EL GRAN CAPITAL NO DISTINGUE ENTRE DERECHA Y EXTREMA DERECHA
«No nos engañemos, United Fruit Company, Anaconda, ITT, Nestlé, Monsanto, Mercedes Benz, Ford, Estándar Oil, Texaco, City Bank, Banco de Santander, Iberdrola, Endesa, Telefónica, Coca Cola, y ahora las empresas tecnológicas, Amazon, Google, Apple, Microsoft y Facebook, están unidas por su declarada guerra contra la democracia. En su agenda, el control de las riquezas naturales del planeta y el reparto de beneficios. Como sucediera en la Alemania nazi, el gran capital no tiene amigos, tiene intereses».
14 de agosto de 2021 | Fuente: La Jornada
La guerra contra la democracia, es la opción del capitalismo para enfrentar y desarticular los proyectos populares. Mencionar políticas afincadas en el cobro de impuestos progresivos o la intención de regular el mercado encienden las alarmas del complejo industrial militar y financiero. No digamos cuando los programas de cambio social se fundamentan en la nacionalización de las empresas trasnacionales, la reforma agraria y la distribución de la renta. Al poder económico le basta atisbar la posibilidad de ser derrotado para borrar la distancia que separa la llamada derecha progresista de la extrema derecha. Llegado el momento, pensemos en Perú, concentra sus esfuerzos en mantener el orden capitalista. Es la hora de los poderes fácticos, aquellos que emergen para bajar el telón de la ficción democrática de la derecha progresista. El poder del capital sólo entiende de ganancias y poder. En su mundo, no contempla la posibilidad de verse apartado del proceso de toma de decisiones. Los ejemplos históricos están contenidos en ascenso del nazifascismo en Europa.
La salida totalitaria del capitalismo alemán contó con el apoyo financiero de apellidos ilustres. Empresarios, banqueros, industriales, en definitiva el gran capital, se inclinó por apoyar la emergencia de un nuevo líder. El partido nazi fue la salida para evitar el avance de la socialdemocracia y el movimiento comunista. Su opción: Adolf Hitler. Decisión y compromiso para apuntalar el nacimiento del Tercer Reich. El 20 de febrero de 1933, en reunión secreta al más alto nivel, confluyeron en el Reichstag, Adolf Hitler, Hermann Göring y los 24 empresarios y banqueros más importantes de Alemania. Éric Vuillard, en su relato novelado, El orden del día, recrea el momento donde se aúpa al führer gracias a las generosas donaciones del gran capital alemán: los 24 no se llaman Schnitzler, Witzleben, Schmitt, ni Finck, Rosterg o Heubel, como nos mueve a creer el registro civil. Se llaman Basf, Bayer, Agfa, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz, Telefunken. Con esos nombres sí los conocemos. Están ahí entre nosotros. Son nuestros coches, nuestras lavadoras, nuestros artículos de limpieza, nuestras radios despertadores, el seguro de nuestra casa, la pila de nuestro reloj. Están ahí, en todas partes, bajo la forma de cosas. Nuestra vida cotidiana es la suya. Cuidan de nosotros…
Hoy, en la transición del capitalismo analógico al capitalismo digital, no caben medias tintas. El capital trasnacional se juega el todo por el todo. Las opciones no son muchas y hay que apostar por lo más simple, el discurso del miedo como aglutinador de las emociones y el control de las mentes. Nuevamente se levanta el anticomunismo como bandera y se despliegan sus argumentos. Eso sí, recubierto de un lenguaje donde se potencia el ideal de una sociedad bien ordenada. Seguridad versus democracia. La democracia, argumenta, ha sido pervertida, llenándola de contenidos éticos de justicia social, poniendo en cuestión los valores occidentales. La pandemia les permite, además, mantener un discurso asentado en la antipolítica. Los matices entre las derechas desaparecen. Los grandes empresarios apoyan las opciones neofascistas. Si no son unos serán otros. No hay tiempo para distingos. Los huevos se reparten en canastas, pero sin olvidar el objetivo, impedir el desarrollo democrático. En España, por ejemplo, Vox ha recibido 17 millones de euros de, entre otros, Esther Koplowitz, Juan Miguel Villar Mir o Bernard Meunier. Por sus nombres, como señalaba Éric Vuillard, no los conocemos, pero sus empresas FFC, OHL, Nestlé o El Corte Inglés nos resultan familiares. La lista es amplia. Los dineros fluyen. Hay conseguidores, cuyos avales abren puertas. Jose María Aznar es uno de ellos.
En América Latina una nueva internacional une a todas las derechas. Ha sido creada para desestabilizar los proyectos democratizadores y populares, se apoya en el gran capital trasnacional y los grupos de la nueva derecha nacida de las reformas neoliberales. Aquellos que en 1973, por iniciativa del banquero estadunidense David Rockefeller y el grupo Bilderberg, fundaron la Trilateral del capitalismo, uniendo a los señores del dinero y la guerra de Europa, Asia Pacífico y Estados Unidos, hoy son socios del nuevo proyecto. Una derecha posneoliberal, ultraconservadora, belicista y profundamente ultramundana se aúpa en lo más alto de los consejos de administración. No nos engañemos, United Fruit Company, Anaconda, ITT, Nestlé, Monsanto, Mercedes Benz, Ford, Estándar Oil, Texaco, City Bank, Banco de Santander, Iberdrola, Endesa, Telefónica, Coca Cola, y ahora las empresas tecnológicas, Amazon, Google, Apple, Microsoft y Facebook, están unidas por su declarada guerra contra la democracia. En su agenda, el control de las riquezas naturales del planeta y el reparto de beneficios. Como sucediera en la Alemania nazi, el gran capital no tiene amigos, tiene intereses y los defenderá. No distingue entre derecha y extrema derecha. Hoy como ayer opta por una salida totalitaria, financiando a los nuevos führer, se llamen Le Pen, Abascal, Bolsonaro, Trump, Leopoldo López, Keiko Fujimori, Mussolini o Hitler. Les dejarán de lado, y así lo hacen, cuando no les son útiles para dominar el mundo. La diferencia entre derecha y extrema derecha es un eufemismo. Los golpes de Estado lo demuestran.