Por Marcos Roitman Rosenmann

«Mattelart no es sólo el coautor de Para leer al pato Donald, la más citada, pero no la más relevante. Su obra en solitario o en colaboración hace los cimientos de la teoría de la comunicación social contemporánea»

13 de noviembre de 2025 | Fuente: La Jornada

Inicio con una anécdota. En tanto profesor titular de la asignatura de sociología general en el grado de relaciones internacionales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, utilicé como texto obligatorio el ensayo de Armand Mattelart Historia de la sociedad de la información.

Una crítica a los apologetas de la sociedad de la información y una historia de su evolución. Todos los años, alumnos se acercaron preguntando sobre su obra. Ahí radica la grandeza y fuerza de su pensamiento, avivar el apetito de conocimiento en jóvenes que inician su andadura intelectual.

Fijar la atención en la comunicación social es traer a colación a Marshall McLuhan, pero pocos la relacionan con el más destacado teórico del siglo XX en la disciplina: Armand Mattelart, sociólogo belga fallecido el 31 de octubre.

Mattelart dedicó su vida intelectual y militante a desentrañar los mecanismos de dominación ideológicos en las formas políticas adoptadas por las clases dominantes y el desarrollo de la comunicación de masas. Radicado en Chile desde 1963, tras el golpe de Estado de 1973 se traslada a Francia junto con su compañera Michelle Mattelart, pionera en los estudios de comunicación social, género e ideología en las fotonovelas.

La obra de Armand Mattelart puede definirse como germinal. Saltó a la fama por el escrito al alimón, con Ariel Dorfman, Para leer al pato Donald. Comunicación de masas y colonialismo (Siglo XXI, 1972).

En esos años, señalar que los cómics proyectaban ideología de clase era una herejía. Advertir que las viñetas de Walt Disney contenían publicidad encubierta por utilizar un símil supuso romper el mundo de fantasía sobre el cual levantaba su factoría. Así lo refleja la sinopsis de la contraportada en su 39 edición: “Desnudar al ídolo denunciando las falacias contenidas en sus creaciones significaba quebrar la armonía familiar y, con ello, desarmar la metáfora del pensamiento burgués que Donald encarnaba”.

Y así apostillaban sus autores: “Donald era el portavoz no sólo del american way of life, sino también de los sueños, las aspiraciones y las pautas de comportamiento que Estados Unidos exigían a los países dependientes para su propia salvación. El cómic se revelaba como un manual de instrucciones para los pueblos subdesarrollados sobre cómo habrían de ser sus relaciones con los centros del capitalismo internacional”.

Pero Mattelart no es sólo el coautor de Para leer al pato Donald, la más citada, pero no la más relevante. Su obra en solitario o en colaboración hace los cimientos de la teoría de la comunicación social contemporánea. Tempranamente, junto con Carmen Castillo y Leonardo Castillo, publica La ideología de la dominación en una sociedad dependiente, un análisis que “apunta a desmontar las estructuras –del discurso– refiriéndose a la racionalidad de dominación de los grupos tradicionales mediante una lectura ideológica y a determinar su flexibilidad y poder de recuperación para neutralizar los cambios inducidos por otros sectores sociales”. Y en 1972 aparece Agresión desde el espacio. Cultura y napalm en la era de los satélites. Obra primigenia que estudia los vínculos entre el cómic, el discurso y el poder político, destapando cómo la Agencia de Información de Estados Unidos había “preparado panfletos en provecho de la exploración privada del petróleo para ser distribuidos en Ecuador por la Texaco-Gulf Oil (…) y en Bolivia había producido un libro de tiras cómicas sobre terrorismo urbano para ser distribuido por el Ministerio de Información (…) fueron 148 mil ejemplares de la historieta El desengaño. Las copias sin su marca de fábrica fueron enviadas a las filiales de la agencia en 10 países latinoamericanos”. 

Develar las formas de control de las clases dominantes desde la comunicación social marcó su impronta intelectual. Nadie como él captó los mecanismos ideológicos, las formas políticas, las dinámicas sobre las cuales el Estado capitalista construyó su espacio de vida, generando un nuevo tipo de comunicación social. Problema que aborda en La comunicación-mundo. Historia de las ideas y de las estrategias.

Asimismo, su preocupación por la militarización de la sociedad, y sus repercusiones en la violación de los derechos humanos como parte de una teoría de la información en tiempos de guerra total, lo lleva a escribir en 1978 Ideología, información y estado militar, subrayando que “… no se trata, como en los años sesenta, de hacer participar a la población en un modelo de consumo y de aspiraciones, teniendo como referencia y blanco las clases medias(…) Se trata más bien, como en toda guerra , de destruir al enemigo”.

En el aluvión de reformas neoliberales, junto a Michelle, publican Los medios de comunicación en tiempos de crisis, un avance de los cambios que devendrán en cibercapitalismo: “…después del magnetoscopio, del videodisco y el teletexto, pronto tendremos la computadora a domicilio: entramos en la era de la telemática (…) Y la industria de la cultura, como los sectores tradicionales, no escapan al redespliegue: la televisión, la prensa, el cine, la edición, los ocios son objeto de una total redistribución de naipes con interés de gran envergadura: la búsqueda del consenso perdido”. Posteriormente, saldrá La invención de la comunicación, clave para comprender la unión entre comunicación, dominio y control de los medios, como última etapa del imperialismo cultural y la sicología de masas. Y ya en 2015, con André Vitalis, ve la luz De Orwell al cibercontrol, donde se aborda la transición hacia un imperialismo digital de control cibernético y el comienzo de la guerra neocortical, gracias a las nuevas tecnologías de dominación cultural e ideológica.

La obra de Armand Mattelart ha sido prolífera. Sin embargo, sus escritos resaltan el rigor teórico y el compromiso militante por visibilizar los mecanismos ideológicos de control social presentes en la comunicación social, entrelazados a las formas de colonialismo cultural desarrolladas por el imperialismo. Sin duda, sus reflexiones ganan la inmortalidad de los gigantes del pensamiento crítico.