MUCHA ROSCA Y POCO PAN
Por Guillermo Cieza
«Las justificaciónes del gobierno de no ir a fondo con medidas anunciadas como la expropiación de Vicentín, la postura firme en la cuestión de la deuda externa y el impuesto a los ricos, debido a que no han tenido el apoyo social suficiente, puede contentar a algunos estamentos de la militancia oficialista. Pero visto desde una perspectiva popular más amplia y distante de las estructuras estales o partidarias cercanas al oficialismo, ese argumento pierde peso».
El 25 de agosto de 1944, Juan Domingo Perón, que era por aquel entonces Secretario de Trabajo y Previsión del gobierno militar surgido en 1943, dio su famoso discurso en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Este discurso como documento histórico y sus distintas interpretaciones, desde distintas posturas ideológicas, ha abonado distintas teorías para valorar lo que fue el peronismo como proyecto político y el significado de los primeros años de gobierno. Soy de los que piensan que ese discurso expresó algunas ideas generales de Perón, y de lo que era, en ese momento, su proyecto político, pero que distintos acontecimientos modificaron su proyecto, tomando en cuenta que Perón más que un ideólogo era un político pragmático. Sucedió que la oligarquía no le creyó que se iba a convertir en el campeón de la defensa del capitalismo y presionó para que el propio gobierno militar lo destituyera y lo pusiera preso. Y sucedió también que una gran movilización obrera gestada desde el activismo de base sindical lo sacó de la cárcel el 17 de Octubre de 1945 y puso en marcha una historia y un proyecto político bastante diferente a la que imaginara su referente político. Como nota de color puede registrarse que cuando ese nuevo proyecto se puso en marcha, la casi totalidad de asistentes que pretendió seducir Perón en aquella reunión en la Bolsa de Comercio, terminaron aportando a la Unión Democrática y al antiperonismo.
La referencia al surgimiento del peronismo y al proyecto inicial de Perón que convocaba al conjunto de las clases patronales del país, viene a cuenta de la última reunión convocada por el Presidente en Olivos con los represantes del G6 que agrupa a las principales cámaras empresarias de la Argentina. Alberto Fernández, seguramente para agradar a sus nuevos mejores amigos, en días posteriores declaró “No soy un loco suelto, no ando con una chequera de expropiaciones», y también «me dicen que soy un chavista que quiere expropiar. Si quisiera expropiar, no expropiaría una empresa en quiebra sino una cerealera floreciente». De la misma manera en que Perón en 1944 se despachara contra la Revolución Rusa y los peligros del comunismo, Fernández actualiza el discurso poniendo en el lugar de los desquiciados al chavismo. Despegándose de los «malvados», al igual que Perón en 1944, se ofrece como garante de la continuidad capitalista. La postura de Fernández en el tema de Venezuela no se limita a chicanas. La Cancilleria Argentina acaba de avalar el informe Bachelett y de exigir elecciones libres y democráticas en ese país. Cuando el gobierno de Macri se metía con decisiones que debe tomar el pueblo venezolano, no faltaban voces entre quienes hoy militan en el oficialismo que denunciaban que se estaba rompiendo una tradición histórica de no intervencionismo etc, etc. Más allá de todas las aclaraciones y desmentidas posteriores, está claro que la postura de Cancillería expresada en la Reunión del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas fue una postura intervencionista.
No hay que ser adivino para suponer que Fernández tendrá la misma suerte que tuvo Perón con la oligarquía. La gran burguesía local tiene otros candidatos y otros referentes y puede tolerar las tibias políticas distribucionistas y soberanistas del justicialismo cuando siente que tiene la soga al cuello, pero no son de su preferencia. Las apelaciones a sacar adelante el país y fortalecer el mercado interno, no pueden sensibilizar a empresas que tienen sus casas matrices en el extranjero, que operan en distintos países y que han diversificado sus inversiones en activos financieros, o ya son controladas por fondos de inversión multinacionales.
Las posibilidades de un nuevo 17 de octubre de 1945 que pueda correr el tablero de la política Argentina hacia posturas más populares y sea capitalizado por el oficialismo, hoy parece poco probable. Porque la actitud que tomó el movimiento obrero el 17 de octubre no se explica solamente por las buenas relaciones políticas que pudo haber construido Perón con algunos dirigentes sindicales. El movimiento obrero, por aquellos años, venía consiguiendo conquistas y salió a defenderlas. Hoy la situación es completamente distinta: los trabajadores vienen perdiendo empleos, salarios y condiciones de trabajo desde hace años y esto se ha continuado con el reciente parate de la economía que ha sido aprovechado por los empresarios en su beneficio, con nuevos despidos, rebaja de sueldos y mayor flexibilización laboral.
En lo que hace a representaciones resulta simbólico que la única expresión no empresaria en la reunión con la G6 fuera una representación de los peores burócratas de la CGT. Y también que la única queja pública por las nuevas alianzas la expusiera Hebe de Bonafini y la conducción de la UTT.
El hecho de que referentes de organizaciones sociales territoriales y sindicales tengan cargos de gobierno, o reciban recursos de las administraciones sociales y provinciales, no debería crear la ilusión de que puedan canalizar la bronca popular por la carencia económica en grandes movilizaciones de apoyo al oficialismo. Más allá de la capacidad de algunos dirigentes para presentarse como referentes populares, debe advertirse que apenas controlan los límites de sus organizaciones. Nuestro pueblo es mucho más que lo que controlan dirigentes conciliadores o quienes adhieren al vandorismo social. Nuestro pueblo va a hacer la suya cuando lo crea conveniente. De hecho, ya lo está haciendo cuando al interrumpirse la energía eléctrica salen hacer cortes de calles o de ruta, sin pedirle permiso a ninguna organización o central sindical.
Además, el pacto con los gobernadores significa validar a personajes nefastos como Schiaretti, gobernador de Córdoba que la semana pasada mandó a reprimir a los trabajadores del transporte. El más progresista de todos los gobernadores que es sin duda Axel Kicilloff, tiene como contrapeso a un Ministro de Seguridad que, en plena pandemia, ha parecido mas preocupado por ganar presencia mediática o desalojar por la fuerza a asentamientos de familias sin techo, que de controlar a la policía de gatillo fácil, que ya tiene en su haber un nuevo desaparecido: Facundo Astudillo Castro.
Las justificaciónes del gobierno de no ir a fondo con medidas anunciadas como la expropiación de Vicentín, la postura firme en la cuestión de la deuda externa y el impuesto a los ricos, debido a que no han tenido el apoyo social suficiente, puede contentar a algunos estamentos de la militancia oficialista. Pero visto desde una perspectiva popular más amplia y distante de las estructuras estales o partidarias cercanas al oficialismo, ese argumento pierde peso.
La construcción de consensos con los gobernadores y los gerentes de los grandes grupos económicos puede aminorar el ataque de los medios periodísticos de la derecha, o acentuar la marginalidad de los grupos más recalcitrantes del PRO. Pero el precio que se paga por ese consenso es no tomar medidas políticas y económicas con la profundidad que requiere la emergencia, que puedan compensar los padecimientos presentes y futuros de nuestro pueblo.
La situación de quiebra y endeudamiento que dejó el macrismo, más los costos que dejó el parate obligado de la economía para enfrentar la pandemia, auguran un panorama muy poco alentador que incluye un previsible aumento de la pobreza y la indigencia. Ya hay algunos datos que confirman esta tendencia: el salario real de los trabajadores formales cayó un 4.8% durante la cuarentena y el empleo privado presenta una contraccion anual del 6,3% en mayo. El consumo de carne vacuna que en el primer trimestre del año rondaba los 52 kg por habitante, descendió en mayo a 45 Kgs. Desde una percepción popular amplia está claro que Macri, la Bullrich y compañía ya no gobiernan. Sus fuegos de artificios de la derecha no inquietan al pueblo, las marchas anticuarentenas no le quitan el sueño. En todo caso el pueblo se pregunta por qué estos marginales acomodados pueden manifestarse con tanta tranquilidad, mientras en los barrios populares el gobierno se pone la gorra para exigir permisos de circulación.
La percepción popular es que el gobierno se está debilitando, que hace demasiadas concesiones a los ricos y que Fernández parece más preocupado en quedar bien con los poderosos que con quienes la están pasando mal. En tiempos difíciles en que los pueblos buscan liderazgos decididos, lo mejor que se ofrece desde la Casa Rosada son las puestas en escena de un eficaz rosquero de palacio.
Valorando esa percepción me parece lo más probable que cuando empiece a descongelarse la cuarentena y los más afectados salgan a reclamar, plantearán todas sus exigencias frente a Fernández, y no frente a Clarín, a los locales del PRO o a las oficinas de las grandes empresas.
Con el gobierno de Macri ingresamos a una crisis social que va a profundizarse por efectos de la pandemia. En los barrios populares se empiezan a vivir situaciones económicas que nos recuerdan a 2001. Como en aquellos años, resultará inevitable una agudización de los enfrentamientos políticos.
Seguramente las exigencias y la bronca popular buscará caminos para expresarse. Sería bueno que esas luchas no se fragmenten y que se canalicen en alternativas políticas de avance, que impidan que la derecha pueda capitalizarlas.
Guillermo cieza, 17 de julio de 2020.