«Los partidos políticos, si es que a tanta proliferación de “organizaciones” se les puede llamar así, son verdaderas empresas electorales».

Octubre 31 de octubre de 2023 (feliz hallowen, para quienes creen que ganaron)

 Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado. Por tanto, fue llamado su nombre Edom. Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura.  Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura?  Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura. Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura.

(Génesis 25: 27-34)

Escribir sobre la cultura política colombiana es como repetir el consabido refrán popular que se usa para decir que algo ya se ha dicho infinidad de veces: “llover sobre mojado”. Así que, no es nada nuevo lo que se pretende expresar en estas líneas.

La política colombiana se ha limitado, principalmente, a lo partidista, lo partidista a lo electoral y lo electoral a la compra de votos. En ese sentido, tanto candidatos como electores se acostumbraron desde hace más de 50 años a esa práctica, que llevó a alguien de quien no recuerdo su nombre, a decir que la clase política tradicional no necesita ya hacer fraude en las urnas porque el fraude está hecho en la mentalidad de los electores.

Por ende, tal vez ya no sea cierta la premisa de Camilo Torres cuando afirmó que el que escrutaba elegía, cosa que era válida en su momento. Momento en el que también la gente se mataba por ser liberal o por ser conservador, en el sentido partidista; porque las dos corrientes en su esencia eran igual de conservadoras, a tal punto que García Marquez, poniendo las palabras en boca del coronel Aureliano Buendía afirmó que “la única diferencia entre liberales y conservadores era que los liberales iban a misa de cinco y los conservadores a misa de ocho”.

Práctica muy cruenta y salvaje la de matarse por “un color político”, como se decía en su momento -como si la política simplemente se definiera por colores. Pero, por lo menos se defendía la pertenencia a un partido y se mataba y se votaba, así se estuviese equivocado, por convicción. Ahora la convicción no cuenta: los electores, en una inmensa mayoría, votan por el que les ofreció y/o les dio unos pesos, un tamal, un sancocho, un plato de lechona, unas cervezas o cualquier otra clase de licor.

Los candidatos, también la mayoría, aparenta tener una propuesta de gobierno, cosa que no necesitan porque a sus electores eso no les interesa. A la gran masa -electoral- le interesa llenar la barriga de forma inmediata así después tengan que aguantar hambre.

Así que, es posible -aunque no descartable- que no se alteren los resultados de la votación en el acto de escrutar, porque esta ya lo fue desde que se iniciaron las campañas

Ante semejante panorama, los pocos candidatos que, si quieren presentarse con una verdadera propuesta, se esfuerzan por elaborarla y por difundirla; pero, desafortunadamente una hoja de tamal llama más la atención que una hoja de papel escrita. Las dos hay que abrirlas, mirarlas, examinar su contenido y saborearlo; la diferencia está en que la una ofrece un suculento relleno que estimula las papilas gustativas sin ninguna clase de esfuerzo mental, sin raciocinio, sin análisis, mientras que la otra requiere de esos mínimos esfuerzos.

Por demás, la hoja de tamal -con su contenido, desde luego- casi siempre va precedida o complementada por otra, esa si de papel, solo que es un papel “especial”, que está respaldado por la firma del gerente del banco de la república.

Así las cosas, los partidos políticos, si es que a tanta proliferación de “organizaciones” se les puede llamar así, son verdaderas empresas electorales. Por eso, a las campañas, se les nombra toda la junta directiva de cualquier empresa y los millones que se “invierten”, por mucho que tengan topes legales, son incontables; incontables, porque la mayoría de los ingresos y los gastos no van a ninguna contabilidad. Así mismo, son incontables los “contratos”, los peculados, las desviaciones de fondos y las apropiaciones para recuperar la inversión con algún margen de ganancia. Al fin y al cabo, toda empresa tiene que ser rentable.

En conclusión, para hacer política electoral se requiere un buen capital, porque las campañas cuestan y los votos también, así se paguen con tamales, lechonas y sancochos -a los pobres- y con contratos -a los ricos. Las campañas a los candidatos les cuestan millones de pesos; a los electores les cuesta su educación, su salud, sus servicios públicos, su habitación, su empleo, su calidad de vida; pero sobre todo les cuesta algo que no debería tener precio: SU DIGNIDAD.

!oh maldición de Esaú! ¿Cuándo dejarás mi tierra? ¿Cuándo harás libre a mi gente?”