2017. 27 de Junio. 19:45 h. de la tarde. Bajo un sol que hoy echa raíces albaceteñas en la tierra que pisan nuestros pies, caminamos sobre el asfalto ardiente de un mes cuyas temperaturas, como emulando la situación política de nuestro país, han batido marcas históricas. La corrupción arde como nunca en España. ¿Qué sabrá el sol de corrupciones?, tan distante y a la vez tan cercano, con esos rayos como brazos, con esas manos tan fogosas y largas como las de algunos de nuestros políticos.

Llegamos a la Plaza del Altozano, esa cuyas entrañas albergan túneles y refugios antiaéreos construidos durante la Guerra Civil española y que salvaron la vida a miles de personas mientras aviones nazis de la Legión Cóndor bombardeaban Albacete en apoyo a Franco. Esos mismos refugios que ayer podían ser visitados como vestigio de la historia y que el PP se encargó de clausurar en su empeño de lapidar la memoria.

Algo más le cuesta al Partido Popular lapidar sus innumerables casos de corrupción. Pero si bien podríamos otorgar el título insigne del partido de la corrupción al PP, sería injusto no hacer una mención honorífica al PSOE. Ambos garantes de un sistema electoral de la alternancia que quedó muy bien atado antes del fallecimiento del glorioso dictador.

Llegamos al extremo de la plaza y junto al Banco Santander nos encontramos con un pequeño tumulto de gente que está preparando el original acto que la plataforma “Albacete contra la Corrupción” ha organizado. Conversamos con algunos compañeros mientras la gente se multiplica alrededor. Nos colocamos en línea, hermanados mano con mano, desplegándonos a modo de cadena desde Bankia hasta los Juzgados pasando por el Banco Santander, conviene no olvidarlo. Una suerte de acto simbólico para denunciar el detritus político que nos gobierna y salpica en las narices de toda una población que, tras años de letargo y congestión, comienza a despertar de su sinusitis ante semejante olor despedido desde las cloacas más profundas del poder.

La cadena flanquea las mesas de los bares que se despliegan en este lateral de la plaza. Algunos ciudadanos siguen tomando su cerveza indiferentes. Otros caminantes pasan mirándonos con curiosidad, algunos se detienen, otros preguntan qué hacemos y los menos agradecen. Junto a nosotros pasa una mujer castellana que acompaña a un grupo de angloparlantes, que en un perfecto inglés se preguntan qué diantres andamos haciendo. La mujer nos pregunta. “Estamos haciendo una cadena humana contra la corrupción”, respondemos. Quedamos pensando que dependiendo de su postura ideológica, transmitirá un mensaje u otro a sus acompañantes. Igual que los medios de comunicación. Para algunos mañana no existiremos. Otros nos mencionarán de pasada y los más comprometidos contarán algo parecido a la verdad.

La verdad. Ahondar en la verdad no suele ser cómodo. La verdad nos sitúa en posturas embarazosas, divergentes, disidentes, que tocan llagas, que molestan. Es más fácil ser indiferente o directamente juguetear con la mentira. La indiferencia mira hacia otro lado, esquiva la realidad, como esos señores que siguen bebiendo despreocupados a nuestro lado. La mentira señala al lugar equivocado para confundirnos. La verdad en cambio señala el origen.

El origen. ¿Cuál es el origen de esta corrupción que huele a detritus? Para buscar el origen, nada mejor que echar la vista atrás, a nuestro pasado inmediato, y desde ahí analizar el presente. La corrupción tiene tentáculos nacionales, continentales e internacionales. Una tríada que nos sitúa ante tres preguntas: ¿Cuál es la relación entre el pasado franquista y la corrupción?, ¿qué relación tiene la Unión Europea con la corrupción?, y ¿qué relación existe entre la corrupción y el sistema económico bajo el cual unos pocos superviven, otros viven, la mayoría sobrevive y otros muchos ni eso? Las respuestas pueden ser muy amplias y ricas en análisis, pero apuntarían a un mismo punto: un modelo que privilegia a unos pocos a costa de la gran mayoría.

La corrupción huele a podredumbre. Las estructuras de este país huelen a franquismo renovado, que viene a ser lo mismo, salvo que invade algo más que el sistema olfativo. El poder económico, el poder judicial, el poder político, el poder coercitivo, el poder cultural, todos hijos de un mismo padre. Las grandes empresas que cotizan en el Ibex 35 huelen a una mezcla de franquismo y neoliberalismo. Las instituciones de la Unión Europea huelen a élite, poder, OTAN y sistema financiero. El Banco Central Europeo huele a FMI y Banco Mundial. Los bancos españoles huelen a palco de estadio, a ayuntamiento, a despacho presidencial, a pasillo de parlamento, a campo de golf o grada taurina. ¿Tiene todo esto algo que ver con la democracia?

¿Qué es la corrupción? Si recurrimos al significado etimológico, veremos que corrupción viene del latín corrumpere: sobornar, echar a perder, romper desde adentro, desde el corazón. Situados en un supuesto Estado de derecho como el nuestro, se me ocurre que corrupción es algo así como la desviación de recursos que deberían correspondernos a todos hacia los bolsillos de unos poquitos. Si todos más o menos convenimos en esta definición de corrupción, no podemos dejar de estar de acuerdo en que existe una corrupción legal y una corrupción ilegal. Es más, nos atrevemos a afirmar que esta última está alentada por la primera.

La corrupción no es un accidente. La corrupción emana de un modelo muy bien diseñado desde despachos de pensamiento que gestan estrategias de poder. Un modelo que huele a corrupción y cocina corrupción es estructuralmente corrupto. Nace podrido. Roto desde el corazón.

No nos engañemos, la corrupción no es un desliz de unos políticos a los cuales se les va la mano. La corrupción forma parte de un escenario que continuamente empuja a ser corrupto. Corrupción individual y corrupción colectiva y legalizada. Corrupción del abajo y corrupción del arriba. En el abajo, la población, ante un espacio público cada vez más escuálido y agonizante, imita la corrupción del arriba. Y cuando esto sucede, condenamos antes al vecino por cobrar unos euros en `B´ pa tirar pa´lante que al banco que nos roba millones a todas y todos bajo el paraguas de la ley.

Los medios de comunicación nos bombardean con cientos de casos de corrupción ilícitos, pero no oímos nunca hablar de la corrupción legalizada. ¿Acaso no es corrupción un desahucio? ¿No es corrupción casi un 20% de desempleo? ¿No es corrupción que la gente se vea obligada a buscar su comida en la basura? ¿No es corrupción la privatización de los servicios públicos que han realizado PSOE primero y PP después? ¿No es corrupción modificar un artículo de la Constitución a puerta cerrada para priorizar el pago de la deuda por encima del gasto social? ¿No es corrupción rescatar de la quiebra a los multimillonarios, perdón, a los bancos, con dinero público? ¿No es corrupción que el rey abdique a favor de su hijo atando su impunidad por ley?

No, el problema es Venezuela que hay una dictadura, el problema es Cataluña que se quiere independizar, el problema es el vecino que nos roba cobrando la prestación por desempleo.

En la esquizofrenia política en que vivimos acuñamos frases que repetimos en el bar, en el trabajo, en el almuerzo. “Todos los políticos son iguales”, solemos decir. ¿De veras son iguales los Aznar que los Anguita, los Zaplana que los Labordeta, los Felipito que los Sánchez Gordillo, los Zapatero que los Cañamero, los Rivera que los Garzón, los Rajoy que los Iglesias?

Todo saneamiento institucional necesita una regeneración democrática, una refundación de las estructuras de poder. Democracia implica plantear un proyecto de estado republicano y pluralista. Democratizar la política. Democratizar el sistema judicial. Democratizar las Fuerzas Armadas. Democratizar los espacios de la economía. Claro que se podría. Ahora, ¿democratizar la corona?, ¿democratizar el neolilberalismo?, ¿triangulizar el cuadrado?

La cadena humana, con el tráfico ya cortado, cruza la calle civilizadamente por el paso de cebra, llegando hasta los juzgados cómodamente. Una pancarta que dice “Albacete contra la corrupción” pasa deslizándose por las manos de cada uno de los eslabones que se destrenzan y se vuelven a trenzar desde Bankia hasta los juzgados pasando por el Banco Santander, conviene no olvidarlo. Objetivo cumplido. La cadena se rompe y todos nuestros organismos caminan bajo un sol ya tibio, como si nuestro acto hubiera movido algo bajo el cielo. Nos desplegamos en las escalinatas de los juzgados. Se hacen las fotos de rigor que en unas horas saldrán en los medios. Se lee un comunicado. Se cantan algunas consignas. El acto está a punto de desconvocarse. En ese momento, justo en ese momento, en medio de un coro indefinido de palabras, se alzan las voces valientes que salen de unas gargantas jóvenes que gritan lo que muchos pensamos. Algunos les seguimos. “¡No es corrupción, es capitalismo! ¡No es corrupción, es capitalismo!”.

Texto publicado en Albacete Capital y Rebelión