HISTORIAS DE CARPINCHOS: HUMBOLDT, LA SEMANA SANTA Y CHÁVEZ

Por Guillermo Cieza

La irrupción de los carpinchos en Nordelta ha provocado distintas asociaciones y nos ayudan a recuperar distintos cuentos y leyendas.

La Plata, Argentina | 5 de septiembre de 2021 | Fuente: Tramas

El naturalista aleman Alexander von Humboldt en su viaje por América entre 1799 y 1804 se sorprendió por la presencia de un gigantesco roedor de hábitos semiacuáticos que pastaba en los llanos y esteros venezolanos y a los que los nativos conocían con distintos nombres. Cumanagotos y Palenques lo llamaban “chigüire”, los Caribes “capigua”, los Tammanacos “cappiba”, los Kiato “Maipures”, los Yaruros”Chindo” y los Guahibos “Chindoco”. Pero todos estaban de acuerdo en que era un animal que se podía comer en Semana Santa, porque era pariente de los peces. El naturalista quedó perplejo con esta clasificación y concluyó que solo se trataba de una mentira de los curas. A Humboldt los nativos le dieron para probar la carne, pero no fue de su agrado.

En su viaje por América, Humboldt volvió a encontrarse con este roedor que vive desde Panamá hasta Argentina. En los distintos países tienen distintas denominaciones: Es “chigúiro” en Colombia, “carpincho” en Argentina, Paraguay y Uruguay, “ronsoco” en Peru, “poncho” en Panamá y “capivara” en Brasil.

Cuenta la historia que quien hizo la gestión para que se pudiera comer en Semana Santa fue un tío de Simón Bolívar, el padre Antonio Sojo (1739-1799), que además de sacerdote era músico y que, preocupado por extender el ejercicio del evangelio, advirtió que los originarios no estaban dispuestos a dejar de comer esta carne por ninguna razón religiosa. Tratando de evitar un choque entre esta negativa y los preceptos cristianos, pidió un permiso especial al Vaticano que le fue concedido con una bula papal en 1784.

Pero según los venezolanos, la historia del chigüire (carpincho) , los indios y la Semana Santa, no terminó allí. La continuación de ese cuento la relató como nadie el Comandante Hugo Chávez en una de sus últimas intervenciones, el 20 de octubre de 2012, pocos meses antes de su fallecimiento. Mencionó esa historia en la Reunión del Consejo de Ministro, y es parte de su alocución “Golpe de Timón”, que es uno de los documentos más importantes del pensamiento del líder venezolano.

Merece comentarse el contexto político en que Chávez recurrió a esta historia. Sintiéndose ya muy enfermo, estaba preocupado por la costumbre de algunos funcionarios de encubrir construcciones políticas o iniciativas sociales escasamente transformadoras con rótulos muy radicales. Chávez había identificado con claridad la vieja práctica de la burocracia, incluso de la burocracia de izquierda, de tapar el poco trabajo y estudio, la falta de inteligencia creadora, el escaso compromiso militante con palabras altisonantes, con títulos brillantes pero sin carnadura. En concreto, se trataba de ocultar las dificultades para construir el socialismo, caracterizando como socialista a cualquier cosa.

Con esa preocupación comenzó Chavez diciendo: “Yo soy enemigo de que le pongamos a todo “socialista”, estadio socialista, avenida socialista, ¡qué avenida socialista, chico!; ya eso es sospechoso… porque uno puede pensar que con eso, el que lo hace cree que ya, listo, ya cumplí, ya le puse socialista, listo; le cambié el nombre, ya está listo”.

Y fue entonces que se despachó con el cuento: “Eso es como el chiste del chigüire y los indios. Llegó un cura español, eso hace muchos años, en semana santa, recorriendo por allá los campos indios de los llanos y entonces llega a un pueblo indígena y están los indios allí, bailando y tal, ellos tienen sus formas de festejar, sus dioses, sus códigos, su gastronomía; entonces el cura les dice: “Ustedes no pueden estar comiendo cochino en semana santa. El jueves santo tienen que comer pescado o chigüire”. Porque había un cochino gordo ahí y él intuyó que lo estaban esperando y entonces [les pregunta]: ¿entendieron? “Sí, entendimos”. “No pueden comer cochino ni carne de ganado”; entonces, el cura antes de irse los lleva al río a bautizarlos y les pregunta: “¿Usted cómo se llama?”. El nombre indio, Caribay. “No, no, qué Caribay, usted se llama Juana. Nombres cristianos hay que ponerle a la gente”. Y ¿usted cómo se llama? Otro nombre indio, Guaicaipuro. No, qué Guaicaipuro ni qué nada, usted se llama Nicolás. Se fue y regresó el jueves santo y vio que estaban los indios bailando y asando el cochino: “¿Cómo es posible que ustedes se van a comer ese cochino? Yo les dije que no podían comer cochino”. Entonces, le dice el cacique: “No, nosotros solucionamos el problema. Bueno, ese cochino lo bautizamos y le pusimos chigüire”. Le cambiaron el nombre, lo llevaron al río y lo metieron en el agua, “cochino, tú te llamas chigüire”, y se comieron el cochino”.

Y concluyó con esta reflexión: “Así estamos nosotros con el socialismo: Tú le llamas socialismo, chico, pero sigues siendo en el fondo cochino”.

Los carpinchos que regresaron a su habitat natural y se pasean por los barrios de Nordelta, nos recuerdan viejas historias y también algunas enseñanzas. Como aquella que dice que los rótulos con que nos autobautizamos, no dicen nada de lo que somos y de lo que construímos.