«Apenas a unas horas de la toma de posesión del presidente Nicolás Maduro Moros, los motores de la violencia vuelven a rumiar su detrito de odio. Las redes se calientan desde hace días y María Corina llama a su gente a salir a la calle hoy 9 de enero (…) ¿Entrará Edmundo a Venezuela tal y como promete? ¿Montará su show en la frontera? ¿En qué frontera? ¿Se autoproclamará siguiendo la senda de Guaidó?».

En la sociedad del algoritmo, hablar en abstracto de guerra cognitiva o fascismo cibernético deja un poso de incredulidad en quien lo lee o escucha. Resuena en las conciencias digitales como una especie de verborrea contrahegemónica que mil veces repetida no se percibe como verdad sino todo lo contrario. Recorrer la Venezuela profunda nos ofrece una visión más ajustada de la cartografía social de la violencia. Un atisbo cuasi palpable de las dimensiones del fenómeno de incubación digital del odio y el miedo. Es desde ahí, caminando esas entrañas populares, cuando logramos atisbar algo de la realidad real, la verdadera anchura de la guerra desplegada contra el neocórtex de este pueblo.

En varias reuniones y conversaciones con compañeros de confianza de diferentes territorios del país, nacen los relatos de a pie, la narrativa cotidiana del miedo. Primero nace la necesidad, en esas reuniones colectivas, de la catarsis, de poder contar en espacios de confianza la gravedad de lo vivido, la proporción de la violencia, literal y simbólica, desplegada sobre cuerpos y conciencias. Así comprobamos que prácticamente todas las familias de Venezuela han sido tocadas por esta incubadora del odio.

¿Odio a qué y a quién? No es un odio impreciso. Hablamos de un odio focalizado, de objetivos concretos y bien definidos. Odio al gobierno, al chavismo, al bolivarianismo. Odio a lo común, lo comunitario y lo comunero. Odio no teledirigido. Odio virtualmente dirigido que hace mella en el estado emocional de los consumidores de contenidos sin filtro, en especial en la juventud, y se expresa de forma espontánea en sus actitudes y respuestas. El odio penetra así en el cuerpo social extendiéndose como una mancha de aceite a primera vista imperceptible. “Afectó a nuestras familias, amistades, a nuestras comunidades”, afirma un compañero. Ese odio inducido cuenta con otra dimensión nada espontánea que complementa el clima emocional establecido para accionar la válvula de la violencia.

Un ejército de “comanditos” guarimberos con instrucciones claras y objetivos precisos se encarga de desparramar materialmente el odio y el terror por las calles venezolanas.  Y ahí llega la amenaza explícita y la persecución literal a dirigentes políticos, líderes de organizaciones sociales y comunitarias, jefes de UBCH, así como a sus familias y entorno. Un ejército formado mayoritariamente por muchachos jóvenes e incluso adolescentes -no es casual- que llegan hasta sedes de gobierno y de partido, instituciones públicas, escuelas, centros médicos, radios comunitarias, gimnasios deportivos y hasta las puertas de las casas.

Gaudi es una mujer campesina de las históricas cooperativas del campo de Monte Carmelo, en Sanare, Estado Lara. Emblema en la lucha por la naturaleza y la conservación de la semilla originaria en Venezuela, participó, como muchos otros campesinos, en la redacción de la Ley de Semillas. A sus 73 años, en junio sufrió un ictus del que se sigue recuperando, manteniendo intactos “los pensamientos libres y soberanos”. Los días posteriores a las elecciones, su casa fue rodeada por guarimberos motorizados, gritando improperios y amenazas. Llegaron a lanzar un cóctel molotov al patio que de haber prendido en la casa habría sido un desastre monumental. Los propios vecinos increparon a los violentos hasta lograr dispersarlos. Según nos relata la propia Gaudi, por suerte ellos “no obedecieron las órdenes que tenían, que eran quemar, destruir el dispensario, la escuela… La cosa no fue tan fuerte como en otros sitios. Con los llamados comanditos hicieron mucho daño”. En escenarios similares, otros referentes sociales acabaron asesinados, apaleados, tiroteados, engordando las páginas de la infamia neofascista en Venezuela.

Los días posteriores a las elecciones presidenciales del 28 de julio son el momento álgido de un escenario de violencia inducida y planificada que se teje desde tiempo atrás. Operadores locales fueron cooptados y financiados en barrios y territorios por la oposición para pasar información y calentar el escenario previo al 28 de Julio. Otros son reclutados vía virtual por la metralla cibernética que anega las pantallas. Sectores más o menos descontentos con el gobierno son absorbidos por la órbita del relato ficción y alistados a la batalla. Previa creación de la percepción virtual de un triunfo seguro de la oposición, la victoria del chavismo destapa la olla a presión y se dispara el pico de violencia, diseminada en calles y redes. Mensajes de amenaza por WhatsApp y llamadas con el objetivo de generar pánico en los militantes, con el foco prioritario en la juventud.

Es el caso de un joven compañero y amigo de cuyo nombre preferimos no acordarnos, líder comunitario en un barrio popular de una provincia del interior, quien vivió en sus carnes el pánico por ser militante chavista de la Juventud del PSUV. “Días antes de las elecciones varios chamos de aquí de la comunidad me mandan mensajes diciéndome `maldito chavista, te vas a morir, tú y todos los tuyos”. Al principio no le dio mucha importancia. El día 29, tras trabajar desde el día anterior en la sede del partido, “al medio día me traen a mi casa. Yo me echo a descansar, y a eso de las 7 de la noche empiezan a mandarme mensajes. Como 5 o 6 mensajes seguidos: `maldito, te vas a morir, te vamos a matar, sé dónde vives, un pocotón de palabras obscenas. Al principio era un número de aquí de Venezuela. Pasan unos minutos más y me siguen enviando mensajes también de Colombia, de Argentina, de otros países. Alrededor de 12 o 13 mensajes en esa línea”. Desde Caracas reciben la indicación de desactivar la foto del perfil, el nombre, los datos personales. Los mensajes cesan. Días después publica una noticia en Facebook sobre la victoria del Presidente y las amenazas por WhatsApp se activan automáticamente. El Big Data al servicio del imperialismo y su maquinaria del terror. El engranaje digital se perfecciona con los operadores territoriales. “De vuelta en mi casa, una cantidad de motos rodando, rondando la casa. Yo pensaba que venían por mí. Ya había visto varios videos de varios compañeros a los que les han ido amenazando a sus casas, les han tirado piedras. Fue una situación ruda y un caos total durante más de una semana”. El caso del compañero no fue un caso aislado sino tónica general en todo el país. “Eso mismo les ocurrió a otros chamos de mi parroquia. Se salieron de los grupos, dejaron de participar y se salieron de la Juventud por el miedo, porque algunos de ellos vivían en zonas donde en su mayoría eran opositores”.

La manipulación mediática se construye de lo global a lo local y de lo local a lo global, y es ahí donde son fundamentales para la gramática del odio los operadores locales y su capacidad de generar imaginarios que legitimen la violencia. Es paradigmático el video de un sacerdote dando la bendición a jóvenes guarimberos encapuchados que pretendían quemar la base de misiones y un gimnasio vertical de la ciudad de Valera. Las imágenes muestran cómo el cura se baja de una moto y dibuja la cruz con agua bendita en la frente de los adolescentes. Con la venia de la Iglesia, se esparce la violencia.

“Fueron acosadas miles. Porque la mayoría, el 70% de las jefas de calle y comunidad son mujeres. Fueron acosadas en sus casas. Una señora en un barrio en el oeste de Caracas, de 84 años, le llegaron los comanditos, a las 2 de la mañana del martes 30 de julio”, relataba Nicolás Maduro el pasado agosto en la Cumbre Internacional contra el Fascismo. El Presidente contó el caso de la líder de la UBCH Mayaury Coromoto Silva, de Aragua, quien a sus 49 años “fue capturada, secuestrada, atacada y destrozado su cuerpo. Asesinada a tiros. Le destrozaron la cara a tiros un grupo de comanditos. Todos están capturados, en juicio”, afirmó Nicolás antes de abrazar a su esposo e hijos presentes. 27 asesinados en apenas unos días tras el 28J.

“Que el miedo nos tenga miedo” es uno de los lemas de la oposición venezolana liderada por María Corina Machado. El odio y el ataque a la psique y lo emocional se incuba afuera de las fronteras, pero también se ejerce. Compañeros relatan cómo recibieron llamadas y mensajes de familiares y amigos venezolanos en el exterior amenazándoles con que si querían volver a verles, no se les ocurriera votar por el `coñoemadre de Maduro´. Así miles de familias. Como un ejército entrenado por el mismo patrón, reproducen un libreto que condiciona el cariño hacia sus familiares a una decisión electoral.

En las conversaciones de la Venezuela adentro comprendo que la mayor victoria reciente de este pueblo no es la electoral. Tampoco la victoria de las movilizaciones chavistas en calles desbordadas marchando para defender al gobierno. La mayor victoria de este pueblo no se aprecia en el cómputo de votos ni en una foto aérea. Esa victoria tiene que ver con el hecho de que Venezuela hoy no esté sumida en una guerra civil. Es ahí donde quieren conducirla los amantes del odio, la fábrica de sentidos neofascista. En cualquier otro contexto, con apenas una dosis de la inyección masiva de inquina clavada en la piel venezolana, el desborde violento estaría asegurado. No es casual que en Venezuela, días después de las elecciones, reinara la calma. Como venimos analizando, se debe a diversos y complejos factores que combinan el acumulado político con la respuesta decidida del gobierno. Pero sería un tremendo error obviar un factor relacionado con algo genuinamente venezolano: su tendencia cultural a la convivencia, la hermandad, el sentido del humor, el espíritu comunitario. La cultura popular venezolana se convierte en escudo contra la ofensiva del neofascismo digital. Sin lugar a dudas, la mayor victoria del pueblo venezolano es el triunfo de la convivencia. Esa dimensión es incapaz de medirla ni comprenderla la mal llamada inteligencia artificial.

Justo eso es lo que pretende quebrar en estos días la reofensiva mediática y la escalada injerencista contra Venezuela. Apenas a unas horas de la toma de posesión del presidente Nicolás Maduro Moros, los motores de la violencia vuelven a rumiar su detrito de odio. Las redes se calientan desde hace días y María Corina llama a su gente a salir a la calle hoy 9 de enero. Su testaferro Edmundo González Urrutia, huido y refugiado en el Reino de España desde hace meses, realiza su tour por América Latina, reuniéndose con lo más granado de los mandatarios de la necropolítica hasta llegar a su epicentro y torre de control, EEUU, buscando apoyos y reclutando expresidentes para la cruzada final.

El carácter alegre y comunitario impregnado en la llamada venezolanidad es, como decimos, un antídoto eficaz contra el fascismo. Pero cuidado. Parafraseando a Alí Primera, no basta con amar. Como dicen acá, “hay que estar pilas”. Enfrente, nada menos que un imperio.

¿Entrará Edmundo a Venezuela tal y como promete? ¿Montará su show en la frontera? ¿En qué frontera? ¿Se autoproclamará siguiendo la senda de Guaidó? ¿Se volverán a desatar focos de violencia organizada y dirigida contra el chavismo? ¿Viviremos otro escenario de fascismo de matriz cibernética? ¿Vencerá una vez más la paz y la convivencia? Cómo se desarrollen los hechos en las próximas horas está por ver. Lo seguro es que miles y miles de jóvenes, estudiantes, campesinos, pescadoras, comuneros, milicianas, trabajadores, militantes venezolanas y venezolanos, junto a más de dos mil internacionalistas de todo el mundo, tomaremos las calles y avenidas de Caracas para acompañar al presidente legítimo de Venezuela, defendiendo la Revolución bolivariana en este nuevo capítulo histórico de la lucha de clases internacional que se libra en la tierra de Bolívar y Chávez. Adarga al brazo y alerta pues.