Amanece lloviendo en Caracas. Enlatados en el metro viajamos desde el barrio de la periferia donde habitamos hasta el centro de la ciudad. Nos esperan horas de cola para sacar, después de casi dos años de viaje por tierra, un boleto de avión. De pie, en una ciudad sorprendentemente nublada, la distracción es ver pasar la vida tras el espacio corporal de los placeres capitales. Decenas de formas humanas transitan el asfalto mojado, unas con mucho ‘yo’, otras con tanto “nosotros”. Tic, tac, tic, tac y las gotas siguen cayendo, cloc, cloc, cloc, …

Hoy no sale el sol pero, aun con lluvia, saldrá el presidente, Nicolás Maduro a firmar los presupuestos para el 2017. Unos presupuestos que cuentan con el apoyo y la aprobación del poder popular y el rechazo, como era de esperar, de una asamblea opositora a la construcción del socialismo. Unos presupuestos aprobados por el pueblo en los cuales casi el 74% irá destinado al desarrollo social. En Europa poco sabemos de eso, de presupuestos participativos, que se encarguen los que saben de hacer de la ciudad una ciudad para la vida. Mientras, la mayoría disfruta, cada cual a su medida, de la ciudad de consumo. Si no se construye nada mejor, el pueblo siempre podrá concurrir a los centros comerciales y gastar el tiempo que concede la oligarquía para jugar mediocremente a renovar cortinas y comer comida rápida. Y de socialismo mejor no hablar porque nos tildan de chavistas. Chavista, qué palabra, estamos investigando desde aquí qué es eso, porque desde el asiento de derechas sobre el que reposan las posaderas de los de siempre la palabra queda desdibujada en una suerte de maltrato que bien podría calificarse de tortura. Qué torturadores esos medios hegemónicos, gastando la palabra en sus ilegítimas bocas, ¿no os parece?

La cuestión es que quizás sea cierto, como dicen algunos, que el problema sea la modernidad, estos tiempos modernos que tan lúcidamente quedaron planteados en aquella película de Chaplin. Quizás los tiempos modernos que algunas personas quisieron transcender a postmodernos y que finalmente resultaron transmodernos son el origen de esta “humanidad deshumanizada”. Y de repente, la necesidad que desde hace algún tiempo venimos planteando de redactar una genealogía del poder queda supeditada a una necesidad mayor. Un impulso que se pregunta ¿y si no fuese el poder ni las relaciones de poder el origen de que este tipo de humanidad esté deshumanizada y parezca más un maniquí mostrando sus encantos que un corazón cuyos latidos pueden ser máximas de una ley universal? ¿y si fuese esta modernidad la generadora de un tipo de subjetividad que favoreciera al capital y no viceversa?

Cuesta comenzar a desmadejar un ovillo que lleva siglos hilándose, y que ciertas personalidades han protegido con armazón de acero. Ciertamente, darwinistas sociales como Herbert Spencer no nos hicieron ningún bien. Vinieron con sus razones a complicarnos los afectos, a privatizar las emociones, a individualizar las acciones. Con esa visión, extendiendo a lo social la teoría natural de Darwin, la unidad del pueblo se debilitó y apenas nos dimos cuenta. Luego vinieron muchos otros a fortalecer ese instinto de supervivencia, y añadieron genes egoístas y no sé cuántas pamplinas más ¡carajo! Esta modernidad tiene mucho, muchísimo de antihumanista endiosando al sujeto con sus desfiles, sus premios, sus ateísmos, sus tecnologías, sus ciudades asfaltadas, sus semáforos… Los tiempos modernos no pueden generar otra humanidad más que la que generan: individualista. Es necesario una nueva humanidad, cuya esencia sea el ‘nosotros’, la colectividad. Una humanidad que se cuestione la propiedad privada, el sinsentido de la competitividad, de la selección. Una humanidad que entienda que ningún ser humano es ilegal, ni sobra, ni es menos que nadie y que por lo tanto es imprescindible para el latir del mundo. Una humanidad que construya trabajo digno y no dé lugar al desempleo ¿qué es eso, más que la herramienta con la que el capitalismo quiere quebrarnos, acomplejarnos, disminuirnos, desempoderarnos?

Después de cinco horas en la fila nos vamos sin boletos a falta del visado que nos permita entrar a Cuba. Sin embargo, todo el cansancio vuela tras contemplar la posibilidad de ver al presidente. Maduro está frente al Panteón Nacional, donde reposan los restos de Bolívar, hablando al pueblo. Llegamos y miles de venezolanos y venezolanas escuchan atentos. El entusiasmo nos delata, Raúl logra colarse en las primeras filas, yo, un poco más retrasada, dejo correr unas lágrimas de emoción ante lo que estoy contemplando: un discurso del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.  Bravo Venezuela, conseguiste que saliera el sol.