LÁGRIMAS DE INDIGNACIÓN Y VERGÜENZA
Por Jairo Fuentes
«Después de leer los testimonios de las mujeres soviéticas que tomaron las armas, o sirvieron en el frente como enfermeras, cocineras, lavanderas, conductoras, partisanas…. no pude más sino volver a llorar de indignación, rabia y VERGÜENZA»
Colombia | 20 de noviembre de 2021
Las mujeres, desde niño, me han hecho llorar y no porque ellas hayan tenido la culpa. La primera vez, que yo recuerde, fue a causa de sentir que una mujer me había dejado solo, en una quebrada, mientras yo jugaba con piedrecillas y ella extendía una ropa ajena que estaba lavando. Esa mujer era mi madre.
Entonces corrí desesperado hacia la cobacha que, simulando ser una casa, intentaba por demás protegernos de las inclemencias del clima. Llegué hasta el patio de la misma después de haber corrido los mil quinientos metros planos y cuando recuperé el conocimiento, me encontraba en sus rodillas recibiendo chorritos de agua en mi boca, provenientes de un pocillo de metal roto.
En adelante he llorado porque nunca fui capaz, de adolescente, de confesarle mi amor a una compañera de colegio, y luego, años después, porque venciendo la timidez, tuve la osadía de confesárselo a otra que me rechazó o porque aún diciendo que me quería no me consideraba digno de merecer sus afectos.
Ahora, recientemente, he terminado de leer, de Svetlana Alexievich, su libro La guerra no tiene rostro de mujer, y después de leer los testimonios de las mujeres soviéticas que tomaron las armas, o sirvieron en el frente como enfermeras, cocineras, lavanderas, conductoras, partisanas…. no pude más sino volver a llorar de indignación, rabia y VERGÜENZA, ante tanta canallada por parte de quienes escriben y cuentan la historia desde sus testículos y no desde
sus memorias.
Enfrentarse con la censura oficial, fue uno de los escollos que tuvo que sortear la autora; pero las protagonistas no sólo tuvieron que enfrentarse al silencio impuesto por los machos héroes de la gesta patriótica, sino que además tuvieron que soportar la lapidación de sus congéneres, que llegaron a considerarlas descaradas e indignas, por haber pasado tanto tiempo entre hombres, ofreciéndose como putas.
Duele que eso haya pasado, pero indigna que todavía siga pasando y que no únicamente la historia anule a las mujeres, sino que todos los círculos sociales pretendan relegarla a planos secundarios, aún en las gestas de liberación actuales.
Eso no puede seguir pasando, y el libro en mención es una gran contribución al desagravio que la historia le debe a las mujeres. Y este pretende ser un pequeñísimo intento por seguir contribuyendo a la apertura del camino que muchas mujeres, con sudor, lágrimas y sangre, han venido haciendo desde hace años.
Por ahora, mi invitación a leer el libro. Y si no les da, o mejor si les da vergüenza (sobre todo a los hombres) a que se indignen si no son capaces de llorar como lo hice yo.
Jairo Fuentes (preso político colombiano)
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