«El tiempo del Nobel y la piratería en el Caribe coincide a su vez con la publicación de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que sitúa el interés prioritario de su política exterior en América Latina y el control de sus recursos para enfrentar a China… Europa y sus medios oficiales hacen de comparsa»

22 de diciembre de 2022 | Fuente: La Jornada (Versión extendida) | Foto: AFP

El recientemente fallecido Armand Mattelart, a quien no deberíamos cansarnos de estudiar, dedicó su vida a crear una teoría de la comunicación crítica y liberadora. Su interés por esta área nació en el Chile de los 60 previo a la victoria de Allende. Nunca dejó de insistir en la necesidad de vincular comunicación, ideología y cultura con las relaciones sociales que prevalecen en nuestro tiempo, marcadas por el sello del capital. Así, se afanó en demostrar que los medios de comunicación masivos son instrumentos al servicio de la clase dominante. La premisa de que la comunicación no es una instancia autónoma ajena a la lucha de clases, decía al calor de la experiencia de la Unidad Popular, la comprendía mejor la burguesía que la propia izquierda.

Estos días decembrinos -no debería haber sido así- me he dedicado a seguir los noticieros del Reino de España y no puedo dejar de pensar que el propio Mattelart quedaría asombrado ante tan grosero espectáculo cubierto de pompa, pantalla y tecnología punta. La extrema derecha marcando agenda y acusando al gobierno poco menos que de comunista, el PSOE luciendo casos de corrupción y acoso sexual, Vox presionando para una moción de censura, Pedro Sánchez en reunión virtual para seguir armando y financiando a Ucrania, el secretario general de la OTAN Mark Rutte pidiendo a Europa prepararse para la guerra porque «somos el próximo objetivo de Rusia». Algunas de las perlas del paquete mediático de estos días. En términos si cabe más artísticos, la despedida prematura de un músico como Robe de Extremoduro, ambiguo pero políticamente incorrecto, poeta de la suciedad y del asfalto, instinto de rebeldía desorganizada, es reivindicado por políticos de salón y medios de vitrina. Hasta personalidades del PP fueron a su homenaje fúnebre. Como si llevaran toda la vida escuchándolo en la intimidad y solo hoy se atrevieran a confesarlo. Lo acaparan todo. De eso ya nos advertía Mattelart.

Parece no haber ya espacio en los noticieros para el Pueblo Palestino, que entre las ruinas del genocidio mueren, inundados, de frío y humedad. Tampoco para las huelgas generales en Portugal e Italia. Sí hay lugar destacado, cómo no, para la patria de Bolívar.

Entre semejante parrilla comunicacional, nada tan burdo como la cobertura dada estos días a Venezuela. ¿Para hablar de su experiencia genuina de transformación? Nada más lejos. Para muestra, no hablaremos de medios corporativos privados sino del grupo audiovisual público RTVE. La televisión que la extrema derecha llama “del régimen” nos alumbra con un relato ficción que legitima la injerencia y demoniza uno de los procesos de creación y participación popular más liberador que atesora la humanidad.

No debería haber visto estas noticias in situ porque tendría que estar precisamente en Venezuela participando en la Asamblea de los Pueblos por la Soberanía y la Paz de Nuestra América. A Caracas deberían haber arribado más de 2 mil internacionalistas para defender la Venezuela democrática. Ocurre que el cerco de EEUU dejó a cientos sin embarcar. El intento unilateral e ilegal de cancelar el espacio aéreo venezolano afectó rutas y enlaces. Pese al asedio, el encuentro contó con la presencia de más de 500 internacionales, un éxito de solidaridad y articulación de los pueblos frente al imperialismo.

Mientras delegaciones de más de 50 países debatían en Caracas, la usina del despojo desplegaba sus armas materiales y simbólicas. De las primeras se ocuparon militares estadunidenses. De las segundas, medios internacionales. Para cada escenario una coordenada. El mar Caribe y Oslo. Dos geografías, un mismo guion. La maquinaria made in Trump diseña el relato y los medios lo devoran y vomitan al unísono. Crónica de un teatro anunciado, se abre el telón y los focos apuntan a la entrega del Premio Nobel de la Paz a la mendigadora de intervención militar contra su propio país María Corina Machado.

El espectáculo dosifica sorpresas. La primera es que la premiada no acude a la ceremonia. Sí los presidentes derechistas de Argentina, Ecuador, Paraguay y Panamá. Recoge el premio su hija. “Mi madre nunca incumple una promesa, en unas horas podremos abrazarla en Oslo”. No más información de su paradero. Sí del otro escenario, el mar Caribe. Coincidiendo con la ceremonia sin “ceremoniada”, EEUU secuestra y roba un buque petrolero venezolano y empaqueta el video para que los medios lo emitan junto al teatro del Nobel.

Al otro día el show continúa. La galardonada aterrizó a media noche en Noruega en jet privado tras una “odisea” para huir del país. La televisión pública española sigue el guion. Dirigen la operación “exmilitares estadounidenses de un grupo privado”. Trump colaboró “extraoficialmente con servicios de inteligencia”, el dinero llegó de ”donantes generosos”. La prioridad no fue llegar a la ceremonia, sino salvar su vida. “Salió en carretera de Caracas y superó numerosos controles militares hasta llegar a la costa. Desde un puerto desconocido se subió a una barca de madera y navegó hasta alta mar, donde esperaba el grupo de rescate en una lancha. Era el tramo más peligroso. Navegaron horas solo con la luz de la luna para evitar los radares, y el mar estaba muy bravo. Las olas altas son buenas para pasar inadvertidos, pero muy malas para conservar la vida. Vencieron al mar y llegaron hasta la isla de Curazao, donde esperaba el avión que aterrizó en Noruega”. María Corina asegura que llegó a temer por su vida. En la era de la tecnología digital no se ha mostrado una sola imagen que respalde el relato. Días después anuncian que en la travesía se fracturó una vértebra.

El historial real de la Nobel de la Paz confirma que el traje de promotora de la violencia no le encaja como capricho retórico. Pero Corina es solo una pieza de un engranaje complejo llamado imperialismo. Sus horas más bajas coinciden con una amenaza militar sin precedentes de EEUU contra Venezuela que necesita legitimarse mediáticamente. Se inventan así cárteles, soles y narcoestados. Para aupar el rostro de la oposición interna, aparece en escena el fulano premio.

El tiempo del Nobel y la piratería en el Caribe coincide a su vez con la publicación de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que sitúa el interés prioritario de su política exterior en América Latina y el control de sus recursos para enfrentar a China, «principal competidor estratégico». Europa y sus medios oficiales hacen de comparsas.

El legado de Mattelart nos advierte que el camino hacia otra comunicación está enraizado con el camino mayor por superar las relaciones sociales vigentes. Eso requiere, decía el maestro, de la participación protagónica de los y las oprimidas en la batalla de clases.

Hoy en Venezuela se libra un importante capítulo de esa brega histórica. Todos los dispositivos opresores, materiales y simbólicos, apuntan contra ella. En una nueva declaración de guerra que ordena el bloqueo total “de todos los petroleros que entran y salen de Venezuela”, Trump amenaza: “la conmoción para ellos será como nunca antes la han visto, hasta que devuelvan a Estados Unidos todo el petróleo, las tierras y otros activos que nos robaron previamente.” Todos los dispositivos para la defensa de Venezuela, dentro y fuera, son necesarios. Es tiempo de tomar posición. Callar es otorgar al campo de sentidos dominante. No es poca cosa lo que está en disputa. Hoy en Venezuela -hay quien no lo quiere ver- ese camino al que se refería Mattelart está abierto y se llama vía comunal al socialismo.

Esta es una versión extendida del artículo publicado en el periódico La Jornada de México el 18/12/2025
Texto replicado en Rebelion