40 grados a la sombra. Jairo Fuentes

40 grados a la sombra. El aire arde, el piso arde, las paredes arden, el techo arde, los cuerpos arden.

Al igual que en una olla a presión, o en una parrilla, esos cuerpos se cocinan lentamente, sintiendo que cada día que pasa, cada parte de sus órganos se ablanda.

De la misma manera que la carne, esos cuerpos estaban crudos, o les parecieron crudos a alguien que determinó ingerirlos cuando estuvieran listos.

Por lo tanto, tales porciones de carne se condimentan con aliños: aislamiento (sal), disciplina (ajo), restricciones (pimienta), estigmatización (comino), resocialización (orégano), rehabilitación (tomillo), redención (laurel).

Así, el calor aumenta o disminuye, de acuerdo con el criterio del cocinero, quien obedece a las recetas y determinaciones del chef, quien a su vez ha recibido el pedido de su comensal, y por lo mismo, trata de entregarle un producto final que los deje satisfechos a todos, incluido, el cocinado.

«El espíritu es fuerte, pero la carne es débil», se le antojó decir a un loco a quien se le ocurrió intentar salvar a la humanidad hace más de 2000 años. Debe ser por eso que el chef y los cocineros someten esos mencionados cuerpos al fuego, para ablandar el espíritu, es decir, el cerebro; pero parece ser, al contrario de los cerebros animales, que el cerebro humano es el más duro de cocer y por lo tanto se niega a absorber las esencias de los condimentos.

Lo anterior parece confirmarlo el hecho de que, por más que la olla esté tapada, esos espíritus (cerebros) se las ingenian para romper el aislamiento, proveerse de lo que se les niega, o burlar los parámetros de la condimentación.

En resumen, por más que se atice el fuego, las carnes se ablandan -algunas se deshacen-, los cerebros no siempre; por lo menos aquellos que siguen teniendo razones para no dejarse devorar.

Cárcel de La Dorada. Colombia. 40 grados a la sombra. Julio de 2020.