrenta, con un sistema electoral calificado por el expresidente norteamericano Jimmy Carter como “el mejor del mundo”. Este es el dictador del que tanto hablan los voceros mediáticos.
El departamento de Estado norteamericano lleva 18 años financiando por diferentes vías a la oposición. Igualmente, grupos de poder europeos, como el mediático Grupo PRISA o la Fundación FAES financiada por el Partido Popular con el dinero del pueblo español, y expresidentes como Felipe González y José María Aznar, llevan años invirtiendo recursos, reuniéndose con la oposición y haciendo lobby político para desgastar y tumbar el gobierno legítimo de Venezuela.
La Revolución Bolivariana, para mal de unos pocos, se mantiene. Los logros sociales son inmensos. Reducción a la mitad de las tasas de pobreza. Universalización del acceso a la educación. Un millón y medio de venezolanos aprenden a leer y escribir con la campaña de alfabetización. La UNESCO declara Venezuela libre de analfabetismo en 2005. El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad, es uno de los más bajos de América Latina. Creación del Sistema Nacional Público de Salud, que permite el acceso gratuito a atención médica. Despliegue de médicos en los barrios con la misión Barrio Adentro. Reducción drástica de las tasas de desempleo así como las de desnutrición infantil o mortalidad. Aumento de la producción de alimentos. Según la FAO, Venezuela es el país más avanzado en América Latina y el Caribe en erradicación del hambre. Aumento de la esperanza de vida. Promulgación, con la participación del pueblo, de la Ley de Semillas y la Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y Trabajadoras. Reducción de la jornada laboral a 36 horas semanales. Extensión del sistema de pensiones. Aumento del 81% al 96% en acceso al agua potable. Construcción y entrega de más de 700 mil viviendas. Salida del FMI y del Banco Mundial cancelando su deuda con ellos. Nacionalización de sectores eléctricos y de telecomunicaciones, universalizando el acceso a los servicios. Entrega mediante la reforma agraria de un millón de hectáreas de tierra a los pueblos indígenas y 3 millones a campesinos. Son algunos de los logros conseguidos.
Chávez fue un líder que supo educar a su pueblo y plantear la mayor virtud organizativa de base del proceso bolivariano: La comuna. Los consejos comunales se extienden por toda Venezuela y son un verdadero instrumento de poder popular. Hay que resaltar el papel fundamental de la mujer en todo esto. Chávez toma banderas que son impopulares en una sociedad de lastre educacional machista como la venezolana. El feminismo o la diversidad sexual son un buen ejemplo. “La revolución de las doñas”, llaman a este original y caribeño proceso de aspiración revolucionaria. Hoy la mujer es el alma de los consejos comunales.
Pero puede que la mayor herejía del Comandante fuera su visión latinoamericana. La convicción de que nada va a cambiar si no se logran crear lazos políticos y económicos entre los pueblos que se constituyan en alternativa a las grandes redes del poder hegemónico. Esa visión internacionalista de la Patria Grande, el sueño de Bolívar, toma cuerpo en Chávez. Sólo se puede contrarrestar el gran poder ofensivo del imperialismo mediante mecanismos paralelos de integración latinoamericana. Por eso, junto a Cuba, crea el ALBA, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América. Eso es lo que hace a Venezuela diferente del resto de países llamados progresistas, y lo que la convierte en principal objetivo para el poder financiero y empresarial.
Chávez murió, y con su muerte arrebató un pedazo del corazón de millones de venezolanos e internacionalistas comprometidos con el cambio social. Y Chávez confió al pueblo la defensa y el mantenimiento de la Revolución, y nombró a Maduro, formado en la práctica con Chávez, coordinador de tal hazaña. Desde la asunción de Nicolás Maduro, la burguesía, que nunca descansó, vio en este el momento clave para aumentar la presión y el boicot contra el Gobierno de la República Bolivariana, que se ratifica con la victoria electoral de Nicolás el 14 de abril de 2013. Llegan las guarimbas: altercados y cortes de calles organizados por la oposición, financiadas por EEUU y dirigidas por Leopoldo López. Dejan un saldo de 43 personas muertas y más de 800 heridas. Ejemplo paradigmático son los muertos por las guayas: alambres cruzados en la carretera para degollar a los motorizados, la mayoría de clase popular en Venezuela, que utilizan el mototaxi como modo de subsistencia. Se recrudece el boicot económico, el desabastecimiento, el desgaste mediático. La maquinaria engrasa sus muelles presta al ataque desde todos los flancos. Hay que tumbar el proceso.
No vamos a dejar de hablar de los errores del bolivarismo. Por todos es conocida la gran debilidad de haber mantenido una alta dependencia del petróleo, no haber insistido más en la industrialización, en la diversificación productiva. La bajada del precio del barril de los últimos años ha debilitado la economía. Por otro lado, una población que aumenta su capacidad adquisitiva y logra acceder a mejores niveles de consumo sin un riguroso proceso formativo, hace que sectores populares hoy convertidos en nueva clase media comiencen a identificarse más con el arriba que con el abajo.
Hay dos cuestiones de carácter estructural que tampoco se han conseguido paliar: la corrupción institucional y la violencia. Hablamos de vicios instalados durante décadas que forman parte de una cultura muy difícil de extirpar. La cultura de la violencia, la cultura del arma en los barrios como elemento de poder es un asunto complejo de entender sin recorrer esos barrios y la historia de Venezuela. Pasan cosas muy raras en un país tan loco como Venezuela, con un pasado de exclusión, abandono y desestructuración social brutal. Y esto son tareas pendientes de carácter heredado efectivamente muy complicadas de resolver y que se agravan terriblemente con la creciente presencia importada del paramilitarismo colombiano, que comienza a echar raíces en el país.
No olvidemos no obstante algo fundamental. En Venezuela el chavismo nunca tomó el poder. Se tomaron las instituciones de gobierno. Eso es parte del poder, pero no es todo el poder. Gran parte del poder económico sigue en manos de los grandes organismos empresariales. Parte de la importación, así como las cadenas de distribución internas juegan con la dependencia del petróleo y el carácter importador de la economía para el consumo interno. La burguesía explota el recurso del desabastecimiento. Fomenta el contrabando, la especulación y el acaparamiento. La inflación se dispara. El gobierno intenta regular la distribución, fomentar los precios justos y aplicar sanciones. Para librarse de dichas sanciones, los comerciantes venden sus productos al precio convenido a personas contratadas que luego se los entregan a los acaparadores. Comienza el bachaqueo. Se utiliza a los pobres para vender productos básicos inflados sus precios en cualquier esquina o pequeño comercio. Otros productos salen por la frontera hacia Colombia, donde multiplican su precio. Las colas crecen, los productos escasean y la inconformidad aumenta en la población.
Estos factores junto al trabajo mediático de los medios privados, mayoría en Venezuela en contra de lo que se cuenta, pueden leerse como las principales causas de que en 2015 la oposición, reunida en la MUD, gane la Asamblea Nacional, pieza fundamental en los planes golpistas norteamericanos.
Este artículo no tiene el propósito de explicar por qué las últimas medidas del gobierno de Maduro no han sido un golpe de Estado sino un mecanismo constitucional de defensa ante esta agenda golpista de la OEA y EEUU. Se ha escrito mucho estos días sobre eso. Hablaremos de nuestra experiencia personal, de qué nos encontramos a nuestro paso por Venezuela, donde pudimos convivir durante dos meses a finales del pasado año 2016 como parte de un recorrido de dos años por América Latina y el Caribe documentando las luchas y los procesos de cambio en el continente. Estas líneas están dedicadas especialmente, y con toda la humildad, a algunos sectores de la izquierda, a los que nunca entusiasmó el proceso bolivariano y sobre todo a aquellos que se bajaron del carro, miran para otro lado o incluso hacen campaña en contra de Maduro y el chavismo.
Existe un interés por parte de la burguesía desde la muerte de Chávez en situar aquello de «Maduro no es Chávez». Si uno pasea por el este de Caracas, zona de la élite social, es fácil encontrarse en las paredes esa repetida frase y otras como «Maduro, te estoy viendo» junto a los famosos ojos del Comandante. La burguesía reivindicando a Chávez, como Capriles ahora reivindica la Constitución que tanto condenó. El problema es que este discurso, por motivos diferentes, ha calado en parte de la izquierda, que compran aquello de Maduro no es Chávez. Tremenda evidencia, por otro lado. ¿Y quién es Chávez?, ¿cuántos Chávez nacen en la historia? Hacer sombra a un gigante es tarea imposible. Todos echamos de menos al Comandante, cómo no hacerlo.
Si uno tiene el privilegio de recorrer los barrios más populares, aquellos cuyas gentes tantas veces han salido y salen a la calle para defender la revolución ante las pretensiones golpistas, se da cuenta que ese intento de desvincular a Maduro de Chávez los sectores populares no lo compran. Chávez confió en Maduro y apoyan a Maduro. Saben que desvincularse de la figura de Nicolás en un momento como este puede ser tremendamente peligroso.
Moviéndonos en esos barrios más pobres, populares y humildes, aquellos que antes de Chávez no existían, descubrimos que ahora no solo existen sino que además tienen dignidad, están empoderados, organizados y con un nivel de conciencia que realmente impresiona. En todo nuestro recorrido por Sudamérica no hemos visto nada parecido. Ese es el quizás el mayor logro de la revolución bolivariana. Menos de dos décadas para un proceso de transformación social con tantas fuerzas en contra no son nada, y ya hemos hablado de dónde se partía. En los barrios más populares, donde no tenían agua, donde no podían comer tres veces al día, hoy, a pesar del boicot económico, la bajada del petróleo y los errores internos, en una situación tan complicada como la actual, todos tienen sus tres platos de comida garantizados. Hay escasez, es cierto, pero no hay hambre en Venezuela. Son varias las medidas que el gobierno de Maduro ha puesto en marcha para paliar los grandes problemas de desabastecimiento y acaparamiento. Una de ellas, quizás la más significativa, es el CLAP, una bolsa de alimentos subsidiada de cuya distribución se encarga el poder popular a través de los consejos comunales que garantiza el sustento mínimo a un precio muy accesible.
Claro que hay errores internos y contradicciones, muchos y muchas. Hoy con Maduro y ayer con Chávez. Pero en eso consiste un proceso revolucionario, en un momento de pugna, de ensayos y errores, de avances y retrocesos. No hay manuales en el camino hacia la transformación social. Esa pugna, esa disputa, está también a la interna. La burguesía también tiene sus representantes dentro del gobierno, así como dentro del mejor de los gobiernos de la historia, no seamos ilusos. Por eso esto es más complejo que un análisis rápido. Todo proceso de cambio porta en su seno elementos que intentan llevar el carro por el lado de la transformación social y otros que empujan hacia el lado del poder capitalista. Es una pugna, a la interna y a la externa, pero es la misma pugna. El proceso bolivariano está librando una batalla crucial. Una batalla hacia fuera y hacia adentro. Por eso es tan importante Venezuela, porque la posibilidad de que triunfen los buenos todavía está vigente. Y los buenos están en el gobierno y están en el poder popular organizado que se puede palpar en Venezuela. Empresas recuperadas por obreros que hoy siembran en las propias fábricas; multitud de experiencias de producción agroecológica; Consejos Socialistas de Trabajadores; organizaciones de base recuperando predios y construyendo sus propias viviendas; consejos comunales que se organizan en cada barrio, hacen formación política, dialogan con el gobierno para mejorar las dotaciones sociales; milicias populares; expresiones artísticas y culturales; emisoras de radio y televisión comunitarias, tantas y tantas experiencias que convierten a Venezuela en un laboratorio de poder popular. Nunca en la historia de este país ha ocurrido algo tan impresionante a nivel organizativo. Y, dejando a un lado Cuba y la breve e inconclusa experiencia de Allende, probablemente nunca en América Latina ha ocurrido algo similar. Por eso hay que estar con Venezuela, porque todavía hay esperanza. Si cae, aquellos que ansiamos y luchamos por un mundo más justo, veremos desmoronarse una oportunidad más de que eso sea posible.
La brutal campaña del capitalismo para boicotear este proceso democrático, además del “pequeño” negocio de grandes grupos empresariales y mediáticos, tiene detrás todo un interés geopolítico estratégico. Venezuela no solo alberga las mayores reservas de crudo del planeta, cuenta con recursos claves para los intereses capitalistas, quizás más importantes en un futuro que el petróleo. El 20% de la superficie de Venezuela corresponde a la Amazonía, el bosque tropical más extenso del mundo, con una biodiversidad de incalculable valor que esconde oro, diamantes y coltán, un mineral estratégico utilizado en la fabricación de teléfonos móviles y dispositivos electrónicos portátiles que ya ha generado guerras en África.
Ante la nueva arremetida de la derecha en América Latina, vivimos tiempos de graves retrocesos fruto de nuevas modalidades de golpe de Estado como los de Honduras, Paraguay o Brasil, o fruto de las tibiezas de gobiernos como el de los Kirchner en Argentina, que facilitaron la victoria del mejor representante del neoliberalismo y de los gringos, Mauricio Macri. Pero no todo son razones para el pesimismo. A la vez, de las últimas décadas acá, vivimos tiempos de grandes avances a nivel organizativo y popular en las luchas de todo el continente.
Es mucho pues lo que nos jugamos en Venezuela. Ya habrá tiempo de rasgarnos las vestiduras y hacer lectura de lo sucedido, entonar el mea culpa y aprender de los errores. Hoy es momento de hilar muy fino y saber cuál es la prioridad, no vaya a ser que, mal o bienintencionadamente, estemos dando de comer al monstruo que mañana nos arrancará el brazo.
A 100 años del triunfo de la mayor revolución social de la historia, nos jugamos la defensa de este nuevo intento de revolución social que Latinoamérica, tierra expoliada por siglos, comenzó a parir precisamente a 500 años del comienzo del saqueo. Hoy, esa hija latinoamericana con nombre de mujer: la Revolución Bolivariana, sigue en pie, para bien de la humanidad y quebradero de cabeza de este sistema injusto y explotador que atraviesa una crisis sistémica que lo convierte en un lobo herido, furioso, desesperado, y por tanto más peligroso que nunca. De nosotras y nosotros depende defender a esa hija de tantas derrotas, colocarnos del lado de los buenos, o reposar en nuestro pequeño rincón de comodidad, rompiéndonos en pedacitos puristas que el monstruo recoge y reconstruye a su manera. El chavismo en Venezuela saldrá una y mil veces más a defender la Revolución. Nosotros todavía estamos a tiempo. Hagamos realidad las palabras del Comandante cuando clamó: ¡Unidad, Unidad y Unidad!
Seamos justos. Seamos leales. Seamos inteligentes. Defendamos Venezuela.
Publicado en la revista La Migraña de Bolivia y ContrahegemoníaWeb
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