LA FIESTA Y LA ENVIDIA

Por Guillermo Cieza

«Cada uno de sus triunfos nos reivindican a todos, porque demuestran que no somos un país de fracasados y que la única salida no es Ezeiza. Por eso enamoran».

14 de diciembre de 2022 | Fuente: Tramas

«Mal que les pese a los postmodernos, y a algunas sectas gorilas de izquierda, cuando el pueblo se moviliza masivamente se viste de celeste y blanco y recupera los referentes históricos».


Esta historia bien podría haber sido el relato de un grupo político con propuestas transformadoras, o de un gobierno popular, pero en la Argentina no es así.

En nuestro país la derecha apesta. Lo más saliente de su programa es que va a blindar la tranquilidad de los ricos y de los aspirantes a serlo, de las demandas y reclamos populares. Y también, de todo tipo de manifestación que huela a pobre y a desborde social.

Por su parte, el progresismo vive amagando que se va a plantar contra el Fondo, que va ir contra el poder judicial corrupto, que le va declarar la guerra a la inflación, que va a recuperar el control del Paraná, que va a echar a Berni; y siempre tiene una excusa para no hacerlo. Y tampoco crea condiciones, porque también amaga a que va a movilizar, pero no sale de estadios cerrados y convocatorias partidarias.
Por eso, el vacío de ilusión lo ha ocupado un grupo de futbolistas que se equivocan y tienen malos días, pero irradian honestidad. En la derrota se unen y le prometen a la hinchada que no los van a dejar tirados. Y cumplen.

Están conducidos fuera de la cancha por un equipo técnico que no vende humo, y que no apuesta a ganar prensa con declaraciones, sino que está concentrado en cómo se consolida el grupo y cómo se gana cada partido. Es la contracara de la mayoría de los dirigentes políticos.

Y dentro de la cancha, está liderado por un jugador como Messi, que contiene al resto y hace jugadas que casi siempre terminan en goles y definen partidos. Son jugadas geniales por su elaboración, pero también por sus resultados. Ocurre a la inversa de cierta dirigencia política a la que se califica de genial, lo que obliga a festejar todos sus movimientos, aunque sean antagónicos y a veces generen resultados catastróficos, como Alberto Presidente.

La epopeya de la selección argentina de fútbol es responsable de diversas recuperaciones. Pero sobre todo de la confianza popular en sus propias fuerzas. También le ha arrebatado el símbolo de la bandera nacional a la derecha. En una movilización transversal, como siempre genera el fútbol, es indiscutible el peso de las y los jóvenes que arrancan de los barrios más populares enarbolando la bandera nacional y la historia, representada por Maradona. Mal que les pese a los postmodernos, y a algunas sectas gorilas de izquierda, cuando el pueblo se moviliza masivamente se viste de celeste y blanco y recupera los referentes históricos.

La envidia por tanta popularidad ya ha empezado a manifestarse. Desde el diario La Nación, ya calificaron a Messi de vulgar, por gestos y palabras, que son parte del lenguaje de cualquier pibe de barrio. Larreta le puso vallas al festejo en el obelisco. Al ex presidente se le escapó una caracterización que sonaba a pronóstico de derrota cuando dijo que Croacia era el mejor equipo del mundial.

Es de no creer, pero la envidia y el odio de clase pueden movilizar hasta el deseo de que la selección argentina pierda la final. Esas personas no entienden nada, porque los jugadores de Scaloni ya ganaron. Es inevitable. El mundial de fútbol ha ayudado a recuperar la autoestima de millones que vivimos en este país. Y los mediocres, los oligarcas, los vendedores de humo, los pusilámines y los cagones, han quedado más en evidencia.