Por Luis Britto García

«Qué importa traicionar al pueblo del país más rico, extenso y poblado de América del Sur, si a cambio se obtiene una efímera presidencia del G-20 desde la cual defender los intereses del patrono de Estados Unidos vetando el ingreso al BRICS+ del país con mayores reservas probadas de energía fósil del mundo»

6 de noviembre de 2024 | Fuente: luisbrittogarcia

En el artículo anterior señalé que “haría falta un BRICS+ social, que evitara que la usuraria lógica capitalista convirtiera esta magnífica iniciativa en inmisericorde maquinaria de extracción gratuita de recursos naturales y mano de obra sin derechos laborales ni sociales”.

Bien están las iniciativas multipolares, mientras no se olvide que el mundo en realidad tiene dos polos: el de quienes trabajan y no tienen nada, y el de quienes no trabajan y lo tienen todo.

Dijo el Hijo del Hombre: “Nadie puede servir a dos patronos al mismo tiempo. Odiará a uno y amará al otro, o se dedicará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y a las riquezas”, (Mateo 6:24).

Viene esta reflexión a cuento porque el Lula que pretende servir al BRICS+ vetando el ingreso de Venezuela, es casualmente asimismo Presidente y servidor del G-20.

¿Y qué es el G-20?

El G20 es un foro internacional de Presidentes y de dirigentes de Bancos Centrales, integrado por la Unión Europea, y otros veinte países, cuyas economías suman el 85% del PIB mundial, y de los cuales sólo cuatro son países en vías desarrollo: México, Sudáfrica, Indonesia y Brasil. Otras catorce organizaciones están asociadas a él, algunas tan recomendables como el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional.

En otras palabras, el G20 representa, con las honrosas excepciones del caso, el exclusivo club de países ricos y de organizaciones gerentes de su hegemonía contra el cual se constituyó el BRICS+.

Que un político ocupe a la vez la presidencia de este Club de las plutocracias del mundo y de sus instrumentos de dominación (repetimos, con las salvedades aplicables), y al mismo tiempo sea miembro de la más importante organización contrahegemónica que se le opone, con derecho a vetar el ingreso a ella, resulta situación no sabemos si absurda, incómoda, amoral, ilegítima o todas esas cosas juntas.

Es como si se jugara para dos equipos competidores, se fuera juez y parte en el mismo juicio, o se ejerciera simultáneamente de sindicalista y de servidor del patrono: en este caso, de dos patronos.

Tal contradicción es tan evidente, que ni el mismo Luiz Ignacio da Silva se atrevió a presentar personalmente su curtida doble cara de político versátil en la reciente Cumbre del BRICS+.

Encomendó a su representante, Celso Amorim, vetar el ingreso de Venezuela alegando una imprecisa “ruptura de confianza”. No la hubo de Venezuela hacia Lula cuando éste fue enjuiciado por supuesta corrupción ni cuando su reelección fue cuestionada por masivo motín opositor.

Quien no confía en nadie no es digno de confianza.

Examinemos el caso da Silva, no porque él lo merezca, sino porque ejemplifica una trama que exige reflexión.

Repetidamente vivimos en América Latina y el Caribe (y hasta en el G-20) el caso de masas despojadas, depauperadas y explotadas al borde de la explosión social, a las cuales un dirigente providencial ofrece revolución, igualdad y reforma agraria, a cambio de sacrificios, sacrificios y más sacrificios.

Pasan años de sacrificios, sacrificios y más sacrificios sin reforma agraria, igualdad ni revolución hasta que el providencial dirigente se revela como agente del gremio patronal, las transnacionales, el FMI o el G-20, o de todos ellos a la vez,  y desaparece del horizonte de los eventos.

Cuando el Partido de los Trabajadores llega al poder en 2002, en lugar de enfrentar los capitales nacionales y transnacionales Lula opta por el asistencialismo: distribución de alimentos subsidiados Fome Zero (Cero Hambre), vivienda popular (Minha Casa, Minha Vita), pero deja de lado al Movimiento de los Sin Tierra, no realiza una Reforma Agraria, permite que el agronegocio se expanda y arrase con la Amazonia, y privatiza 45% de Petrobras en la Bolsa de Nueva York.

Los gobiernos del PT aumentaron en 54% el salario mínimo, disminuyeron el índice de GINI de desigualdad a 0,522, redujeron el desempleo a 4,5% y sacaron a unos 50 millones de la pobreza. Pero, según Theotonio dos Santos, siguiendo recetas neoliberales de su Banco Central, “Lula continuó la política de altas tasas de interés manteniendo la emisión de títulos de la deuda federal para pagar intereses de la deuda que fue construida sobre la nada con el único propósito de transferir recursos a una minoría que vive de estos intereses inexplicables (…) con lo cual el pueblo brasileño dejaba transferir cerca del 50% del ´gasto público´ a este sector reducido de la población” (http://www.alainet.org/pt/articulo/172474).

Según Silvio Schachter “En Brasil, la conciliación y alianza con los grupos económicos hegemónicos fue la fórmula mágica del PT para avanzar en el proyecto neo-desarrollista, conciliar el capital y el trabajo, al mismo tiempo que se garantizaba la gobernabilidad sin afectar las causas de la desigualdad, los privilegios de la élite, ni modificar ninguno de los pilares sobre los que se estructuran las relaciones sociales de dominación. En ese camino el PT decide abandonar su prédica socialista, los proyectos de transformación social radicales, moderar su discurso y ser un partido de la conciliación, del pacto social que garantizaría el orden institucional frente a un momento en que la desigualdad social amenazaba con quebrarlo” (“Bolsonaro, la dictacracia y el suicidio populista” https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=2932).

En otras palabras, en algunas de las dirigencias de Brasil –pero no sólo en ellas- parece cundir una cultura del acomodo, que la industria mediática satiriza en comedias trágicas como Roque Santeiro, Doña Flor y sus dos maridos, Cambalache, O Invasor.

¿Compartirá el lector mi impresión de que ese alineamiento con oligarquías nacionales y transnacionales conduce al pueblo brasileño a contemplar con indiferencia la inhabilitación política mediante lawfare de Lula y Dilma Roussef, a elegir al mediocre evangélico Bolsonaro y, reelegido da Silva, a abandonarlos a todos en las últimas elecciones, en las que favoreció ampliamente a centristas y centro derechistas?

Pero qué importa traicionar al pueblo del país más rico, extenso y poblado de América del Sur, si a cambio se obtiene una efímera presidencia del G-20 desde la cual defender los intereses del patrono de Estados Unidos vetando el ingreso al BRICS+ del país con mayores reservas probadas de energía fósil del mundo.

Para quienes todavía duden de la alineación de las dirigencias del coloso sureño, entre el 18 y el 19 de noviembre se celebrará una Cumbre de los dirigentes del G-20 en Brasilia, a la cual seguramente ningún accidente doméstico impedirá asistir al doble presidente Lula da Silva.

Todo lo expuesto conduce a ineludibles conclusiones. Es indispensable que el BRICS+ formalice su organización interna y sus estatutos, que hasta el presente se reducen al principio del “consenso”, vale  decir, que basta la sola objeción de uno de los miembros fundadores para que cualquier decisión se rechace, como ocurrió con la del ingreso de Venezuela. Esto equivale, no sólo a la situación antidemocrática de que el rechazo de uno prevalezca sobre la voluntad de todos, sino también a la parálisis del organismo. Se puede anticipar que cualquier resolución trascendente será objetada por uno u otro de los fundadores, sobre todo si éste defiende políticas y estrategias diametralmente opuestas a la del mismo BRICS+, como sucede en este caso con el veto del presidente del G-20, que meramente representa un dictado de Washington.  

Igual consideración vale para los entes que ejecutarán las políticas del BRICS+. Finalidad primordial de éste es desarrollar una estrategia que permita prescindir de la hueca hegemonía del dólar sin respaldo, y de la presión del Fondo Monetario Internacional. La institución encargada de ello es el Nuevo Banco de Desarrollo. Pero la presidenta de éste es justamente Dilma Roussef, fiel seguidora de las políticas de Lula da Silva de sacrificar la mitad del ingreso del Estado brasileño al pago de la Deuda Pública: intranquiliza pensar que las finanzas del BRICS+ puedan ser prolongación de las del FMI.

Estas trapisondas diplomáticas no invalidan la situación geopolítica que enfatiza Atilio Borón en el inteligente artículo “Brasil, un voto suicida”: “Con su veto el gobierno brasileño privó al BRICS+ de la enorme ventaja que le otorgaría a este nucleamiento incorporar a sus filas al país que cuenta con la mayor reserva comprobada de petróleo del mundo. Objetivamente: debilitó al BRICS+, para beneplácito de Washington. Por eso creo que este veto no tendrá larga vida y que Lula terminará desairado, porque pocos yerros pueden ser más graves en el mundo de hoy que dejar esa enorme reserva petrolera a merced del manotazo que pudiera dar Estados Unidos, algo que ni China, Rusia e inclusive la India verían con buenos ojos” (https://www.telesurtv.net/opinion/brasil-un-veto-suicida/).

Servir a dos patronos es no servir a ninguno y ser despreciado por ambos.

TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO