Recorriendo las calles del Centro de Santiago de Chile, dos caninos, diferentes en tamaño y forma al modo de Bud Spencer y Terence Hill, pasean en sentido contrario a nosotros. Saben adonde van, a diferencia de nosotros recién llegados. Buen ritmo y semblante, uno de ellos, el equivalente de Terence, abandona la acera para dejar pasar a los peatones con los que se encuentran y después se sube antes de que el primer coche pase. Sube y baja de oído. Caminan libres, humanizados, y no están solos. A lo largo de nuestro recorrido nos topamos con decenas de ellos; son los perros de la calle de Santiago, conocidos por los santiaguinos como «los perros vagos».

Del mismo modo que el mobiliario urbano, los perros son un decorado más de la gran urbe. Los encuentras en las puertas de los grandes teatros, en los bancos, en las marquesinas del bus, frente al palacio de La Moneda, a ambos lados del rio Mapocho, a los pies del Cerro de San Cristóbal, en los comercios de Providencia y en las calles de Nuñoa, solitarios y en grupo, adormilados y vencidos por el calor, jugando entre ellos en los parques… Pero no se imaginen perros desnutridos, viejos y garrapateados. Tampoco imaginen una ciudad dinamitada al modo barrio madrileño. No sé dónde evacuarán estos caninos, lo cierto es que rara vez te encuentras un excremento, y los que hay, déjenme conjeturar, podrían pertenecer a esa élite canina que duerme de puertas para adentro. Y teniendo en cuenta, además, que Santiago no es una ciudad tipo el pueblo de mi padre, tranquilo aunque habitado en la sierra abulense, sino un gigante tipo Gulliver, donde los edificios residenciales pueden alcanzar las 30 plantas de altura y donde coches, taxis, bicicletas y buses se recorren la ciudad a giro de rueda y algún que otro toque de claxon, estos perros son unos genios de la supervivencia de las deplorables actitudes humanas.

Desde nuestra discreta distancia entendemos que esto trasciende la mera anécdota. Y el problema se torna real cuando ves que esto no es circunstancial sino territorial. Detrás de este reportaje fotográfico está el abandono y la irresponsabilidad. Queremos dejar una nota de esto desde nuestra posición de respeto a los animales.