Por Claudio Katz

«A esta altura es muy evidente que no hubo ¨fin de la historia¨ y que la anunciada victoria final de Occidente sobre el resto de la humanidad, fue tan sólo un ¨momento unipolar¨ de fallida contraofensiva imperial»

16 de marzo de 2025

Trump afronta las mismas contradicciones que sus antecesores y tiene pocos instrumentos efectivos para atemperar esas tensiones. Debe lidiar con el declive económico estructural, que Estados Unidos contrarresta con fallidas ofensivas geopolíticas y militares.

Esos contragolpes no logran recomponer la supremacía perdida. Son incursiones que destruyen países de la periferia, precipitando escenarios caóticos que impactan sobre Occidente, agravando el retroceso de la primera potencia. Esa secuencia erosionó a Clinton, Bush, Obama y Biden, socavó al primer Trump y tiende a frustrar el actual replay del magnate.

La regresión económica de Estados Unidos presenta controvertidos indicadores en la comparación con otros socios de la Triada. Pero el panorama de ese contrapunto es desolador frente al rival chino. En 1970, el PIB del líder norteamericano era 11 veces mayor que su competidor y en la actualidad esa brecha apenas bordea el 1,5. Son incontables las estimaciones que anticipan una paridad y esa aproximación ya se verifica en el plano industrial, comercial y tecnológico. También comienza a vislumbrarse en la órbita financiera o monetaria.

A diferencia de los globalistas liberales, Trump no elude, ni disimula el agudo declive productivo de Estados Unidos. Descarta por completo las fantasías de una continuada primacía por meras ventajas en los servicios o como consecuencia de alguna magia en la internacionalización económica. Por eso reintroduce las viejas fórmulas proteccionistas y concentra todos sus cañones en frenar la involución industrial.

Pero ese sinceramiento discursivo no resuelve el problema. Lo que el globalismo encubrió y el trumpismo transparenta es un profundo retroceso, que no se supera con aranceles.

Destrucción sin réditos

El magnate repite con otro guion la misma fórmula de sus antecesores. Exacerba la exhibición de poder, para contrapesar las falencias económicas con mayor gravitación geopolítica y militar. Pero en los hechos, tan solo sustituye la cínica exaltación de la democracia por brutales mensajes de supremacía del más fuerte. Ese cambio retórico, no modifica las nefastas consecuencias del gigantismo militar sobre la decreciente productividad estadounidense.

Mientras el complejo industrial militar amplía contratos y ganancias, el grueso de la economía yanqui pierde posiciones a escala internacional. Las prioridades de inversión del lobby del Pentágono contradicen muchas necesidades de las empresas globalizadas. Además, el mantenimiento de las 867 bases militares en el mundo impone un despilfarro anual, que oscila entre 100 y 250 mil millones de dólares.

El desbocado mandatario no tiene alternativas, para superar el modelo imperial que destruye países sin consecuencias favorables para Estados Unidos. Desde el 2001 esa estrategia insumió ocho billones de dólares, ocasionó la muerte de 4,5 millones de personas y provocó el desplazamiento de 38 millones de individuos (Poch, 2024).

Clinton inauguró esa secuencia en 1999 con los mortíferos bombardeos a Serbia, que precipitaron la desintegración de Yugoslavia. De esa balcanización emergieron mini estados artificiales como Kosovo, para albergar la mayor base militar estadounidense de Europa. La limpieza étnica de las minorías, el reino del contrabando y los desplazamientos de pobladores han sido los efectos perdurables de esa intervención.

Posteriormente Irak fue demolido con burdos pretextos. El desmantelamiento del ejército de ese país para crear un fallido Estado colonial, provocó una guerra de milicias chiitas y sunitas, que destruyó los últimos vestigios de esa sociedad. El poder político quedó repartido entre diferentes confesiones religiosas, que capturaron el manejo del petróleo, en desmedro de una población brutalmente empobrecida.

Al poco tiempo Libia fue igualmente aniquilada y el Estado más próspero de África, quedó transformado en un campo de retención de los migrantes que llegan al Mediterráneo. Las dos bandas -que desde Trípoli y Sirte se disputan los tributos de ese control y los réditos del petróleo- han arrasado con todas las mejoras sociales del pasado.

Siria es el escenario más reciente de la misma secuencia de atrocidades, que tuvo su debut asiático en Afganistán y mantiene aún pendientes la destrucción total del Líbano, Somalia y Sudán. La programada pulverización de Irán derivaría en catástrofes de otra escala.

El mundo «pos americano»

El desguace que provocó el imperialismo yanqui en Ucrania es otro ejemplo de cataclismos sin réditos para Washington. Su regresión económica le impide transformar los territorios que arrasa en ámbitos de inversión productiva.

Estados Unidos tampoco usufructúa en forma primordial del saqueo de los recursos naturales de las regiones destruidas. Esa desintegración suele potenciar el apetito de los depredadores locales, que comparten rentas con el mejor postor. Washington perdió la autoridad de antaño sobre esos subordinados y no logra efectivizar la primacía de sus intereses. Trump espera revertir ese retroceso maltratando a todos los países, pero en los hechos se guía empíricamente por el resultado de sus bravatas.

A diferencia de Bush, intenta eludir las invasiones y las guerras abiertas, retomando la tradición del aislacionismo. Los promotores neoconservadores de las incursiones externas se replegaron con Obama, se integraron a Biden y coexisten con otras fuerzas en el entorno de Trump (Barkan, 2025).

El fracaso de las expediciones de Bush desalentó al establishment, que se ha tornado reacio a repetir las agresiones en gran escala. Tomó nota de la humillación sufrida por Biden frente a los talibanes y rehúye nuevas deshonras del imperio (McCarthy, 2025). Por eso prefiere las guerras por delegación consumadas por Ucrania o Israel.

Trump intenta sustituir la carta militar directa con amenazas grandilocuentes, pero pierde credibilidad sin ese cimiento bélico. Esa contradicción ya fue visible en el primer mandato del magnate frente al test de Corea del Norte.

Fanfarroneó, amenazó, desafió y finalmente convalidó la simple continuidad de su contendiente asiático. Soslayó la confrontación con un país que erigió una efectiva defensa nuclear. El gobierno de Kim logró miniaturizar el artefacto atómico y transformarlo en el arma de supervivencia que no tuvieron Irak, Libia o Siria. Irán desarrolla ese escudo con premeditado escalonamiento.

El segundo Trump afronta los mismos problemas, sin muchas opciones para modificar el escenario actual. Frente a ese vacío, su incontinente verborragia anticipa la misma improvisación de su primer mandato. Esa conducta ya se verifica en los vaivenes que exhibe en los anuncios de incrementar aranceles. El magnate modifica todo el tiempo esas disposiciones. Un día instaura tarifas del 25%, luego las suspende y emite otra amenaza. La consistencia de lo hace es un gran misterio.

Seguramente volverá a presentar como grandes éxitos sus negociaciones fallidas, porque no está en condiciones de pulsear con Ji Xin Ping, dar carta libre a Netanyahu y arreglar con Putin. A diferencia del 2017 debe lidiar ahora con conflictos bélicos de mayor porte. Su gran apuesta inmediata es someter Europa, neutralizar Rusia, doblegar China y amoldar Medio Oriente, para exhibir logros geopolíticos que vigoricen su mercantilismo económico.

Pero Trump gestiona en plena expansión de la multipolaridad, que sucedió a la bipolaridad de la segunda mitad del siglo XX y a la unipolaridad de principios del nuevo siglo. Frente a esta dispersión del poder mundial proclama el próximo ¨engrandecimiento de América¨, con la misma contundencia que hace dos décadas se anunciaba el debut de ¨un nuevo siglo americano¨.

A esta altura es muy evidente que no hubo ¨fin de la historia¨ y que la anunciada victoria final de Occidente sobre el resto de la humanidad, fue tan sólo un ¨momento unipolar¨ de fallida contraofensiva imperial.

Ese antecedente torna poco verosímiles las diatribas actuales de Trump. Mientras ensalza el inminente renacimiento de la primera potencia, en los hechos confronta con la irrupción de los BRICS y su promoción de un mundo ¨Pos americano¨(Savin, 2024). Ese llamado encuentra eco porque tiene más viabilidad que las fantasías del lenguaraz de la Casa Blanca.

                                                                                   18-2-2025

Referencias

Nolan, Gerry (2025). Yankwashing : cómo el imperio borra la verdad 28/01, https://rebelion.org/yankwashing-como-el-imperio-borra-la-verdad/

Klare, Michael (2025). La geopolítica de Donald Trump https://www.eldiplo.org/la-era-del-imperialismo-tecnologico/la-geopolitica-de-donald-trump/

Poch de Feliu, Rafael (2024) La quiebra de Siria aumenta la tragedia palestina

https://rafaelpoch.com/12/10/la-quiebra-de-siria-aumenta-la-tragedia-palestina

Barkan, Ross (2025). Donald Trump’s Fake Imperialism https://nymag.com/intelligencer/article/the-gulf-of-america-and-donald-trumps-fake-imperialism.html

McCarthy, Daniel (2025). Se acabó: Biden representa el último aliento del fallido internacionalismo que siguió a la Guerra Fría https://www.sinpermiso.info/textos/se-acabo-biden-representa-el-ultimo-aliento-del-fallido-internacionalismo-que-siguio-a-la-guerra

Savin, Leonid (2024) Multipolaridad rugientehttps: /www.geopolitika.ru/es/article/multipolaridad-rugiente