A LAS PATADAS PERO BIEN HECHO
Por Jairo Fuentes | Dignidades desde la Prisión
Relato del prisionero político Jairo Fuentes en relación a la Selección de Colombia femenina sub-17, que se coronó subcampeona del Suramericano de Uruguay el pasado 19 de marzo.
Cárcel de La Dorada, Colombia | 23 de marzo de 2022.
El aeropuerto El Dorado, de la ciudad de Bogotá, estaba a reventar. No, no eran pasajeros que querían abandonar el país por el alto costo de la vida ni por miedo a que Gustavo Petro —un exguerrillero— tuviera la posibilidad de ser presidente, ni por que Francia Marquez —una mujer negra— tuviera la posibilidad de ser vicepresidenta.
Tampoco eran colombianos que regresaban del exilio huyendo de la posible extensión de la guerra en Europa, como tampoco atraídos por el paraíso que es Colombia, según los mismos que lo han convertido en cárcel y en cementerio.
Desafortunadamente, no eran turistas desbocados por venir a disfrutar del paisaje, los tamales, la lechona, el sancocho y el ajiaco, sin descartar la búsqueda de mujeres para saciar sus apetitos sexuales bajo el mito de la «mujer ardiente de los trópicos».
De hecho, los pocos colombianos que querían salir del país —por diferentes motivos— y quienes regresaban, lo mismo que los pocos turistas, estaban atónitos viendo a semejante multitud vistiendo camisetas amarillas, con los escudos de la Federación Colombiana de Fútbol (FCF) y de la División Mayor del mismo deporte (DIMAYOR), ondeando además banderas tricolores y gritando con euforia «COLOMBIA, COLOMBIA, COLOMBIA».
Afuera de las salas de espera, de las oficinas de migración, de las de aduanas nacionales, de los controles de la policía antinarcóticos —que eficientemente vigila que no salgan cargamentos de drogas ilícitas, es decir sin permiso de la DEA—, y de las demás dependencias propias de un aeropuerto, que ahora lleva el nombre de un mártir nacional (Luis Carlos Galán) — ¡qué tal si a cada líder social asesinado le hiciéramos un aeropuerto! Seguramente faltarían aviones—, las sirenas de varios carros de bomberos herían el aire con su ulular, desde luego no porque hubiera un incendio, tampoco una inundación ni ningún otro desastre natural, a no ser la halitosis de algunos manifestantes y una que otra flatulencia, que en medio de semejante multitud, amenaza con asfixiar a quienes ahora ni siquiera usaban tapabocas, pues además el COVID—19 ya no atemorizaba a nadie.
La causa —que ya se puede imaginar— era que la selección colombiana de fútbol sub 17 había quedado subcampeona del torneo sudamericano, con 7 partidos jugados, 1 perdido, 16 goles a favor y 2 en contra. Consiguiendo además la clasificación directa al mundial de la categoría, a jugarse en la India.
No. No. Esa selección no es de varones; es de mujeres. Niñas de entre 14 y 17 años, que jugaron mejor que la selección masculina de mayores, que en toda la eliminatoria no ha logrado semejantes guarismos, y que, salvo un milagro, se quedó por fuera del mundial.
Así que, la PATRIA (así, con mayúsculas) tenía que estar de fiesta y los seguidores del deporte que se juega, tal como la oligarquía trata a este país, a las patadas, respondiendo al sentir nacional, salieron a expresar su apoyo emotivo a semejantes heroínas, que no por ser niñas no dejaron de ponerle el pecho al balón, y, a juicio de buenos entendidos futboleros «machos», manejarlo y pegarle ¡Como todo un hombre!, y a decirles que lo hicieron bien, y que con el apoyo de los corazones de los aficionados, las políticas y el presupuesto del Estado y las inversiones de la empresa privada —ni más faltaba—, iban a ser grandes, no solo porque crecieran —porque algunas quedarán «currutacas», sino por que su profesionalismo llegaría a tal nivel, que por fin tendríamos un campeonato mundial.
De manera que cuando en el horizonte se vio la aeronave ornada con el pabellón Nacional, en los altavoces de la terminal se empezaron a escuchar las notas del himno patrio, que seguidamente fue coreado por todos los asistentes al homenaje.
El griterío fue intenso cuando las jugadoras y el cuerpo técnico descendieron del avión y los controles de ingreso para las párvulas se hicieron tan rápido, para que los fanáticos no se impacientaran demasiado y violentaran los controles de la policía. Las cámaras de los celulares dejaban para la posteridad fotos y videos, y los periodistas se atropellaban para tener un primer plano y unas palabras de cada una de las nuevas figuras del fútbol.
Las lágrimas, tanto de las niñas homenajeadas como las de los aficionados, no sentían vergüenza de rodar por las mejillas para mostrar el sentimiento de orgullo que invadía todas las almas, hasta de los que no entienden ni sienten nada por la pasión y el deporte de multitudes.
¡Qué importaba que la selección masculina de mayores no fuera al mundial. ¡Ya veremos qué pasa dentro de cuatro años! ¡Lamentable lo de Egan Bernal, que se haya tenido que marginar de esta temporada del ciclismo! Ya se recuperará gracias a su tenaz capacidad resiliente. ¡Qué más da si este año Nairo gana o no el Tour de Francia! Lo importante ahora era que estas muchachitas, indias, negras,rubias y trigueñas habían tenido un excelente desempeño, y eso, había que celebrarlo por lo alto.
El carro de bomberos transportó en desfile por toda la avenida 26, a las infantas, para llevarlas directamente al palacio de Nariño, donde las esperaba el presidente de la República. A lo largo de toda la avenida, los conductores activaban sus claxons y los peatones se detenían en los puentes para verlas pasar y gritarles arengas. ¡COLOMBIA, COLOMBIA, COLOMBIA! Era el grito unísono coreado a lo largo de todo el recorrido.
Ya en el palacio presidencial, el señor mandatario las fue saludando una a una, y la primera dama, mujer al fin y al cabo, supo leer en las facciones de algunas adolescentes, la necesidad de ir al baño, pues, para no desairar a sus fanáticos en el aeropuerto, las niñas forzaron sus vejigas con tal de no dar a entender mal, que se estaban escondiendo.
Acto seguido, el presidente pronunció un corto discurso en el que alabó la excelencia del deporte y el amor con que las pequeñas jugadoras habían «sudado la camiseta», frase por demás original que a nadie se le había ocurrido antes. Prometió también la radicación de un proyecto de ley para otorgarles becas, tanto para que ellas siguieran sus estudios académicos, como para que otraS niñas pudieran ingresar a las escuelas infantiles de fútbol, que en adelante no solo serían de los clubes privados, sino que también las habría estatales.
Desde luego no faltó la condecoración con una pequeña réplica de la cruz de Boyacá —insignia que se le otorga a los héroes de la Patria— que hizo henchir el pecho de las laureadas —sobre todo de aquellas que por su edad o por su Anatomía no lo tienen muy henchido—, haciendo que los acostumbradores se tensaran peligrosamente.
Todo iba bien, hasta que me desperté en mi celda, sudando por el calor. Le di un puño a la almohada y me dije con cierta rabia, «yo sÍ sueño guevonadas. Como si no supiera en qué mundo y en qué país vivo. ¡Tan imbécil y tan iluso, creer que el machismo se iba a dar semejante rajada como para reconocer lo hecho por unaS peladitas!» Miré el reloj. Eran las tres de la mañana. Me quedé despierto un buen tiempo, suficiente para reflexionar y acabar de comprender que de verdad estaba soñando; pero que lo que sÍ era cierto, era que yo tenía mucha imaginación. Me sonreí y tomé la decisión de escribir lo que acaban de leer y me volví a dormir.
La Dorada | 23 de marzo de 2022