REFLEXIONES EN TORNO AL TRABAJO DESDE UN PRIMERO DE MAYO ACUARENTENADO
A 202 años del Nacimiento de Marx
Por Vocesenlucha
«Hoy las clases sociales no son tan marcadas y evidentes como en el siglo XIX. El desarrollo tecnológico y el dominio financiero de esta etapa neoliberal derivan en el actual capitalismo digital. El sueño americano, el emprendurismo, el tú sí puedes, la teología de la prosperidad, el pensamiento positivo, el Yo eterno e inmortal… a través de industrias culturales como el cine, la literatura de autoayuda, los medios corporativos de comunicación, la publicidad… llevan décadas domesticando conciencias, creando cultura, entrenando ejércitos de consumidores, obedientes felices a la razón neoliberal».
1. ACUMULACIÓN ORIGINARIA Y TRABAJO ASALARIADO
Las trabajadoras y trabajadores del mundo entero están hoy sometidos a una crisis sanitaria que se suma a la crisis estructural de este modelo y a la ofensiva desplegada por el capital contra el mundo del trabajo y las trabajadoras.
Hace unos días vivíamos un primero de mayo más, aunque distinto a todos los anteriores. En tiempos `acuarentenados´, seguimos reclamando la necesidad de asumir el trabajo como elemento que articula nuestra identidad en tanto ordena nuestras vidas, bien sea para el sometimiento, bien sea para la emancipación. El actual modelo de producción estructura tiempos y sentidos reproduciendo constantemente desigualdad. Sometiendo a las mayorías, «empoderando» a minorías. Por tanto, generando en torno al trabajo identidades sometedoras y sometidas, identidades que perpetúan la explotación.
Karl Marx, en su texto sobre la acumulación originaria, previa a la acumulación capitalista, explicaba cómo los trabajadores, ante la progresiva expropiación de los medios de producción, como la tierra al campesinado, por parte de las clases dominantes, se vieron obligados a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario para poder vivir. Así nació el trabajo asalariado, herramienta básica de explotación durante siglos.
En su folleto «Trabajo asalariado y capital», relata cómo la fuerza de trabajo, mediada por el capital, se convierte en mercancía en este modelo explotador que sigue rigiendo nuestras vidas y ordenándonos hoy cuándo debemos o no regresar al trabajo, aun a costa de nuestra salud, aún a costa de nuestra vida, tal y como pasó desde los tiempos originarios de los que hablaba Marx en que empezaron a gestarse las actuales relaciones de producción.
"Por tanto, diríase que el capitalista les compra con dinero el trabajo de los obreros. Estos le venden por dinero su trabajo. Pero esto no es más que la apariencia. Lo que en realidad venden los obreros al capitalista por dinero es su fuerza de trabajo. El capitalista compra esta fuerza de trabajo por un día, una semana, un mes, etc. Y, una vez comprada, la consume, haciendo que los obreros trabajen durante el tiempo estipulado. Con el mismo dinero con que les compra su fuerza de trabajo, por ejemplo, con los dos marcos, el capitalista podría comprar dos libras de azúcar o una determinada cantidad de otra mercancía cualquiera. Los dos marcos con los que compra dos libras de azúcar son el precio de las dos libras de azúcar. Los dos marcos con los que compra doce horas de uso de la fuerza de trabajo son el precio de un trabajo de doce horas. La fuerza de trabajo es, pues, una mercancía, ni más ni menos que el azúcar. Aquélla se mide con el reloj, ésta, con la balanza".
2. LUCHA POPULAR Y LUMPENPROLETARIADO
Decíamos que Marx desgranó el significado del trabajo asalariado, situando su origen en el despojo de los territorios, en una relación histórica de explotadores y explotados.
Marx y Engels centraron su atención en la sociedad industrial de los países de la Europa central del siglo XIX. ¿Significa eso que el marxismo está desfasado? No. Significa lo que significa, que sus análisis hablan de un contexto y un momento histórico. Leer la realidad desde una mirada monolítica y encapsulada, como si nada hubiera cambiado, solo nos puede llevar a repetir dogmas y ortodoxias.
Gramsci, afirmó que “Marx no ha escrito un credillo, no es un mesías que hubiera dejado una ristra de parábolas cargadas de imperativos categóricos, de normas indiscutibles, absolutas, fuera de las categorías del tiempo y del espacio”.
El marxismo a nuestro juicio nos sigue ofreciendo el más completo y eficaz método de interpretación de la realidad. Constituye pues una herramienta de análisis y acción política, nunca un modelo o un dogma a seguir.
En América Latina, desde Mariátegui hasta Fidel Castro pasando por Julio Antonio Mella, Aníbal Ponce, Emilio Recabarren o el Che Guevara, entre muchas otras voces, nos dejaron el legado de un marxismo herético, ajustado a la realidad latinoamericana.
Marx o Engels no pudieron hablar del mundo actual, donde hace rato el obrero industrial dejó de ser el sujeto de vanguardia, el mundo del trabajo se diversifica, nacen nuevas formas laborales donde lo virtual y el teletrabajo cobran protagonismo (más en este mundo vírico), el mundo financiero despunta frente al productivo, el sector servicios supera en Europa el 70%, el número de desempleados y excluidos crece y, como aquí en Colombia, el trabajo informal ronda el 50%.
Marx se refirió en términos despectivos al lumpenproletario. En la actualidad la realidad de exclusión golpea a millones de almas en los barrios de la periferia de grandes ciudades como Bogotá, donde en las casas se multiplican los pañuelos rojos, señal de auxilio ante el hambre de las familias en medio de esta crisis provocada por el Covid. La organización crece frente al malestar acumulado. Las caceroladas inundan los barrios de indignación.
En muchos de esos barrios las ollas comunitarias celebran, con las adecuadas medidas de protección, el primero de mayo. El lumpenproletariado del siglo XXI asume su condición de clase trabajadora. El sujeto popular, junto a otros como el indígena o el feminista, son sujetos protagónicos en las transformaciones del siglo XXI. En ellos, cada vez más, recae la esperanza del cambio. Más todavía en la realidad latinoamericana. Desde esta realidad es que nos toca desplegar el pico y la pala del marxismo, reivindicando y refundando el prisma de la identidad trabajadora.
3. INFANCIA Y TRABAJO
Hablábamos sobre la necesidad de revisar nuestra mirada hacia el trabajo y la identidad trabajadora. Poníamos el ejemplo del sujeto popular, indígena o feminista. En los últimos años, el pensamiento marxista ha reconocido cada vez más el protagonismo de esos otros sujetos. Más raro resulta sin embargo hablar de la infancia como sujeto político.
Sin embargo, el 1º de Mayo es un día importante para la infancia trabajadora organizada en América Latina. El Movimiento Latinoamericano y del Caribe de Niñas, Niños y Adolescentes trabajadores, MOLACNATS, vive habitualmente esta jornada marchando junto a trabajadoras y trabajadores adultos de todos los gremios compartiendo lucha, calle e identidad.
Junto a los NATs, (niños, niñas y adolescentes trabajadores), gritamos la necesidad de comprender el trabajo como hecho social que incluye a todas las edades; niñas, niños, adolescentes, adultos y personas mayores. Trabajo digno, reclaman los NATs, reivindicando el trabajo desde una perspectiva de clase, emancipadora, comunitaria, solidaria, armónica y popular. En contra por tanto de la explotación en todas sus formas.
Esa explotación fue la que denunció Marx al describir las condiciones infrahumanas del proletariado industrial. Tal y como nos contaba hace unos días Reinel García, director de la Fundación Creciendo Unidos en Colombia, Marx también visibilizó las condiciones de explotación de los niños que trabajaban en Inglaterra. «Nosotros reivindicamos el trabajo no de explotación, sino el trabajo que dignifica», continúa Reinel.
En “Glosas marginales al programa del Partido Obrero Alemán”, del texto conocido como “Criticas al Programa de Ghota», Marx le critica a dicho programa su posición respecto a la «Prohibición del trabajo infantil». La explicación concuerda absolutamente con la mirada del movimiento Nats latinoamericano. Vean:
“La prohibición general del trabajo infantil es incompatible con la existencia de la gran industria y, por tanto, un piadoso deseo, pero nada más. El poner en práctica esta prohibición -suponiendo que fuese factible- sería reaccionario, ya que, reglamentada severamente la jornada de trabajo según las distintas edades y aplicando las demás medidas preventivas para la protección de los niños, la combinación del trabajo productivo con la enseñanza desde una edad temprana es uno de los más potentes medios de transformación de la sociedad actual”.
La Organización Internacional del Trabajo lleva décadas empeñada en una política basada en la «erradicación del trabajo infantil». En América Latina, ante las necesidades reales de los pueblos, esa visión de la OIT solo ha cosechado fracasos.
«Solo en Bogotá más de 80 mil niños trabajan. En Colombia, las estadísticas oficiales decían que más de 3 millones de niños trabajan. Yo mismo fui un niño trabajador. Es una realidad de los niños de los sectores populares, no solo de Colombia sino de toda Latinoamérica», afirma Reinel. «Nosotros hemos fomentado la organización de niños y niñas». Que conozcan sus derechos, que estudien, que se formen, que se involucren en la transformación de su realidad como sujetos políticos y protagónicos. «Las transformaciones se dan a través de la organización y la conciencia política de esas personas como identidad de clase, como sector popular. Esos niños van a su vez articulándose con otras expresiones del movimiento social. Una articulación de luchas para lograr que algún día esta sociedad sea mejor».
Desde esa mirada, ¿podemos arrebatar a la infancia el derecho a asumir su identidad de clase trabajadora? ¿Debemos prescindir de tal potencial transformador, de semejante aliento de futuro?
4. LUCHA DE CLASES EN TIEMPOS DE PANDEMIA
Marx analizó la realidad capitalista tomando como base el estudio de la historia. Sin embargo se centró, como decíamos, en la historia de las sociedades de la Europa Central, desdibujando y malinterpretando en muchos de sus escritos realidades coloniales como la de América Latina. Como ejemplo, su lectura miope respecto a Simón Bolívar, inducido por los pocos y sesgados escritos que llegaban a Europa en la época. Marx fue modificando sus lentes hacia el mundo periférico conforme fue avanzando su pensamiento.
Como también decíamos, Marx nos dejó una herramienta fundamental para la comprensión de la realidad. Una guía teórica pero también de acción. En las Tesis sobre Feuerbach se lee: «los filósofos, hasta el momento, no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, ahora de lo que se trata es de transformarlo».
Uno de los principales aportes del pensamiento revolucionario de Marx es su concepción de la historia, entendida como lucha de clases. Concepción que caló no solo en el pensamiento de la izquierda. Cuando en los 90 los gurús neoliberales, ante la caída del muro y el fin de la guerra fría, asumieron aquella frase de Fukuyama que vaticinaba el “fin de la historia”, a la vez que incurrían en un disparate imposible, estaban asumiendo la concepción de la historia como lucha de clases. Es decir, la tesis marxista.
La lucha de clases caracteriza efectivamente la historia de la humanidad. ¿De toda? No lo creemos. La mayor revolución en la historia es probablemente la revolución neolítica, que marca un punto de inflexión en el asunto de la desigualdad. Los grupos humanos deciden abandonar la vida nómada basada en la caza y recolección, domesticar animales y plantas y asentarse permanentemente en territorios formando poblaciones estables. Producto de esa nueva realidad sedentaria, las sociedades comienzan a producir excedente como resultado del trabajo colectivo. Sin embargo, un grupo de personas decidieron acaparar ese excedente y hacer que otros trabajaran para ellos. La división del trabajo crece y con ella la desigualdad. Eso, contado rápido y pronto, es el origen de las sociedades estratificadas que hoy día conocemos. La pérdida de la propiedad colectiva y el nacimiento de la propiedad privada es el polvo originario de estos lodos. Y eso no lo dijo solo Marx. Casi un siglo antes, Rousseau afirmó:
“El primer hombre a quien, cercando un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y halló gentes bastante simples para creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso: «¡Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!»”[1].
La sociedad dividida en clases entra irremediablemente en contradicción, dado que expresan intereses antagónicos. Cada clase se moverá, asuma o no la lucha de clases, de acuerdo a dichos intereses, lo que genera el conflicto del que habla el marxismo. Esa batalla, “velada unas veces, y otras franca y abierta”, es inevitable mientras sigan existiendo explotadores y explotados. Es el resultado de esa lucha lo que, según Marx, produce el cambio histórico. Las revoluciones, pues, serían producto de la pugna histórica entre las clases oprimidas frente a las opresoras.
Hoy las clases sociales no son tan marcadas y evidentes como en el siglo XIX. El desarrollo tecnológico y el dominio financiero de esta etapa neoliberal derivan en el actual capitalismo digital. El sueño americano, el emprendurismo, el tú sí puedes, la teología de la prosperidad, el pensamiento positivo, el Yo eterno e inmortal… a través de industrias culturales como el cine, la literatura de autoayuda, los medios corporativos de comunicación, la publicidad… llevan décadas domesticando conciencias, creando cultura, entrenando ejércitos de consumidores, obedientes felices a la razón neoliberal. Los trabajadores asumen una mentalidad burguesa, lejos de su origen de clase, adoptando la posición de clase de los dominadores, autoexplotándose. La pérdida de identidad es devastadora. El trabajo no se concibe críticamente como elemento de explotación por parte del capital para perpetuarse sino como vehículo para la salvación individual de las clases dominadas.
La devoción al dogma del trabajo capitalista carcome las vidas de los esclavos sonrientes del siglo XXI. ¿Y qué pasa cuando no trabajamos? Que seguimos trabajando para el sistema. ¿Cómo? Consumiendo. Perdida esa capacidad de disfrutar del tiempo libre que, como decía Sócrates, genera pensamiento crítico, gozamos la libertad que nos condena.
Como nos recuerda Ángel González, referente de la CORENATs Venezuela, “en algunas culturas indígenas andinas no existe palabra que pueda significar lo mismo que trabajo, que sea traducible a esa palabra. No es que en esas culturas no se trabaje, sino que su significado y sobre todo en la práctica es otra cosa diferente a lo que en la cultura occidental se conoce como «Trabajo»… de ahí que algunos hablen de las «representaciones sociales» del trabajo y de los distintos sujetos del trabajo (niños, adolescentes, mujeres, hombres, tercera edad…)”.
Este nuevo virus llamado Covid-19 profundiza el virus que hace siglos carcome cuerpos y cerebros aumentando el estado líquido y precarizado del mercado de trabajo; expresado, por ejemplo, en las nuevas formas de teletrabajo o las compañías de reparto a domicilio. Para graficar el carácter de estas nuevas formas de explotación, nada como ver la última película del director inglés de cine social Ken Loach: Sorry We Missed You (2019). En estos días pandémicos, el propio Ken Loach afirma: “Creo que la gente no se está dando cuenta de que el estado de bienestar se ha desmantelado. Aquí cada jueves, a las ocho de la tarde, la gente sale de sus casas para aplaudir a las enfermeras, médicos, cajeras, trabajadores… les aplauden en la calle cada día. Pero no se dan cuenta, en parte porque nadie desde la política lo está denunciando, que son trabajadores explotados”.
La toma de conciencia de las trabajadoras y trabajadores de su identidad de clase es fundamental para la construcción de un mundo más humano, donde prevalezcan las relaciones comunitarias frente al credo de la “propiedad privada”. Para eso debemos ampliar el concepto de trabajo, entendiéndolo como hecho social que puede ser liberador u opresor dependiendo de las relaciones de producción en las cuales se inserte, o dependiendo de si el trabajo se pone al servicio del orden hegemónico existente o al servicio de una causa de transformación plebeya y radical. Un mismo trabajo, inserto en diferentes lógicas y relaciones, puede servir para reproducir explotación o para reproducir vida digna. Resultas de eso, hablamos de trabajo alienado o trabajo liberador o emancipado.
Una de las lecturas más dañinas de la obra de Marx, derivada posiblemente de una mala interpretación del propio Marx, es esa idea de que el capitalismo lleva implícito el germen de su destrucción. Pensar que el capitalismo se va a desmoronar por sí solo, por sus muchas contradicciones internas, supone asumir una mirada economicista que parece dejar a un lado el papel de la voluntad colectiva en los cambios históricos. Autores como el pensador italiano Antonio Gramsci combatieron lecturas positivistas del marxismo ortodoxo, negaron la existencia de fuerzas ocultas en la historia que obliguen al hombre a comportarse en contra de su voluntad y, reinterpretando a Marx, reivindicaron el papel transformador y creador de la acción colectiva en el acontecer histórico. El sistema capitalista ha demostrado su enorme capacidad de reinventarse. De ser cierto que el capitalismo caerá por sí solo, nada garantiza que no sea sustituido por otro orden dominador. Es ahí, en el ardor de la lucha de clases, donde las fuerzas populares organizadas pueden empujar a este capitalismo decrépito al precipicio de la historia y voltear ésta hacia el lado de los pueblos.
Este momento histórico es de gran complejidad. Nuevos desafíos reclaman nuevas adaptaciones. Los tiempos de crisis global, y estamos probablemente a las puertas de la más profunda crisis del capitalismo, son tiempos de cambio, de reajuste del orden. Los peligros son enormes. No es cierto que del vientre de la crisis nazca necesariamente un momento revolucionario de carácter emancipador. En Italia, durante la crisis capitalista de los años 20 y 30, el movimiento fascista se fortaleció y amplió sus bases sociales, convirtiéndose en un movimiento de masas. Hoy, a los hechos nos remitimos, no estamos exentos de esa amenaza.
Pensar en un suelo organizativo popular sobre el que apoyarnos para hacer frente a estos desafíos, requiere primero de todo hacer una ajustada lectura del actual momento histórico. Diciéndolo con el escritor argentino Guillermo Cieza, “quien no advierta cómo funcionará el mundo que se viene, difícilmente podrá encontrar respuestas y orientaciones hacia las cuales encaminar sus esfuerzos”[2]. Nuevas y viejas formas organizativas deben darse la mano para estar a la altura de esos reajustes estructurales y acumular fuerzas para caminar hacia nuevas transformaciones que antepongan la vida digna a la economía de mercado.
Uno de los lemas que estos días han circulado por las redes sociales ha sido: “A pesar del Coronavirus, la lucha de clases sigue”. Si no que se lo digan a los barrios populares de la periferia sur de Bogotá que en estas últimas semanas, ante el hambre en los cuerpos, reactivaron esas caceroladas que se extendieron durante el Paro Nacional iniciado con las movilizaciones del 21 de noviembre de 2019.
Marx gastó plumas y neuronas pensando alrededor del concepto trabajo. Para él, la única propiedad de la clase trabajadora, una vez despojada de la propiedad comunitaria de los medios de producción, era su fuerza de trabajo, que el capitalista convertía en mercancía. Sin embargo, en una sociedad donde prevalezcan las relaciones comunitarias, ¿el trabajo cobra otro sentido, se convierte en otro ser, se proyecta desde otro horizonte? Veamos lo que dice el propio Marx:
“En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!”[3]
Feliz cumpleaños, joven Marx.
Bogotá, 5 de mayo de 2020
Texto publicado en Tercera Información, ContrahegemoníaWeb, Kaos en la Red,
[1] Jean-Jacques Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1754)
[2] Guillermo Cieza, Coronavirus, modo de producción agropecuario y crisis alimentaria, en vocesenlucha.com
[3] K. Marx, Crítica al programa de Gotha
No se han encontrado comentarios