LA MENTALIDAD CONQUISTADORA, AZNAR Y SU TROPA

Por Marcos Roitman Rosenmann

«La leyenda rosa, apacigua los espíritus torturados por el genocidio y el etnocidio. El arma de la mediocridad y el poco talento se hizo fuerte entre historiadores franquistas, tocados por la gracia del caudillo y su militancia falangista».

12 de octubre de 2021 

Mientras asistimos a un momento crítico en la vida del planeta, producto de la acción humana: pandemia, cambio climático, desigualdad, hambre y explotación, la historia colonial de España llama a la puerta. El debate en sí,  para Bélgica, Holanda, Gran Bretaña o Francia es irrelevante. Sólo cobraría trascendencia  si se cuestiona  su dominación en África, Asia, el Caribe anglófono o Australia. Mientras no se mencione el Congo Belga, India, Eritrea, Kenia,  Cabo Verde, Argelia o Sudáfrica, la Europa civilizada, no entra a la discusión. Sin embargo, para España, cada vez que se interpelan  sus mitos políticos, la derecha, el hispanismo, y el pensamiento reaccionario toca zafarrancho. Saltan las alarmas y  tiene lugar una defensa dogmática de una historia caduca, llena de mentiras y ensalzadora de gestas inexistentes. Para sus defensores, la conquista y posterior colonización de América latina, se apunta, fue única. Sólo Carlo Magno o los triunfos de Julio Cesar son homologables. Si hubo aspectos negativos, reconocen,  no deben empañar la obra civilizatoria que  evangelizó a pueblos, cuyas prácticas debían ser erradicadas. Herejes, barbaros, homúnculos, caníbales. La obra, extender  la fe en Cristo e imponer la ley de dios en la tierra. Los conquistadores mandan y los colonizados obedecen.  Así se entienden las declaraciones de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, señalando que se evangelizó a herejes, se llevó la libertad y se doto a unos ignorantes en el amor al prójimo. Dios está de su parte. Omitió eso sí, que  los conquistadores apoyados en la cruz y la espada, trasformaron al apóstol  Santiago matamoros,  en Santiago mataindios. Su aparición con una espada candente cortando cabezas de indios suponía decantar la batalla. ¿Cómo si no entender que en Chile su capital se llame Santiago?

Más allá de las descalificaciones  como ser antiespañol cuando se cuestiona la leyenda rosa,  la derecha recurre a una justificación mediocre: toda conquista conlleva pillaje, violaciones, muerte, etc. Y si algo falta, se aduce al argumento de no aplicar juicios de valor del siglo XXI a hechos acontecidos en el siglo XV. Pero si bien tiene sentido no descontextualizar, tampoco se pueden justificar la inquisición, la quema de brujas, el asesinato político, la esclavitud, la superioridad étnico racial,  los campos de concentración, las cámaras de gas,  la violencia de género, y tantos hechos cuyo denominador común representa una ofensa a la condición humana. Eso se juzga, y no tiene fecha de caducidad. ¿Si no para qué reivindicar a Sócrates, Espartaco, Hipatia, Giordano Bruno o tantos que fueron quemados en la hoguera? ¿Qué sentido tienen los crímenes de lesa humanidad?

Justificar la esclavitud, el etnocidio y genocidio  bajo el argumento de no aplicar valores de una realidad histórica a otra, es de cobardes. Hablamos de responsabilidad social, de justicia reparadora,  no de culpabilidad. No es por tanto un argumento histórico apelar  al derecho de conquista, para evadir las responsabilidades en la colonización  de pueblos que fueron sometidos, esclavizados o exterminados. Y no se trata del instante, es la colonización de tres siglos, donde se vierten las instituciones, los valores religiosos y se consolida la dominación imperial. Así, los hechos, la colonización impuso  una razón cultural sobre pueblos enteros. Les obligaron a vestir sus ropas, profesar sus creencias, se les quitaron sus tierras, humilló y transformó en mano de obra para las minas, obrajes o servicio doméstico. Apartados de sus comunidades, fueron vendidos y transportados  a las plantaciones de caña a Cuba, las Antillas, y las haciendas de pan llevar o pan traer.  Se les persiguió sin tregua. Es falso pues, que el etnocidio y genocidio, la esclavitud de los pueblos originarios, la encomienda, la mita, la expropiación de tierras, la venta de esclavos, sea un hecho puntal, del siglo XVI, se mantuvo hasta el fin del impero, en el siglo XIX.   Fernando VII mandó torturar, empalizar y mantener la esclavitud de los pueblos originarios.                

 Durante la tiranía  de Francisco Franco, la expresión popular: África comienza en los pirineos, retrataba  a España como un país de reyezuelos, dictadores, y caciques. La derecha  se enrocó en  un discurso ampuloso donde reivindicó su grandeza. Desde Don Pelayo, reivindicado  por el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, para descalificar la petición de perdón a los pueblos originarios de América latina,  subrayando que era tanto como pedir perdón a los musulmanes por iniciar la reconquista,   pasando por  los Reyes Católicos, forjadores del Estado Moderno, siguiendo con  la saga de los Habsburgo y los Borbones en la actualidad. Sea El rey emérito Juan Carlos I o su hijo Felipe VI. Todo forma parte de un mito, levantado para defender la España imperial: España una, España grande, España  libre.

La leyenda rosa, apacigua los espíritus torturados por el genocidio y el etnocidio. El arma de la mediocridad y el poco talento se hizo fuerte entre historiadores franquistas, tocados por la gracia del caudillo y su militancia falangista. Mario Hernández Sánchez-Barba o Manuel Ballesteros Gaibrois esculpieron el relato, hoy  en la mente de Aznar, Casado, Abascal, Díaz Ayuso etc.  Así la presidenta de la Comunidad de Madrid, no tiene empacho al decir que España llevo  desde su origen “al continente americano, la universidad, la civilización,  occidente y los valores que siguen sustentando democracias liberales prósperas” y con ello la libertad.  De paso, acusó a quienes  desacreditan el legado de España, tildándolos de indigenistas, la nueva cara del comunismo en América latina. Tampoco resulta extraño que el portavoz de VOX en el Congreso Iván  Espinosa de los Monteros, declare que España  “nunca tuvo colonias”, sino territorios”.  José Maria  Aznar, es su represente más destacado,  es el prototipo de  colonizador acomplejado. Un  hombre sin honor ni dignidad. Mintió cuando llevó a España a la guerra en 2003, lo hizo cuando invoco la existencia de armas de destrucción masiva, mintió  en los atentados de Atocha, señalando a ETA como responsable, mintió  cuando negó los sobresueldos y la financiación ilegal de su partido, mintió al decir que en su gobierno no hubo corrupción, mintió en definitiva durante todo su gobierno, y miente ahora al contar una historia de España que solo existe en su mente, y en la de quienes siguen la leyenda rosa del franquismo.

Fue un psiquiatra, Frantz Fanon, quien en  su obra Los condenados de la tierra,  publicado poco antes de su muerte en 1961, destapó el propósito que anida en la mente del colonizador cuando relata su historia: “El colono hace la historia y sabe que la hace. Y como se refiere constantemente a la historia de la Metrópoli, indica claramente que está aquí como prolongación de esa metrópoli. La historia que escribe no, es pues, la historia del país al que despoja, sino la historia de su nación en tanto que esta piratea, viola y hambrea. La inmovilidad a que está condenado el colonizado no puede ser impugnada sino cuando el colonizado decide poner término a la historia de la colonización, a la historia del pillaje, para hacer existir la historia de la nación, la historia de la descolonización”.

No pidamos que la derecha que clausuró el periodo más democrático de su historia, la II República, que asesinó a sus poetas, llevó al exilio a sus mejores hombres y mujeres  bajo el slogan de “muera la inteligencia”, sea capaz de asumir su historia y dejar de mentirse. Los hechos no se pueden cambiar, pero sí verlos a luz de una nueva realidad. Los hechos son una verdad particularmente evidente, lo que se cuestiona es su interpretación torticera. Hoy conocida como post verdad.   

Fuente: Diario 16