LA CIUDAD COMUNAL
Por José Roberto Duque
«Debe diseñar el futuro sin desechar u olvidar los modelos, dispositivos, tecnología y prácticas culturales de la ciudad precapitalista: lo que funcionaba antes de la irrupción del modelo norteamericano».
Caracas | 8 de abril de 2021 | Fuente: CiudadCCS
En los temas de mayor o menor importancia para el país o la humanidad uno a veces se lanza y nada en la superficie, a veces solo surfea, y otras se zambulle a fondo, hasta que aguanten el cuerpo y los pulmones. Personalmente, debo la profundización en el tema de la ciudad del futuro, la ciudad necesaria, la ciudad anticapitalista, a las muchas conversas con Ramón Mendoza (El Cayapo) y luego al encuentro con constructores empíricos que no se limitaron a soñar el hábitat, sino a practicarlo en los límites de sus respectivas casas.
Sin querer, o queriendo, he mencionado al final del párrafo anterior una de las claves poco mencionadas del asunto: la ciudad actual y la que viene comienzan y terminan en una casa, en un entorno cercano y en el componente humano que les otorga sentido y funcionamiento. Entonces: si la ciudad que queremos y/o proponemos los revolucionarios es una construcción anticapitalista:
• Debe prescindir, gradual o violentamente, del modelo de vivienda y comunidad que le sirvió al capitalismo, e incluso alguna vez pareció que podía funcionar;
• Debe girar, gravitar y funcionar alrededor de una o varias actividades productivas que hagan posible su autosustentabilidad;
• Debe ser habitada y movida por comuneros (comunero: sujeto que le entrega a la Comuna la mayor parte de su tiempo, su energía, su amor y su creatividad);
• Debe diseñarse colectivamente a partir de la realidad geográfica, clima, historia, componente social, necesidades actuales y proyectos futuros de cada Comuna o comunidad;
• Debe ejecutar con conciencia revolucionaria las misiones y tareas de demolición de las prácticas y conceptos que sostienen a la ciudad actual (propiedad privada, sustrato religioso y medieval contenidos en las nociones “parroquia”, alcaldía, etcétera);
• Debe tomar en cuenta que la convivencia de la nueva forma de ejercicio de la ciudadanía con la actual es transitoria. Que es preciso ir abandonando las prácticas que le dan sustento al capitalismo mientras diseñamos y ejecutamos las siguientes;
• Debe diseñar el futuro sin desechar u olvidar los modelos, dispositivos, tecnología y prácticas culturales de la ciudad precapitalista: lo que funcionaba antes de la irrupción del modelo norteamericano (capitalismo industrial, extractivismo y mercantilismo) y pudiera volver a funcionar.
Casi todo lo anterior está formulado o propuesto en el proyecto de Ley sometido a discusión por la Asamblea Nacional. Digamos que lo esencial, que es el proceso de desmontaje de un modelo y la construcción de otro, con criterio de audacia rodriguista, está allí plasmado.
Como suele suceder, porque somos producto de una sociedad que todavía palpita y hemos sido moldeados conforme a un sistema de referentes, un lenguaje y unos cánones que no siempre detectamos, o no siempre consideramos nocivos, se han “coleado” en el proyecto conceptos y estructuras que no son solo detalles o formas de expresión, sino que vienen incrustados en la médula del asunto. Por ejemplo, el tema Bancos Comunales, y expresiones como esta: “Fortalecer el sistema microfinanciero comunal mediante la aplicación de políticas públicas democráticas y participativas en la gestión financiera”. Por mucho que la palabra “comunal” insurja allí como representante del nuevo tiempo, su contraparte es demasiado potente como para no darse cuenta de que está ganando la pelea: la dupla ”banco” y “financiera”. Queremos construir comunas, pero seguimos invocando el concepto y la utilidad de los bancos; ni mas ni menos, en los elementos que ayudaron a estallar y propagarse por el mundo al capitalismo financiero desde los siglos XIV y XV.
Como es el tiempo de la discusión y de la construcción colectiva no procede impregnar los análisis del natural pesimismo de quien no lo ve todo redondeado ni pulido. Pero sí proceden la cautela y el ojo alerta, y sobre todo el calentamiento de los motores rumbo hacia la nueva realidad: no hay que quedarse en la formulación, es preciso avanzar hacia la construcción física de la sociedad que viene. Eso del mundo post-pandemia no es un discurso sino una necesidad (y, en el caso de Venezuela, un proyecto de país).