El pasado 14 de junio se cumplieron 4 meses desde que QO.PI.WI.NI., organización de los cuatro pueblos indígenas de la provincia de Formosa: Qom, Pilaga, Wichi y Nivaclé, llegara a la ciudad de Buenos Aires. Su presencia en la gran urbe tiene un objetivo: denunciar y visibilizar la constante violación de los derechos humanos que sufren las comunidades indígenas dentro del territorio, y exigir el cumplimiento y la aplicación tanto del Artículo 75 inciso17 de la Constitución Nacional Argentina, como del convenio Nº 169 de la O.I.T., así como la declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Sin embargo, el motivo que les llevo hasta allí es el mismo que les retiene puesto que aún no han sido recibidos por las autoridades.
Acampan en Avenida de Mayo con 9 de julio, junto a un Quijote solidario que ondea el símbolo de los pueblos originarios mientras arrea su caballería para defender el campamento de insultos y acciones racistas. Esta vez, los molinos de nuestro ilustre hidalgo tienen nombre y apellidos, y son como diría Miguel de Unamuno, de carne y hueso, ese que nace, sufre y muere, sobretodo muere. Esto último merece ser desgranado, dado el abismo existente entre aquellos que nacen, sufren y mueren siendo dominados y aquellos que nacen, sufren y mueren siendo dominadores. De los primeros son los QOPIWINI; de los segundos la presidenta y su equipo. Estos últimos hace tiempo que perdieron la capacidad de empatizar. Por eso, hacer un hueco en una agenda política para recibir a ese primer grupo es algo indeseable, y representa un desafío ímprobo para quiénes osan atreverse a enunciar tal demanda. Sin embargo, programar una comida-cena con algún mandamás -o si se prefiere mandamasas-, eso es una delicatessen y, como es lógico, se programa de un día para otro. Y esa es la explicación de que haya más de una treintena de indígenas de todas las edades acampando en el centro de la capital federal de un país que tiene cerca de cuatro millones de hectáreas de tierra repartidas entre unos poquitos que, para variar, cada día quieren más.
El invierno llega y la carpa que protege a estas familias tiene como decorado el asfalto y el traqueteo de los miles de coches y colectivos que pasan diariamente en su ir y venir. Sin agua, sin fuego, sin tierra, el cuerpo se debilita. Sin embargo, los protagonistas de este nuevo pachakuti, son fuertes y han acordado mantenerse firmes y no ceder en su intento por dialogar con la señora presidenta de la nación que de cara para afuera es la abanderada argentina de los derechos humanos, y de cara para adentro es el mal menor. Un mal que blanquea su dinero en Comodoro y firma acuerdos extractivistas que desangran los territorios, forzando, con distintos tipos de violencia, a las poblaciones a desplazarse. De esta manera, cuan eterno retorno, nos vemos en que ya han pasado cuatro meses desde que QOPIWINI llegara a la ciudad de Buenos Aires.
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