LÍNEA DE TIEMPO. SALTOS CRONOLÓGICOS DE UNA HISTORIA DE ODIO Y CRUELDAD

Por Jairo Fuentes

«Los métodos no han cambiado, como tampoco las razones; tanto en la barbarie como en la civilización, en la modernidad y en la postmodernidad»

La primera imagen que aprendí de la historia es que está en una línea recta –de ahí la idea de línea de tiempo- en la que los hechos se suceden unos después de otros en secuencia siempre progresiva.

La segunda es una figura en espiral ascendente en la que, si bien los acontecimientos se presentan de manera sucesiva, los mismos –por lo menos en apariencia- tienden a repetirse en superposición de puntos.

La tercera es la de una red que une puntos en diferentes o simultáneos tiempos y espacios. Con esto último me identifico más, y me la imagino como una telaraña envolviendo el planeta.

Pero también se me ocurre imaginarla como esas órbitas que –supuestamente- describen los electrones de un átomo que saltan de un lugar a otro, sin que hasta el momento haya forma de seguir su trayectoria.

De manera que la historia podría ser esa línea imaginaria que une sucesos, algunos relacionados, otros no, sin que haya una –aparente- lógica que nos permita determinar su linealidad. Más bien sería como esa serie de destellos de los electrones, que se logran fotografiar para que quede constancia de que ocurrieron.

Sin embargo, para efectos del presente ensayo se usará el término ‘línea de tiempo’, pues, a fin de cuentas, recta, en espiral, en zigzag o en red, la mejor manera de imaginar la historia es una línea, un hilo; la mayoría de las veces enredado, enmarañado, pero al fin y al cabo un hilo.

Con todo lo anterior, digamos que este trabajo se basa en cinco hitos históricos, tomados de manera aleatoria de fragmentos narrados por cuatro autores anónimos, individuales o colectivos: judíos, el francés Herbert Le Porrier, el colombiano Germán Castro Caicedo y miembros del Grupo de Memoria Histórica de Colombia.

Así pues, los hechos, aunque son cronológicos, no son secuenciales, pero pareciera que el primero fuese la causa, o la motivación de los otros, pues estos guardan mucha similitud con aquel, a pesar de los grandes lapsos que separan a unos de otros.

Pero antes de pasar a la enumeración de los relatos mencionados, tengamos en cuenta dos consideraciones:

a./ Veamos lo que un cronista de Indias, Fray Pedro Simón, dijo de la historia:

(…) los antiguos no inventaron la historia sólo para memoria de las cosas pasadas, sino para que instruidos los hombres con los ejemplos que leen en ella, aprendiesen a imitar virtudes y grandezas de ánimos y apartarse de vicios, pues para eso se escribe de todo. (Simón, P. 1981, p.91)

b./ En la televisión colombiana, en los años ochenta del siglo pasado, un eterno congresista (abogado), el doctor Germán Navas Talero, tenía un programa llamado “Consultorio jurídico”, una de cuyas secciones se llamaba “Cuánto le enseñaron, cuánto aprendió”, en la que concursaban estudiantes de derecho.

Veamos entonces qué les enseñaron a los protagonistas de la siguiente cronología y a decir de Pedro Simón, cuánto aprendieron de virtudes y cuánto corrigieron de vicios.

La cronología (línea de tiempo) irá sin comentarios intermedios para que sea el lector, la lectora quien tenga la posibilidad de seguir el hilo y encontrar –como en los entretenimientos gráficos- los parecidos y las diferencias.

Entremos, pues, en materia.

Siglo XIII a.C. Madián

«Tal como El Señor se lo había ordenado a Moisés, los israelitas entraron en batalla y mataron a todos los madianitas»

«Capturaron a las mujeres y a los niños de las madianitas y tomaron como botín de guerra todo su ganado, rebaño y bienes. A todas las ciudades y campamentos donde vivían los madianitas los prendieron fuego y se apoderaron de gentes y animales»

«Moisés y el sacerdote Eleazar y todos los líderes de la comunidad salieron a recibirlos fuera del campamento (…). Moisés estaba furioso con los jefes de mil y de cien soldados que regresaron de la batalla. ¿Cómo es que dejaron con vida a las mujeres? –les preguntó- ¡si fueron ellas las que aconsejadas por Balaam hicieron que los israelitas traicionaran al Señor en Baal Peor! Por esos murieron tantos del pueblo del Señor [se refiere a lo narrado en Números XXV: 1-9]. Maten a todos los niños, y también a las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales, pero quédense con todas las muchachas que jamás las hayan tenido.»

(Números XXXI: 7-18)

Más narraciones por el estilo en Deuteronomio II: 24-37; Deuteronomio III: 1-11; Josué VIII: 24-28; Josué X: 28-42; Josué XII: 1-15; Jueces I:8; Jueces XV: 4; Jueces XX:48; Samuel XV:1-35, …

Año 1099 d.C. Jerusalén

«Vinieron por la puerta de Herodes, con máquinas de guerra, escaleras y torres gigantes tan altas como las murallas. En menos de una hora habían abierto brecha. Podían comenzar a liberar. Reflexionando puede decirse que el liberar es una verdadera enfermedad de los pueblos occidentales. Siempre están prestos a sembrar la muerte y la desolación para liberar a alguien de algo. Yo, Jefet, me metí en una tinaja llena de materias fecales, apestaba tanto que ningún clérigo, caballero o soldado de infantería osó acercarse y ello me salvó la vida. Pero pude verlo todo. Trabajaban metódicamente con el cuchillo o la cimitarra, sin prisa, como si tuvieran por delante toda la eternidad; y en cierto modo la tenían, pues les estaba prometida por aquella innoble cacería. Los judíos, hombres y mujeres y niños, fueron empujados a las sinagogas y yeshivas, donde les quemaron vivos. Vi a los arqueros arrastrar a muchachitos por los pies, destrozarles el cráneo de una patada y lanzarlos jadeantes a las brasas. En las callejas, muchachas fueron desnudadas y violadas antes de ser cortadas en pedazos. En plena noche, cuando llegó la calma, una vez la liberación se había consumado en toda la ciudad, yo, Jefet, salí de la tinaja. ¡No!, no os voy a escatimar ningún detalle. Todo el adoquinado de Jerusalén se hallaba cubierto de una espesa capa de troncos reventados, tripas esparcidas por aquí por allí, cerebros enviscados, todo ello bañando la ciudad que comenzaba a oler fuertemente.»

«En Jerusalén fue un trabajo meticuloso, lo que indudablemente resulta más largo y difícil. Hay que sacar a la víctima de su escondrijo, asirla; la víctima se debate, grita, implora, a veces comete la imprudencia de defenderse e incluso de atacar a su vez, hay que horadarla, y el hierro, completamente viscoso, puede desviarse, o deslizarse, o bien detenerse ante un hueso, y entonces hay que volver a clavarlo dos, tres o cuatro veces, pues debe tenerse la certeza de que las aberturas son lo suficientemente anchas y profundas para que la vida pueda salir por ellas y entrar la liberación.»

«El obispo de Antioquía y el obispo de Tiro celebraron festividades y dieron gracias al cielo de que por fin se hubiera vengado la afrenta hecha al cristo. Creyeron un deber asociar a su rabia de venganza a aquel que no hablaba más que de amor y perdón. (…) Objetivamente tenían un motivo para sentirse orgullosos y contentos. Cincuenta mil muertos en Jerusalén era una rica ofrenda a Dios y Dios debía de sentirse orgulloso y satisfecho.»

 (Le Porrier, H. 2008, pp. 213-214)

Año 1494. Dos años después del primer desembarco. Haití

«El Almirante (Cristóbal Colón) decidió hacerle la guerra al cacique Guatiguaná porque dizque había mandado matar diez cristianos. Los cristianos hicieron una matanza cruel en su tribu y él huyó. Pero tomaron mucha gente viva, de la cual el Almirante envió a vender a Castilla más de quinientos esclavos»

«Los españoles tomaron en adelante la determinación que guardaban como ley inviolable: por cada cristiano que matasen los indios, ellos matarían cien aborígenes “y pluguiera Dios que no pasaron de mil desbarrigados y muertos sin que ellos mataran cristianos, como después vi yo muchas veces”»

«Para la guerra a Guatiguaná, el Almirante escogió unos doscientos españoles, la mayoría a pie y veinte de a caballo, armados con muchas ballestas, espingardas, lanzas, espadas, “y otra más terrible y espantable arma” para con los indios después de los caballos y esta fue veinte perros o lebreles de presa que soltándolos y diciéndoles ‘tómalo’, en una hora hacía cada uno pedazos a cien indios. Esta invención comenzó aquí y cundió en todas las Indias, como otras exquisitas invenciones gravísimas y dañosísimas a la mayor parte del linaje humano que aquí comenzaron y pasaron y cundieron adelante para destruir a estas naciones»

«Teniendo pues la gente lista y todo lo necesario para la guerra, el Almirante llevó consigo a su hermano el Adelantado Don Bartolomé Colón y salieron de la Isabela y a dos jornadas pequeñas que son diez leguas entró a la vega donde se había juntado mucha gente, pues calcularon que había sobre cien mil hombres juntos. Al llegar dieron en ellos por dos partes y soltando las ballestas y escopetas y los perros bravísimos y el impetuoso poder de los caballos, con sus lanzas y los peones con sus espadas, así rompieron como si fueran manada de aves. Hicieron tanto estrago en ellos como el que podían hacer en un hato de ovejas acobijadas en su aprisco. Fue grande la multitud de gentes que los de a caballo alcanzaron, y los que hicieron pedazos los perros y la espada. Y a todos los que se les antojó cazar vivos, que fue gran multitud, los condenaron como esclavos.»

«Confiesa don Hernando Colón que los cristianos robaban las haciendas y tomaban las mujeres y cometían mil atropellos y excesos con los indios.» 

(de las Casas, B. En Castro Caicedo, G. 1991, pp. 57-58)

Año 1968, 16 de marzo. Aldea de May Lai 4, Son May, Vietnam

«Allí los soldados del tío Sam bajo la influencia del odio, del miedo y de la marihuana, asesinaron a 504 seres inofensivos, representados por bebés, niños de dos años, de tres, de cinco años, mujeres embarazadas, madres que trataban de proteger a sus bebes, ancianos indefensos, niñas violadas y mutiladas.»

«Recién llegado a Vietnam y al ingresar a la compañía Charlye –autora del exterminio de 504 seres inocentes (…)- el soldado Gregory Olsen de Portland, Oregón, recordó que él y sus compañeros vieron un camión de transporte de tropas estadounidenses que circulaba por allí, “con, por lo menos, veinte orejas humanas ensartadas en la antena de la radio”»

«Y tanto el capitán Low Ernest Medina, de Springer, Nuevo México, como el teniente William Laws Calley Junior, de Miami, dos cabecillas que bajo las órdenes de oficiales superiores lideraron el asesinato indiscriminado de seres inocentes, a partir de allí intentaron convencer a la compañía Charlye de que quienes aparecieran a su vista en la aldea de May Lai 4 eran sospechosos de pertenecer a la guerrilla del vietcong y tenían que ser eliminados.»

«El capitán Ernest Medina le repetía a su gente las palabras del general Curtis Le May, de la fuerza aérea: “Hay que bombardear a estos hijos de puta hasta hacerles regresar a la edad de piedra”»

«Las dos primeras secciones de la compañía Charlye, sin haber recibido aún una sola bala, entraron en la aldea. Detrás de ellas, todavía en el arrozal, iban la tercera sección y el puesto de mando del capitán Medina. Y Calley y algunos de sus hombres entraron en la plaza que estaba en la parte sur de la aldea»

«Ninguna de las personas que estaban allí escapó ni trató de escapar. Se imaginaban que los soldados estadounidenses supondrían que cualquiera que corriese era vietcong y le iban a disparan a matar. No hubo ninguna sensación de pánico inmediata. Eran las ocho de la mañana»

«Al entrar en la aldea la gente de Calley pensó que era la hora del desayuno: unas cuantas familias estaban agrupadas delante de sus casas cociendo arroz en un pequeño fuego. Pero las matanzas empezaron en pocos segundos sin previo aviso»

«La aldea estaba llena de gente pacífica, silenciosa, desarmada. Harley Stanley le contó más tarde a la División de Investigación Criminal del ejército que un joven miembro de la sección de Calley detuvo a un campesino, lo empujó hasta el sitio donde estábamos nosotros y luego le clavó la bayoneta en la espalda. El anciano cayó al suelo jadeando. Entonces el soldado lo remató de otro bayonetazo y luego le disparó con el fusil.»

«A continuación el joven se volvió hacia donde había un grupo de soldados que tenían detenido a otro hombre mayor. Aquel lo cogió y lo tiró a un pozo, luego desaseguró una granada M-26 y la lanzó a la cabeza del hombre.»

«Unos minutos más tarde Stanley vio unas mujeres de edad y a unos niños –en conjunto unos 16 o 20- agrupados alrededor de un templo en el que quemaban incienso. Se encontraban arrodillados rezando en voz alta y varios soldados pararon junto a ellos y asesinaron a todas las mujeres y a los niños, disparándoles a las cabezas con los fusiles.»

«No hubo protestas por parte de la gente porque estaban horrorizados. Los soldados sacaron a unas 80 personas de sus casas y las reunieron en la plaza de la aldea. Unos cuantos gritaban “No vietcong, no vietcong” porque, claro, ellos no lo eran.»

«Sin embargo “mi” teniente Calley encomendó a Meadlo, a Boyce y a otros pocos la responsabilidad de vigilar al grupo, “ya saben lo que quiero que hagan con ellos” le dijo a Meadlo. Diez minutos después (…) volvió y preguntó: “¿Aún no se han liberado de esos hijos de punta? ¡los quiero muertos!”.»

«Meadlo obedeció la orden. Estábamos a unos tres o cuatro metros de distancia del grupo y entonces Calley empezó a dispararles. Luego me dijo que empezara a disparar; empecé a hacerlo, así que avanzamos y los matamos a todos. Vacié el cargador más de una vez, digamos cuatro o cinco veces. En un cargador caben 17 balas M-16.»

«A otros que estaban desayunando en el interior de las casas, entraron y los asesinaros allí mismo.»

«Al norte, Brenks y sus hombres de la segunda sección habían empezado a saquear sistemáticamente la aldea, a robarse lo que encontraban, a matar a la gente y al ganado, y a destruir las cosechas.»

«Los hombres disparaban sus fusiles y ametralladoras contra el interior de los bohíos sin importarles mucho quien había dentro.»

«Los habitantes del pueblo, aterrados, muchos llevando sus efectos personales en cestos de mimbre corrían por todas partes para escapar de la carnicería, pero en la mayoría de los casos no les sirvió de nada. Los helicópteros armados que volaban por encima perforaban a muchos. Otros fueron a parar a manos de la tercera sección.»

 (Castro Caicedo, G. 2014, pp.33, 39-69)

Más detalles escalofriantes en las siguientes, a las anteriores citadas, hasta la 73.

Año 2000, del 16 al 22 de febrero. El Salado, Colombia

«En la cancha nos dijeron: “los hombres a un lado y las mujeres a un lado” y nos tiraron boca abajo ahí, de ahí enseguida apartaron a un muchacho, le dijeron “usted se queda aquí con nosotros porque usted se nos escapó de Zambrano, pero de esta no se nos va a escapar” le decían ellos. A él fue el primero que mataron en la cancha. Le pusieron una bolsa en la cabeza y le mocharon una oreja primero y después esto (?) se lo pelaron con espino, lo acostaron y le ponían la bolsa en la cabeza, él gritaba que no lo mataran, que no le mataran, le pegaban por la barriga patadas, puños por la cara, toda la cara se la partieron primero y nos decían “miren para que aprendan, para que vean lo que les va a pasar a ustedes, así que empiecen a hablar”, decían ellos. Entonces nosotros le decíamos “qué vamos a hablar si nosotros no sabemos nada”. Ya después que lo tiraron en la cancha sí lo mataron, le dispararon […]. A él le cortaron solo una oreja, él lloraba y gritaba, fue el primero que mataron ahí […]. Él se demoró en morir, esa agonía de la muerte es horrible, ver como se queja una persona»

«Fueron forzados a numerarse y quien tenía el número previamente designado era sacado a la fuerza y asesinado. Las víctimas fueron Pedro Torres, Desiderio Francisco Lambraño y Ermides Cohen Redondo, el primero baleado y el segundo torturado con cuerdas que le amarraron en el cuello y el tórax, que luego fueron jaladas desde extremos opuestos por dos paramilitares hasta llevarlo al límite del estrangulamiento: moribundo, fue acribillado a bala y luego le clavaron la bayoneta del fusil en el cuello; el tercero recibió ocho puñaladas entre el cuello y el tórax»

«Antes de comenzar la masacre en el parque principal, una joven de 18 años fue retenida en el patio de una casa y luego conducida a los montes. Allí fue objeto de tratos crueles y denigrantes por parte de un paramilitar que la violó y de una mujer paramilitar que propició el hecho. También se registró otra violación de una menor de edad en una de las casas del pueblo. El estado de salud crítico en el cual fue sacada después del corregimiento puede ser indicio de la ocurrencia de una violación masiva»

«Mientras la fiesta de sangre seguía en el parque principal, los paramilitares continuaron recorriendo el pueblo desocupando las tiendas y arrasando con los bienes que los habitantes de El Salado tenían en sus casas»

«Después de la primera ejecución, los paramilitares, quienes habían sacado los instrumentos musicales de la comunidad que estaban en la Casa de la Cultura, comenzaron a tocar una tambora. También hay versiones de que manipularon gaitas y acordeones, dando inicio a “la fiesta de sangre”: mientras saqueaban las tiendas iban encendiendo los equipos de sonido que encontraban, lo que creó un ambiente “festivo” en el que se combinaba la música de los equipos de sonido con los toques de la tambora»

(Grupo de Memoria Histórica, 2009, pp. 51-59)

Mi profesor de filosofía antigua me aclaró en una ocasión que juzgar el pasado con los valores del presente es caer en anacronismo. Lo que no me dijo –yo tampoco le pregunté- es qué se hace cuando en el presente se siguen haciendo cosas como si estuviéramos en el pasado. Considero que quienes así actúan también son anacrónicos.

Y es que se trataría de entender que, por ejemplo, Moisés procediera de tal manera porque –según Marx y Engels- la humanidad estaba en el estadio del salvajismo, de la barbarie. Pero que los cruzados lo hicieron del mismo modo -4500 años después- y en nombre de quien predicó el amor a los enemigos, necesita una explicación más detenida.

Entonces, como se puede ver en los ejemplos considerados en este escrito, los métodos no han cambiado, como tampoco las razones; tanto en la barbarie como en la civilización, en la modernidad y en la postmodernidad:

Los hebreos: la tierra prometida, habitada por gentiles

Los cruzados: la tierra santa, invadida por infieles

Los castellanos: la tierra (el mundo nuevo), habitado por salvajes

Los mariners: la tierra de indochina, amenazada por el comunismo

Los paramilitares: la tierra plagada de guerrilleros

Otras razones: la alianza sagrada, la liberación de las almas, la evangelización, la democracia y el desarrollo. Detrás de todas ellas –o tal vez delante- las riquezas y el poder, cuya mejor justificación ha sido la predestinación.

Así las cosas, hay un hilo ideológico que ha unido todos estos hechos: aquellos quienes los protagonizaron -por lo menos de la parte agresora- creyeron y creen en el mismo dios. Todos consideran estar cumpliendo una sacrosanta misión, ovejas limpiando la tierra de lobos como lo afirma un mercenario estadounidense (Castro, p.316) refiriéndose a uno de sus compañeros muerto por sobredosis de cocaína.

“Michael -decía Timothy Gibson- era un místico que se elevaba del suelo seis pies y dos pulgadas (…). Michael decidió irse a Colombia, porque como siempre lo decía, el señor le había dado hambre por justicia. Michael (…) tenía un amplio pecho, abundantes cabellos castaños y una amplia frente, pero en el momento de su asunción se había convertido en un hombre tostado por el sol, con un rictus amplio y francos ojos azules, para quien Colombia significó un sendero de obediencia a la palabra de cristo que nos envía a todos nosotros, militares y expertos americanos, como a ovejas en medio de lobos”

Así que los hebreos enviados, los cruzados enviados, los castellanos enviados, los estadounidenses enviados, los paramilitares enviados, lo mismo en el salvajismo como en la postmodernidad e intermedias. Nada o muy poco ha cambiado en este drama terrible excepto los protagonistas

Por lo tanto –al parecer- los concursantes aprendieron bastante las virtudes y grandezas de ánimo de las que habla Fray pedro Simón para quien lo eran matar, esclavizar, violar y hasta comer herejes infieles y salvajes Aprendieron, imitaron; poco corrigieron, a no ser sus armas y sus métodos que cada día son más sofisticados.

¡Qué Dios nos desampare!

Jairo Fuentes. 30 de diciembre de 2020

BIBLIOGRAFÍA

  • Castro Caicedo, Germán. El Huracán. Ed. Planeta. Bogotá 1991
  • Castro Caicedo, Germán. Nuestra guerra ajena. Ed. planeta. 2014
  • Le Porrier, Herbert. El médico de Córdoba. Penguin Radon House Grupo Editorial. Barcelona 2008
  • Investigadores Grupo de Memoria histórica. La masacre de El Salado: esa guerra no era nuestra.  Ed. semana. Colombia 2009
  • La Santa Biblia. Nueva versión internacional sociedad bíblica internacional, 1999
  • Simón, Fray Pedro. Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias occidentales. Tomo I. Biblioteca Banco Popular. Bogotá 1981