Cada día el barrio se ilumina de colores, música y voces. Pasajeros entrañables y extraños en tiempos acuarentenados. Mañana hablaremos del día. Hoy hablemos de la oscuridad. Llegada la noche, la otra ciudad clama su protagonismo frente a nuestra ventana. Escenario de un teatro del absurdo. Imagen nihilista de un mundo que ha perdido el norte y hace tiempo olvidó su sur. El rascacielos ColPatria, al caer el sol, enciende su retahíla. Tras el ronroneo diurno de música del pueblo, llega el silencio de la oscuridad a iluminar el disparate. Puntos de luces salteados esconden vidas y llantos. Hacia adentro de esas ventanas, miles de familias se preguntan cómo salir adelante entre tanta pandemia. Mañana hablaremos de lo divino y de lo humano. Hoy hablemos del fango. Banderas flamantes deambulan frente a nuestra ventana amarradas como lagartijas al edificio más alto de Colombia hasta 2016. 50 pisos. 196 metros. 3 mil toneladas de acero. 6 mil metros cúbicos de hormigón. Cada noche, un nuevo pase de esta obra del absurdo sin fin ni gracia ninguna. El hotel y centro de convenciones Tequendama, “en el corazón financiero de Bogotá”, alberga salones de lujo, piscinas, spa, lámparas con ribetes dorados y pianos de cola. Para “una estadía llena de comodidad perfecta para vacaciones y viajes de negocios”. En la esquina del barrio, abajito, pies sin techo se acercan a la pila de bolsas de basura. Sus manos sin techo rebuscan, eligen. Sus hombros sin techo regresan cargados de bolsas a algún rincón sin techo ni lámparas con ribetes ni pianos de cola. Mañana hablaremos de las sombras. Hoy hablemos de las luces. En días de virus múltiples, las banderas de los países más afectados por ese otro virus bautizado como SARS-CoV-2, se yerguen cada noche frente a nuestra ventana. 827 tiras flexibles de 15 metros, cada una con 50 nodos LED RGB. Más de 40 mil fuentes de luz. Hoy es el turno del Sacro Imperio Romano de Occidente. Perdón, Vázquez Montalbán se apoderó de nuestras lenguas. Quisimos decir, los gloriosos Estados Unidos de América. El teatro del absurdo travesea con lo incoherente. La función de hoy realza el disparate desnudando coherencias. La capital de Colombia luce la bandera de su amo. Maldita lengua indómita… quisimos decir, de su glorioso protector, su santo, su señor. Benditos seamos en su vientre. Esperamos no incomodar su digestión. En esta orilla, bajo lo oscuro, el barrio amaina su música, se esconde sin esconderse. Canta en silencio. Vive. Sufre. Tiene miedo. Sueña. Los cerros Orientales, silenciosos, observan la tragicomedia. Testigos sempiternos de las luces y las sombras.
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