Por Reinaldo Iturriza
Fuente: Saber y Poder
Muy dada a las generalizaciones motivadas política y pecuniariamente, la encuestología suele concluir que la mayoría del país, actualmente tanto como alrededor de los dos tercios de la población, no se identifica con ninguno de los dos polos en pugna: chavismo y antichavismo.
La construcción de una imagen de país mayoritariamente “independiente”, renuente a identificarse con parcialidades políticas, es un ejercicio en el que viene incurriendo la encuestología ya desde los tiempos de Chávez, cuando la mayoría del país se inclinaba indiscutiblemente por el chavismo, en particular las clases populares. Es conveniente no olvidar este importante precedente.
En teoría, esta imagen de país mayoritariamente “independiente” autorizaba a la encuestología en tanto que única fuente de saber, disciplina o “ciencia” capaz de desentrañar los “secretos” de esa mayoría que, siempre según este relato, tendía a rechazar más o menos firmemente la “polarización”.
En efecto, la encuestología ha sido decisiva a la hora de construir un relato condenatorio de la “polarización”, lo que la emparenta políticamente con el antichavismo, que hizo suyo este discurso desde muy temprano: ésta era interpretada como un efecto perverso de la manera chavista de hacer política, asociada a la altisonancia retórica de Chávez, a sus veleidades antidemocráticas, a su estimulación del odio de clases y, más tarde, a sus excesos políticos (Misiones, socialismo, consejos comunales, Comunas, reforma constitucional, enmienda, etc.) y sobre todo económicos (recuperación de PDVSA, control de cambio, distribución popular de la renta, nacionalizaciones, recuperación de tierras, expropiaciones, control de precios, etc.).
A mi juicio, hoy día tiene realmente muy poco mérito concluir que la mayoría del país no se identifica con ninguna de las dos principales fuerzas políticas. Es algo que salta a la vista. La cuestión clave es cómo llegamos a este punto. Es imperativo que seamos capaces de ofrecer una explicación convincente, rigurosa, informada, fundada en hechos y datos. Esto supone poner seriamente en entredicho algunos tópicos que han venido instalándose en el sentido común.
Así, por ejemplo, la idea de que las mayorías rechazan la “polarización”. Este tópico ha adquirido el rango de verdad incontrovertible, al punto de que ponerlo en duda es considerado casi un anatema. Sin embargo, me parece que lo que las mayorías populares rechazan es el remedo de polarización. No la polarización que, muy distinta a la acepción antichavista del término, remitía al conflicto entre dos grandes proyectos históricos, y que se tradujo en la politización sin precedentes de las clases populares, sino la polarización realmente existente que, contrario a lo que fue, hoy no enfrenta a dos proyectos claramente distinguibles, sino a dos fuerzas políticas menguadas.
El punto de partida para explicar por qué tanta gente se siente poco o nada identificada con alguna fuerza política no es la “polarización” de la que nos habla la encuestología, sino este remedo de polarización.
Adoptar el punto de vista de la encuestología entraña riesgos enormes para la democracia venezolana: implícitamente, lo que se nos ofrece como verdad es que las mayorías anhelan una sociedad “despolarizada”, lo que en el mejor de los casos vendría a significar, tal vez, la existencia de una oposición dispuesta a aceptar las reglas democráticas, capaz de asimilar que su empecinamiento por la violencia ha significado no solo su propia ruina en tanto clase política, sino que ha provocado un enorme perjuicio a la población, y que termine de comprender que, por ejemplo, apoyar entusiastamente el bloqueo económico contra la nación es, para decirlo elegantemente, un absoluto despropósito, uno que, dicho sea de paso, es rechazado categóricamente en todas las encuestas. Hasta aquí, podría decirse, todo en orden.
Pero una sociedad “despolarizada” significaría también la existencia de un chavismo gobernante dispuesto a comprender que ya no puede permitirse los excesos del pasado, en particular los económicos, y mucho menos cuando atravesamos una crisis económica prácticamente sin precedentes en la historia, a la cual habríamos llegado, en buena medida, como consecuencia de tales excesos. Y en este punto es donde el asunto se complica.
Cabe preguntarse: ¿cuáles son los efectos de poder de este discurso? ¿Su destinatario son las mayorías “despolarizadas” o la clase política? Me inclino por la sospecha de que esta imagen un tanto idílica de unas mayorías “despolarizadas” que anhelan la paz, la tranquilidad, el entendimiento, etc., va dirigido fundamentalmente a la clase política chavista, que a fin de cuentas es la que ostenta, qué se le va a hacer, el poder político.
Ahora bien, si se indagara más a fondo y se hiciera el ejercicio de intentar comprender lo que ellas piensan y sienten, podríamos encontrarnos con la “sorpresa” de que el grueso de las mayorías populares supuestamente “despolarizadas” está realmente compuesto por chavistas en proceso de desafiliación. Esto nos obligaría a encarar un fenómeno ciertamente difícil de asimilar, puesto que podría dejar al descubierto las inconsecuencias, reales o percibidas por la gente, del liderazgo chavista.
Esta misma circunstancia, es decir, la dificultad para afrontar el fenómeno de la desafiliación política, y por tanto la propia inconsecuencia, es lo que hace que, en última instancia, suceda lo impensable: esto es, que parte importante de la clase política chavista prefiera refugiarse en el discurso de la “despolarización”, de acuerdo al cual lo que le corresponde es no solo evitar cualquier exceso, sino aplicar políticas de ajuste económico que considera “inevitables”.
Instalado este discurso de la “despolarización” en el sentido común, no solo de la clase política en general, sino de parte de la población, es por supuesto normal que la vocería oficial u oficiosa tanto del chavismo como del antichavismo, tiendan a coincidir en un cuestionamiento radical, pongamos por caso, del control de precios o de las expropiaciones, y pretendan asimilar cualquier crítica a las actuales políticas de ajuste con la defensa extemporánea, irresponsable, más bien propia del “izquierdismo infantil”, de aquellas medidas adoptadas por Chávez, bien es cierto que un momento histórico muy distinto.
Con todo, sigue siendo pertinente la pregunta: ¿entonces todo el esfuerzo por democratizar radicalmente la estructura económica venezolana no fue más que un exceso de Chávez? El solo hecho de tener que hacernos la pregunta explica en buena medida por qué hay tanta gente desafiliada.