Cuando acaba un conflicto armado llega el momento, primero, de curar heridas y luego, ojalá, de reconciliación, de paz y de convivencia para que la historia no se repita y para que lo que las balas no resolvieron, e incluso lo que las balas enfangaron, lo afronte el espacio de la política.

Hoy ETA anuncia su definitiva disolución, después de que en 2011 abandonara las armas. Ahora podemos limitarnos a hacer una lectura superficial del conflicto vasco y repetir el eco de los grandes altavoces de la verdad o hacer una lectura que incluya la complejidad, los recovecos, las oscuridades, los orígenes, las causas. Lo primero nos condena a los caprichos de la historia. Lo segundo igual nos capacita para afrontar con garantías de no repetición el futuro.

Para entender mejor las cosas, nada mejor que salirse del dolor de la propia carne y mirar a otras sociedades, a otros procesos. El Perú guarda un pasado de guerra interna brutal. Hoy, lejos de estar superado. Por muchos motivos. El padre Chiqui, sacerdote jesuita a quien tuvimos el placer de conocer y entrevistar en Lima y natal de Zaragoza, lleva más de 35 años trabajando con niñas y niños de pandillas, en zonas conflictivas y poblaciones vulnerables y empobrecidas. En esta breve semilla de su entrevista nos habla de conflicto, reconciliación y presos políticos.

«Si queremos un país reconciliado tenemos que acoger a todas las personas que puedan aportar en la reconciliación» (Padre Chiqui)