Semilla de la entrevista a la socióloga, periodista y luchadora por los derechos humanos de América Latina, Diana Ávila Paulette, quien nos dejara el pasado diciembre de 2017. Diana nos habla de Perú, presos políticos y derechos humanos. Gracias Diana, y hasta siempre.

Compartimos un bello texto dedicado a Diana del Diario UNO:

Las manos de Diana

Hace 15 meses que Diana Ávila se me apareció, y si yo hubiera sabido que se trataba de un sueño, habría tratado de no despertarme.

El 17 de julio de 2016, tenía ella que hacerse visible en el aeropuerto de La Habana donde llegaría procedente de México. Mientras la esperaba, vi arribar decenas de médicos cubanos que regresaban de uno y otro lado del mundo tras de cumplir una misión en apoyo de las poblaciones desvalidas. A lo mejor, Diana era una de esas encantadoras mujeres vestidas de blanco.

No, no era una de ellas. La verdad es que yo no sabía si la iba a reconocer porque hasta entonces solamente habíamos sido amigos telefónicos que levantaban el auricular para escucharse cada noche en uno y otro lado del continente.

Sabía de ella, pero su rostro tenía que inventarlo. La primera vez que leí acerca de ella fue en “Una biografía no autorizada del mundo” de Michael Riordon. (An Unauthorized Biography of the World: Oral History on the Front Lines).

En ese libro conocí el nombre de Diana Ávila Paulette. Socióloga y periodista peruana, era la única latinoamericana entre los diez importantes científicos y luchadores sociales que la Universidad de Columbia había escogido para que describieran cómo es nuestro planeta y cómo lo sufren los más pobres entre los pobres, las mujeres del campo.

Casi tres décadas fuera de Perú hacía explicable que yo no hubiera oído hablar antes de mi compatriota. Una especulación periodística me revelaría en otra ocasión que entre las ONGs más importantes del mundo se hallaba la Consejería de Proyectos para los refugiados latinoamericanos, una entidad internacional cuya directora durante 20 años había sido la peruana Diana Ávila. Algunos observadores creían que esa ONG podía tener muchas opciones para el premio Nobel de La Paz.

Leí más y me enteré que el ámbito de acción de aquella se extendía por toda nuestra desventurada porción de América. En todos los países donde se hubieran sufrido guerras internas, allí estaba la gente de la Consejería.

De entonces para acá, que sabido mucho más de Diana. No trabajaba frente a una computadora en Nueva York ni se hacía publicidad publicando estadísticas. En uno y otro lugar del continente, ha estado ella desafiando abismales carreteras y caminando en busca de las familias desplazadas por los conflictos internos.

Antes de conocerla personalmente, hice amistad con los miembros de una familia que había entrado en los Estados Unidos en busca de los sueños de América.

Como ya lo he contado anteriormente, ellos me hablaron de Diana como de un personaje legendario que –al salir ellos de su devastada Huancavelica- los había ayudado a instalarse en Lima y, con su ONG, les había proporcionado alimentos, ayuda médica. Y lo mismo había hecho en Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia, América del Centro.

En todos estos años, centenares de familias en uno y otro lado del continente se han trasladado desde las montañas hasta las ciudades populosas y brutales en busca de vivir en paz. La vida comenzaba ser distinta para ellos cuando la Consejería llegó hasta sus ámbitos

Acabo de leer unas confesiones de Diana sobre su vida y sobre su tarea en “La ilusión de un país distinto”, un libro en el que Luis Pásara entrevista a destacados representantes de la izquierda peruana. Sé por todo lo que dice ese texto, que Diana ha vivido amando la paz y por eso se ha estado preparando siempre para el combate.

El 17 de julio de 2016, mi preocupación se reveló infundada. Bastó con verle su sonrisa y descubrí que era la misma muchacha a quien había visto en Facebook.

Una dolencia la tiene hoy postrada, pero acabo de conversar con ella. Como lo ha hecho en toda su vida, está luchando. Abrió los ojos y me sonrió, y eso me dio consuelo porque entendí que mi país no será tan desdichado si una sola persona como ella entrega al mundo su corazón generoso.

Mientras ella da la pelea y su corazón resiste, sus ojos miran sin cesar el cielo y sus manos comienzan a habitar para siempre en las mías.