NO ES LO MISMO QUE LA MISMA.

UNA SIMPLE OPINIÓN

Por Jairo Fuentes | Dignidades desde la Prisión

«Las mujeres han tendido que pelear y morir por sus derechos, tal como ha pasado con todos los derechos, incluidos los de los hombres. Los derechos nunca han sido una concesión, son una conquista… Donde las mujeres los han conseguido, lo han hecho a costa de persecución, prisión y sangre».

«Libertad era un asunto mal manejado por tres». Cantaba Piero, haciendo referencia a la dictadura militar en Argentina.

Por otro lado, hace algunos años, un amigo, para nada famoso, anónimo, por lo cual no vale la pena mencionar su nombre dijo, desde luego en broma siendo un asunto muy serio, que el problema de la igualdad consistía en que había quienes eran más iguales que otros. Tamaña contradicción, por demás.

Libertad e igualdad: conceptos, principios, derechos, que han sido causa de polémica desde que se descubrieron la filosofía, la política y la jurídica. Que han sido discutidos por todos y todas, no cabe duda; que han sido aplicados y gozados por unos cuantos, tampoco. Por ende, igualdad y libertad, son válidas según el poder que tenga quien las proclame y las haga valer.

Sea dicho lo anterior, un preámbulo para afirmar que la libertad y la igualdad no significan lo mismo, ni operan de la misma manera en el caso de hombres y mujeres.

Es así que desde siglos, la humanidad, antes que en clases, se dividió en géneros, y no estoy hablando de biología, y asignó a cada uno roles diferentes en los planos social, económico, político, religioso y desde luego moral.

En consecuencia, desde entonces, el hombre se ha considerado poseedor y ha hecho uso de todos los derechos naturales y jurídicos, mientras que a la mujer se le han negado o restringido muchos de ellos, desde los más elementales hasta los más fundamentales.

En ese orden de ideas, hasta la lingüística ha sido benévola con los hombres y cruel con las mujeres. Es así que muchos términos adjetivos peyorativos que reafirman la masculinidad, al mismo tiempo degradan la feminidad. No me voy a detener en la enunciación de los mismos, dado que, por un lado ya son bien conocidos, y por otro éstos pueden variar según los dialectos y la cultura.

Pero, siguiendo con la idea central, la igualdad y la libertad, entre otras proclamadas por la revolución francesa y los derechos del «hombre», del hombre (las mujeres no fueron sujetos de derecho), ratificados por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, siempre han mantenido a las mujeres en inferioridad de condiciones. Y lo trágico de la historia es que muchas mujeres lo ignoran, cohonestan e incluso defienden ese orden impuesto desde el patriarcado.

Como ejemplos solo algunos: la ley sálica de los franceses que prohibía que una mujer fuera heredera al trono; el código napoleónico, que castigaba la infidelidad femenina pero no la masculina; la ley misáica, que permitía la poligamia pero no la poliandría; ley que mantienen varios estados y religiones abiertamente y otras de manera velada está permitido que un hombre repudie a una mujer, pero no al revés.

Ahora bien, las mujeres han tendido que pelear y morir por sus derechos, tal como ha pasado con todos los derechos, incluidos los de los hombres. Los derechos nunca han sido una concesión, son una conquista. El derecho al trabajo, el derecho a la educación, el derecho al voto, el derecho a la autodeterminación; donde las mujeres los han conseguido, lo han hecho a costa de persecución, prisión y sangre. Y lo siguen siendo y haciendo de tal manera.

En ese contexto, es que hoy en el mundo se adelanta un candente debate en torno a la despenalización del aborto, habiéndose logrado en algunos paises, por lo menos de manera restringida en el ámbito jurídico, ya que en el social sigue existiendo juzgamiento y condena.

El asunto se torna complejo cuando en el mismo concurren la bioética, la política, la economía, y desde luego la religión y la moral. Pero el mismo debería tornarse sencillo si solo entrara en juego la libertad y la igualdad, siendo que en el aspecto jurídico se considera el no castigo y no la obligación. Es decir, si una mujer decide abortar, es su desición y debe ser respetada; eso no implica que la que no quiera hacerlo, obedeciendo a su libertad, a su concepto de la vida, a su moral social o religiosa, esté obligada a hacerlo.

Por tanto, la despenalización del aborto no conlleva ningun aliciente para que todas las mujeres interrumpan el embarazo, como tampoco la despenalización de la infidelidad, lo fue para que todas le pusieran cuernos a sus maridos.

Entonces, puede que no se esté de acuerdo con el aborto como método anticonceptivo, o en cualquiera de los casos, pero eso no otorga a nadie ningún tipo de facultad para juzgar y condenar a quienes lo compartan y lo practiquen.

Para finalizar, apenas poniendo algo más al debate me atrevo a decir, que si la naturaleza nos permitiera a los hombres quedar preñados, cabría la posibilidad (sería arriesgado y presuntuoso asegurarlo) de que el aborto nunca hubiese sido considerado como un delito.

Libertad e igualdad: asuntos que siguen siendo mal manejados… por muchos.