LA CULPA NO ES NUESTRA NI DEL VECINO

Por Vocesenlucha

«En el mundo en el que nos acostumbramos a habitar llueven más balas que besos. ¡Qué fácil sería salvarnos del contagio masivo si no tuviéramos que sostener tamaña injusticia!»

Llevamos dos semanas acuartelados en una casa de solidaridad en Bogotá. Distraídos e hipnotizados, mirando a través de los ventanales los cerros orientales, supervivientes robustos de la deforestación mundial. Monserrate y Guadalupe, diosas que quedaron congeladas cuando los dioses decidieron abandonarnos, hoy verdean con su frondosidad el horizonte para recordarnos de dónde venimos. También escuchamos las palabras de los vecinos que suben hasta la ventana. Habitantes de la primera línea que separa un barrio “distintivo” de uno popular. Aquí, en nuestra calle, conviven trabajadores, vendedores de chicha y habitantes de calle. Hay un punto que muta con el día, la esquina donde se va depositando la basura. Es un punto estratégico que cambia con una viveza que la ciudad ya ha perdido.

Dentro convivimos cinco voces compañeras, compartiendo ideas, silencios, comida y sueños. Somos serias y disciplinados, congruentes, sabemos llorar y reír. Mientras gozamos del derecho que luchamos por universalizar, afuera la vida sigue. ¿O habría que decir la muerte? Hace unos días asesinaron a un compañero en el Putumayo. Un día después en diversas cárceles del país los presos se amotinan para denunciar las condiciones de hacinamiento e insalubridad, lo que provoca que las fuerzas del estado entren con bala. Las familias que bajan de los cerros y llegan de los lugares más humildes ruegan compasión. Una mujer cae desmayada ante la noticia de la muerte de su hijo. El dolor es innombrable. No pasan veinticuatro horas cuando también ellas son reprimidas. Unos kilómetros más allá, ante el vacío de las calles, la paralización del consumo, la inviabilidad del trabajo informal, comienzan los primeros saqueos a los mercados. La mañana siguiente nos saluda con otra compañera asesinada en el Sur de Bolívar. En el barrio comienza la organización para conseguir alimentos para las familias más vulnerables. Más líderes masacrados en los territorios. Las trabajadoras sexuales y los vendedores ambulantes salen a la calle a gritar ¡Si no nos mata el Covid nos va a matar el hambre! Y esto apenas comienza.

Las embajadas europeas aconsejan abandonar el país. La de España concretamente nos tiene en una lista y nos avisará cuando se reanude algún vuelo. Teniendo mucha suerte llegaríamos sin Covid-19 a la parcela donde vivimos en Albacete. La cuestión es que, si eso no sucede, chocaríamos con la cruda realidad: un sistema de sanidad público colapsado; que no da más de sí, porque desde hace tiempo los capitalívoros se lo han ido comiendo, sin encontrar una resistencia que se lo impidiera. Recordamos años atrás cómo la abuelita Olvido, nonagenaria, era desahuciada por ser una inversión insegura. Cuando nos dimos cuenta de que la estaban dejando morir, luchamos para que operasen su vesícula. Mezclar la medicina con la economía da un resultado desastroso. Cuba lo sabe desde hace tiempo, por eso exporta médicos mientras otros exportan balas. Por eso, pese a las dificultades, su horizonte es un mundo que no deje morir a las mujeres y hombres sin haber hecho lo suficiente. Un mundo donde no dé vergüenza vivir. Un mundo al que puedan regresar las divinidades. Ahora, de repente, ese mundo lo queremos todos, pero la realidad es que no luchamos lo suficiente por construirlo.

Es posible, como dice Poch de Feliu, que la crisis económica y social abra algunas oportunidades, pero también “a corto plazo, y con toda certeza, un sufrimiento humano enorme especialmente entre los más débiles, pobres y vulnerables” [1]. En el mundo en el que nos acostumbramos a habitar llueven más balas que besos. ¡Qué fácil sería salvarnos del contagio masivo si no tuviéramos que sostener tamaña injusticia! La implementación de medidas que eviten un desastre mayor pareciera olvidar que necesitarlas es el desastre. Hacen falta mucho más que palabras para salir airosos de circunstancias semejantes, de modo que, ¡por favor neoliberalistas del mundo!, tengan a bien callarse. Siembran el odio y reproducen la injusticia haciéndonos creer que todos somos iguales. Han encontrado en este virus la horma de su zapato para un discurso de unidad que oculta el origen. En cambio, señalan a quienes no piensan como ustedes, ni visten como ustedes ni aplauden cuando aplauden ustedes. ¿Por qué no culpan a los centros financieros, “la extensión física de las redes del dinero” [2]? ¿Por qué no sugieren que el problema es el capitalismo? Nosotras, los de abajo, las hipotecadas, los silenciados, las empobrecidas, los trabajadores, las que lloramos a un ser querido, los que soñamos un mundo habitable nos atrevemos a decir que la culpa no es nuestra ni del vecino.

Bogotá, Colombia, 7 de abril de 2020


[1] https://rebelion.org/el-imperio-y-el-capital-no-cierran-en-domingo/

[2] https://blogs.publico.es/otrasmiradas/30966/la-propagacion-del-coronavirus-por-europa-contra-la-narrativa-centroeuropea-derechista/