EL PENSAMIENTO DE SALVADOR ALLENDE A 50 AÑOS DE LA UNIDAD POPULAR
«La iglesia católica había sembrado el anticomunismo. Una anécdota protagonizada por Laura Gossens, madre de Salvador Allende, narrada tal y como se lo comentó a Osvaldo Puccio, amigo y secretario personal del Presidente, es significativa».
El martes 11 de septiembre de 1973, dos aviones Hawker Hunter, adquiridos por el gobierno de Eduardo Frei a Gran Bretaña, sobrevuelan Santiago. La orden: bombardear el palacio presidencial. El presidente constitucional Salvador Allende y sus colaboradores más cercanos resisten. En una primera alocución, poco conocida, se dirige al pueblo, eran las 8.45 de la mañana, restaban cuatro horas para que los cohetes SURA-D impactaran sobre La Moneda. «Compañeros que me escuchan: la situación es crítica, hacemos frente a un golpe de Estado en el que participan la mayoría de las fuerzas armadas. (…) No tengo condición de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile; sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan, que lo oigan, que se les grabe profundamente: dejaré la Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena y defenderé al Gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado. No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo. Si me asesinan, el pueblo seguirá su ruta, seguirá el camino con la diferencia quizás que las cosas serán mucho más duras, mucho más violentas, porque será una lección objetiva muy clara para las masas de que esta gente no se detiene ante nada (…) Compañeros, permanezcan atentos a las informaciones en sus sitios de trabajo, que el compañero presidente no abandonará a su pueblo ni su sitio de trabajo. Permaneceré aquí en La Moneda inclusive a costa de mi propia vida«[1] Los pilotos Mario López Tobar, y Ernesto Gonzalez Yarra lanzan su carga. El edificio arde, las llamas se propagan, la destrucción es total. Las imágenes recorrerán el mundo. Sera la forma en que se recordará el golpe de Estado que derrocó el gobierno de la Unidad Popular.
La vía chilena al socialismo, que Allende reivindicaría en el Gran Templo de la Gran Logia de Chile, el 14 de abril de 1970, se verá truncada: «No queremos la violencia. No necesitamos la violencia (…) Son otros los que pueden usar la violencia, porque tienen los medios para usarla. Nosotros soñamos, Venerable Maestro (…) en un gobierno fuerte, pero un gobierno fuerte que no esté afianzado en la fuerza de las armas, sino en la fuerza moral, en la unidad de un pueblo, en la responsabilidad colectiva. En el hecho social que haya aquí un maestro universitario que se sienta junto al compañero campesino o al obrero. En el hecho que el hombre entienda que la mujer no sólo es un motivo de placer o de explotación. Soñamos con una sociedad distinta y queremos luchar por ella…» [2]
Durante tres años, Chile fue sometido a un bloqueo económico sin precedentes. Atentados y sabotajes se suman a la huelga de comerciantes, patronal, latifundistas, el trasporte privado. Escasez, mercado negro, acaparamiento de productos alimentarios, el terreno propicio para llamar a un golpe de Estado. Aun así, el gobierno y su presidente, Salvador Allende, no retrocedían en los principios sobre los cuales se había levantado la vía chilena al socialismo. Respeto a la legalidad, desarrollo de la institucionalidad, ampliación de las libertades sociales, ejercicio de las libertades políticas, rechazo a la violencia y socialización de los medios de producción. Si Allende lo había señalado en múltiples ocasiones, lo volvería a recalcar en el primer informe al Congreso Pleno, el 21 de mayo de 1971. «Sabemos que cambiar el sistema capitalista respetando la legalidad, institucionalidad y libertades políticas, exige adecuar nuestra acción en lo económico, político y social a ciertos límites. Estos son perfectamente conocidos por todos los chilenos.»
Los partidos de oposición, sabedores de la decisión del gobierno de mantener el proyecto, desplegaron una acción destinada a legitimar un golpe de Estado. Se decantaron por la violencia como mecanismo de acción política. Sin embargo, Allende no dejó de señalar su apego al orden constitucional. No hubo ocasión donde no mostrara su compromiso, durante la campaña subrayó: «Nosotros los marxistas decimos que todavía es posible que aquí en Chile, dentro de los cauces legales podamos conquistar el Gobierno; pero esto no se reconocerá jamás por los enemigos, esto nunca se reconocerá, pero sí tendrán que reconocerlo los Hermanos que no podrán negar que nuestra voz es la voz responsable de los que no están predicando, sino que haciendo lo que piensan debe hacerse. Pero también es cierto que tenemos que herir intereses y que estos intereses son poderosos, que son demasiado poderosos y por eso se defienden y por eso la mentira y por eso el terror». Y lo ratificó dos años más tarde, el 4 de diciembre de 1972, durante el XXVII período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York: «Vengo de Chile, un país pequeño pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los Tribunales de Justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cambiado la Carta Constitucional, sin que ésta prácticamente jamás haya dejado de ser aplicada. Un país de cerca de diez millones de habitantes que en una generación ha dado dos Premios Nobel de Literatura: Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ambos hijos de modestos trabajadores. Historia, tierra y hombre se funde en un gran sentido nacional. Pero Chile es también un país cuya economía retrasada ha estado sometida, e inclusive enajenada, a empresas capitalistas extranjeras…» [3]
La iglesia católica había sembrado el anticomunismo. Una anécdota protagonizada por Laura Gossens, madre de Salvador Allende, narrada tal y como se lo comentó a Osvaldo Puccio, amigo y secretario personal del Presidente, es significativa. Mujer de profundas convicciones católicas, de misa diaria, se presenta al confesionario. El sacerdote, que probablemente no sabía quién era, «le preguntó por quién iba a votar en las próximas elecciones, a lo cual doña Laura contesto prestamente que por Salvador Allende ¡¿Cómo!? –le inquiere el sacerdote visiblemente alterado-. ¿No sabe usted que se trata de un comunista, de un hombre malo, que va destruir iglesias, a encarcelar a los sacerdotes, a hacer que violen a las monjas, que le va a quitar los niños a las madres para que los eduque el Estado?’ Doña Laura le responde con serenidad que nada de eso va a ocurrir si Salvador Allende sale elegido, porque él es un buen hijo y no va hacer cosas malas -Cómo sabe usted que es un buen hijo- le conmina el religioso con extrañeza. Muy sencillo -le contesta doña Laura- Soy su madre»[4]
La experiencia chilena condensó la realidad latinoamericana. Tras el triunfo de la Unidad Popular, las miradas se dirigieron hacia su proyecto: la vía pacífica de transición al socialismo. «Soñamos con una sociedad distinta y queremos luchar por ella, aprovechándonos de la experiencia histórica, pero sin ser imitadores y sin ser repetidores de procesos que en otras latitudes tuvieron el contenido de una realidad para su propia realidad. Alguna vez lo dije vulgarmente y lo repito aquí con perdón de ustedes, dije que la revolución cubana se hizo con gusto a azúcar y sabor a ron; la revolución chilena la haremos con gusto a vino tinto y sabor a empanada de horno. Cada pueblo tiene su propia realidad y, frente a esa realidad, los dirigentes responsables tienen que desatar las tácticas que hay que seguir.»[5] En el mismo discurso a sus hermanos masones enfatiza: «De allí la importancia que tiene la Unidad Popular, que reitero, es un instrumento del pueblo de Chile, nacido de su experiencia y su realidad, no es el producto de la cábala de unos cuantos dirigentes que buscan ubicación en función de ventajas personales o de posibilidades electoreras. Es la responsabilidad histórica de los que nos damos cuenta que este país o hace posible dar un paso hacia adelante en el proceso de auténtica democratización, o caeremos en una dictadura civil implacable o en un golpe militar»[6]
Salvador Allende, fue objetivo político de la derecha. Las críticas entrelazaron su vida personal con su militancia. Desacreditar, poner en entredicho sus principios, buscar las contradicciones fueron parte de una campaña que duró décadas. El periódico de la oligarquía, El Mercurio, no perdía oportunidad para calumniarlo. La declarada filiación masónica de Allende, fue utilizada para descalificarlo y señalar su oscuro ideario conspirativo. En la campaña de 1964, publicó su foto con el siguiente pie: «Entra a la logia. El senador don Salvador Allende, candidato del FRAP a la Primera Magistratura del País». Allende respondió sin ambages en una carta dirigida a su director Agustín Edwards: «Todos los míos lo fueron y mi abuelo llegó a ser Serenísimo Gran Maestro de la Orden Masónica, después de haberse desempeñado con singular claridad como senador radical por Atacama. Fundo la primera escuela laica de Chile (…) y cumplió una labor de ejemplar humanitarismo como jefe de los servicios sanitarios del ejército durante la guerra de 1879. Por sus ideas, en esa época lo llamaron «el Rojo Allende». He recibido, pues, como única herencia un nombre limpio y una vocación para servir al pueblo, nacida de la formación masónica de mis antepasados (…) al revés de otros (…), y allá ellos, que se ven beneficiados con el dinero que sus familiares acumularon de cualquier manera«.
Hubo quienes consideraron una contradicción ser marxista y masón. Allende respondía: «Para nosotros es un mito hablar de la justicia, cuando los pueblos famélicos y hambrientos que son potencialmente ricos y que viven como pueblos pobres, empobrecidos por la alianza antipatriótica de las castas oligárquicas y del capital financiero que perforó nuestra economía y que nos demoño políticamente. Para nosotros, digo para nosotros, y planteo que puedo y creo tener el derecho a sostener que no hay ninguna contradicción entre poder decir que un Hermano piensa que el método científico del marxismo le permite apreciar la historia y decir que no ha renegado de los principios masónicos. Si yo creo en la Fraternidad que me enseñaron en los templos, si yo creo en la igualdad que me enseñaron en los templos, si yo pienso que es cierto que los templos me hablaron de Libertad, yo no me imagino que pueda haber fraternidad en un mundo donde el poderoso aplasta al pequeño desde el punto de vista de la correlación de fuerzas de los países»[7]
En esta campaña de desprestigio, El Mercurio le hizo propietario de un yate de lujo, mostrando la vida burguesa de un «marxista» que decía defender al pueblo. La respuesta fue inmediata. Remolcó la barca, un bote a remos, hasta Santiago y lo expuso frente al Palacio de La Moneda para todo aquel que quisiera verlo. Su personalidad y su comportamiento ejemplar, hizo que surgiera el Allendismo. Más allá de la militancia socialista, Allende encarnaba el sentido común del pueblo chileno, de allí su liderazgo. Fue cercano, amigo de sus amigos, crítico y enemigo noble, rechazaba a los aduladores. Sus actos demostraban coherencia, entrega y principios éticos. La derecha, incluso después del 11 de septiembre, no ha podido emponzoñar su vida. Por votación popular, Salvador Allende ha sido declarado el personaje más destacado de la historia del siglo XX chileno.
Fueron tres años de estrangulamiento económico, mercado negro, atentados, movilización de la patronal y conspiraciones. Así lo refleja su testamento político, en su última alocución al pueblo de Chile por las ondas de Radio Magallanes a las 09.05: «Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que solo fue interprete de grandes anhelos de justicia, que empeño su palabra de que aceptaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las fuerzas armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena, reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios».
Quien fuera General en jefe de las Fuerzas Armadas, Carlos Prats, escribe el mismo 11 de septiembre, mientras el golpe se pone en marcha y se produce el bombardeo: «Oigo, parcialmente la alocución pronunciada con voz serena, que el presidente Allende dirigiera al país. Luego empiezo a escuchar los bandos de la Junta de las fuerzas armadas y carabineros de Chile. Me siento profundamente consternado ante el súbito y fatal derrumbe de tantos valores y principios, presintiendo con horror, cuanta sangre será derramada entre hermanos. La tenaz lucha sostenida para impedir que el ejército se dejara arrastrar a la destrucción de su profesionalismo institucional, había sido estéril. Todas las angustias, las tensiones y sacrificios soportados, así como el orgullo y la dignidad humillados, no fueron holocausto a una causa lograda. Pienso en la terrible responsabilidad que han echado sobre sus hombros mis excamaradas de armas, al tener que doblegar por la fuerza de las armas a un pueblo orgulloso del ejercicio pleno de los derechos humanos y del imperio de la libertad. Medito en los miles de conciudadanos que perderán sus propias vidas o la de sus seres queridos. En los sufrimientos de los que serán encarcelado y vejados. En el dolor de tantas víctimas del odio. En la desesperación de los que perderán su trabajo. En la desolación de los desamparados y perseguidos, y en la tragedia íntima de los que perderán su dignidad. Presiento que mis excamaradas de armas jamás recuperarán en vida la paz de sus espíritus, atenazados por el remordimiento de los actos concupiscentes en que se verán fatalmente envueltos y por la angustia ante la sombra de las venganzas, que les perseguirá constantemente. ¿Quiénes fueron los cerebros que los perturbaron hasta el paroxismo? ¿Desentrañará la historia la madeja diabólica de esta conspiración insensata en Chile cuyos instigadores-como siempre- permanecen en la penumbra? ¿Por qué los demócratas sinceros del gobierno y de la oposición no fueron capaces de divisar el abismo al que se precipitaba el país? «[8]
Hoy a 50 años del triunfo de la Unidad Popular, es necesario rescatar el pensamiento de Salvador Allende. Su ideario es reivindicado por casi toda la izquierda, pero muchos son incapaces de asumir su coherencia, y la firmeza de convicciones. Sus aportes constituyen parte del acervo sobre el cual se construye hoy, la alternativa antiimperialista, socialista y anticapitalista. El sueño de Salvador Allende sigue vigente.
NOTAS
[1] Salvador Allende, Presente. Ediciones Sequitur. Madrid 2008. Edición Ampliada Diario Público 2010.
[2] Discurso ante el Gran Templo de la Gran Logia de Chile. Alocución Inédita, que fue rescatada por el periodista Juan Gonzalo Rocha y editada en el año 2000. Vio la luz en el texto de: Gonzalo Rocha, Juan: Allende Masón. Editorial Sudamericana. Stgo-Chile 2001. El Discurso, improvisado, dura 85 minutos y constituye uno de los más destacados de Salvador Allende. Fue dictado en plena campaña electoral, de allí su valor histórico.
[3] Ibídem. Op.cit. Pág. 626 y sig.
[4] Rocha Gonzalo, Juan: Allende, Masón. La visión de un profano. Editorial Sudamericana, 2000. Stgo. Chile. Pág. 73.
[5] Ibídem, Op.cit. Pág. 47.
[6] Allende no se equivocó, tras mil días de acoso de la derecha, un golpe cívico militar destruía las esperanzas de cambio democrático en Chile, instaurando un régimen de terror y muerte. La peor tiranía conocida en su historia. Alocución en el Templo… Op.cit. Pag.43
[7] Gonzalo Rocha, Juan: Allende Masón. Op.cit. Pág.45
[8] Prats González, Carlos: Memorias. Testimonio de un soldado. Editorial Pehuén, Stgo-Chile. 3ª edición, 1987, Págs. 512-513.
Fuente: Público