SENTIRES VENEZOLANOS. LARGO CAMINAR
Por Raúl García Sánchez | Vocesenlucha
«Todo caminar implica venir de algún lugar, y eso abre la posibilidad de la síntesis creativa, de aterrizar lo vivido en ideas y aprendizajes».
Barquisimeto, Venezuela | 26 de julio de 2023
Hay dos formas de tomarse el camino, como mero tránsito o como estar pausado, como inevitable y sufrido traslado o como posibilidad y disfrute. Si estás entre los primeros, moverse en transporte público por Venezuela no es camino de rosas. El recorrido siempre puede deparar sorpresas, suele decirse. En Venezuela las probabilidades se multiplican.
Amanece un domingo soleado en el heroico barrio 23 de enero de Caracas. Ayer en la tarde finalizó el encuentro Pensando la Democracia Comunal en la Comuna El Panal y hoy las delegaciones regresan a sus comunas y territorios. En la mañana temprano recogemos nuestros bártulos, nos despedimos de la gente y aprovechamos la buseta de las compañeras y compañeros de la Comuna Socialista El Maizal para regresarnos con ellos hasta Barquisimeto, la mitad del camino hasta Valera, nuestro destino final.
En mi tierra castellana es típico el dicho, “se sabe cuándo se sale, no cuándo se llega”. En Venezuela no se sabe ni cuándo se sale ni cuándo se llega. Sigo sufriendo esa realidad, pero hace rato que aprendí a disfrutarla. No es el espacio ideal, ni el más cómodo, pero si no se padece de mareos, puede ser un lugar interesante para la reflexión, la inspiración, la lectura, la escritura, la conversa y también para el sueño. Algunas de las mejores conversaciones las he tenido durante largos viajes. También algunas de las mejores lecturas y líneas escritas han sido garabateadas en cuadernos con trémula línea en busetas, trenes o aviones. No puedo decir lo mismo en cuanto a los sueños. Sin duda los sueños son los más perjudicados. El camino estimula la reflexión porque todo caminar implica una puerta abierta a lo incierto, a lo que te ofrece el próximo puerto, conocido o desconocido, pero también a lo incierto del propio camino.
La buseta arranca desde el estacionamiento, pasa el arco azulado que en sentido contrario da la bienvenida a la Comuna El Panal, recorre 200 metros, el motor hace un ruido extraño y se detiene. El chófer trata de ponerlo en marcha repetidas veces sin éxito. Quedamos detenidos y parece que la cosa va a llevar un rato. Podrá gustarte o no viajar en buseta, pero debe ser universal el tedio de estar en una esperando que retome el camino. Bajamos a tierra firme, 200 metros más allá de nuestro punto de partida. Por suerte seguimos en las inmediaciones de La Comuna. Gracias al apoyo que nos brindan las y los comuneros, conseguiremos el filtro que necesitamos para continuar el camino. Pero ese trámite, siendo domingo, llevará unas horas. Es admirable la calma con que se toman estos menesteres en Venezuela. Estos tiempos, que en otros lugares del mundo se llaman “tiempos muertos”, aquí son de todo menos muertos. Igual que los apagones, son momentos que fecundan la conversa, el encuentro y el compartir, la “echadera de cuento”. Es la dialéctica de habitar en un país bloqueado. Me acerco a unos compañeros de Barinas, de la Comuna La Patria Nueva de Maisanta, y nos ponemos precisamente a eso, a echar cuento. Al compartirles nuestra experiencia en la Escuela de Comunicación Popular de la CORENATs, expresan la importancia de trabajar con la infancia y la juventud, de la necesidad de la formación en los jóvenes. De ahí, cómo no, pasamos a hablar de la industria cultural hegemónica. Una compañera comenta la dolorosa contradicción de cómo es posible que nuestras adolescentes comuneras, que ayer estaban gritando “sin feminismo no hay socialismo”, hoy estén colocando canciones de reguetón que las denigran como mujeres. Me quedo pensando en que debemos no estar entendiendo algo.
Todo caminar implica venir de algún lugar, y eso abre la posibilidad de la síntesis creativa, de aterrizar lo vivido en ideas y aprendizajes. Un viaje rápido imposibilita o limita la brecha que abre ese tránsito en la conciencia. El estar quieto también es tránsito, pienso; aunque parece que no se mueve, vaya si lo hace.
El tiempo pasa en el 23 de enero y un grupo amplio decidimos salir a pasear y buscar algo de fruta. Esto nos permite conocer mejor el 23, y conectar espacios que ya conocíamos, como la zona del metro Agua Salud, con El Panal. Paseamos entre los bloques que fueron construidos durante la dictadura de Pérez Jiménez para militares y sus sectores consentidos, ocupados rebeldemente por los márgenes olvidados de Caracas a la caída del dictador. Buscando caminos alternativos, nos topamos con otra vista privilegiada de Caracas. Es la magia de los sobresaltos del camino. Permiten conocer mejor a personas y lugares, territorios humanos y físicos. Conseguido el filtro, la buseta escupe los humos y retomamos el caminar, que nunca se detuvo, de nuevo sobre ruedas. Llegamos sin más sobresaltos que los que provoca la música reguetoniana hasta Barquisimeto.
Me encantan los viajes en busetas viejas, avanzando, eso sí. Recibir el aire desacondicionado desde ventanas abiertas hacia los campos de Venezuela. Justo en otra de esas busetas, ya camino a Valera desde Barquisimeto, comienzo a escribir estas palabras.
Hace unos días conocimos a Ignacio, un venezolano de origen vasco que pasó sus primeros 23 años en Euskal Herria y los siguientes 52 en Venezuela, por ahora. El compañero nos comentaba sorprendido por nuestro modo de vida esparcido: “He conocido locos, pero no de la categoría de ustedes. ¿Vivir aquí y allí? No. Tienen que decantarse. Eso no puede mantenerse mucho tiempo. Ustedes viven crucificados. Deben venirse a vivir a Venezuela”. La sorpresa es que semejante loco, rodeado toda su vida de locos mayores, nos llamara a nosotros locos. Tremendo personaje Ignacio, de esas personas que uno oye nombrar en variados espacios militantes en Venezuela, con toda una experiencia de vida en la formación y la educación popular, fundador del colectivo Churuata, a quien al fin conocimos junto a su maravillosa familia.
Lo vivo como una contradicción. Admiro a quienes viven apegados a unas raíces, a un territorio, y logran desde ahí mantener, reforzar o construir comunidad. Siento mis raíces castellanas, desde el significado popular que se merecen. Pero como cazador-recolector de historias, me siento profundamente nómada. Trato de resolver esa contradicción autoafirmando mi condición errante de amplias raíces; un poco de chileno, mucho de cubano, más de venezolano y por supuesto latinoamericano. Pero es puro consuelo.
El bus hacia Valera hace un alto en el camino. Converso con Óliver sobre su papá, Osvaldo Ramos, motor del Consejo Comunal y los Consejos Campesinos en Mesa de los Viejitos, barrio campesino de un cerro en lo alto de Valera, a quien entrevistamos el pasado año, y quien lamentablemente nos dejó hace unos meses. Tremenda y dolorosa pérdida, para la familia y para el proyecto bolivariano en su territorio. Al retornar a la buseta, el chófer comprueba el motor. Trata de arrancar pero se ahoga. 4 veces. Óliver me mira. A la 5 arranca. Continuamos. Continuamos. Mientras escribo, en el asiento vacío de al lado mío reposa un libro cuya portada dice “Marxismo y Comunicación”. Una joven sentada en la otra fila junto a Óliver, me pide el libro para leerlo. Lo ojea y con su teléfono fotografía el índice. Todavía hay esperanza, pienso.
El motor se detiene. Ohhh, llegamos. Me ha pasado cientos de veces, que el bus, el tren o el avión -en bicicleta no me ocurre- llega al destino, y uno puede tener el trasero frito y el cuerpo con forma de 4, pero lamentar profundamente ese final transitorio. Por falta de conversa, por falta de lectura, por falta de escritura o por falta de sueño. En fin, sigamos soñando. Sigamos caminando.
Raúl García es maestro, antropólogo y comunicador de Vocesenlucha