RESIGNIFICAR ESPACIOS, DIGNIFICAR PUEBLOS. DEL INPI A LA `CASA DE TODOS LOS PUEBLOS´. POR INÉS DURÁN

Por Inés Durán Matute

«A siete meses de que inicio la pandemia, hartos de vivir en estas condiciones y de que no se les diera solución a sus demandas por una vivienda digna, por trabajo, salud y educación consideraron, tal como lo ha expresado Marisela, concejala otomí del Concejo Indígena de Gobierno (CIG), que era necesario hacer algo simbólico».

El capital construye espacios para expandir su funcionamiento; espacios como el Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI) que permiten el sometimiento de un sector para favorecer sus intereses y necesidades. Los espacios no solo se construyen físicamente, sino que también se construyen social y culturalmente; se les impone una narrativa que los convierte en herramientas de dominación. Los Estados son quienes usualmente construyen estas memorias de ilusiones que se expanden espacialmente estructurando a las sociedades con el fin de sostener la lógica capitalista. El indigenismo fue creado así, como una política oficial hacia los pueblos que sirvió para construir una identidad nacional que los usó como la base simbólica, el color y folclor del país. El objetivo detrás de ello era integrarlos al Estado y al mercado; es decir, buscar la manera de absorberlos a ellos y a sus territorios para caminar a la modernidad. El INPI heredero de esta misión, ha enmascarado este escenario neocolonial capitalista que ignora, excluye, oprime, despoja y borra a los pueblos. Su imponente y lujoso edificio en la Ciudad de México demuestra cómo el Estado capitalista busca proyectar su poder y control para definir, clasificar y controlar a la población. Sin embargo, las personas tenemos el poder de disputar y resignificar estos espacios y sus construcciones ideológicas para convertirlos en espacios de resistencia y rebeldía. Esto es justamente lo que lxs compañerxs otomíes residentes en la Ciudad de México nos están mostrando.

El 12 de octubre, a 528 años de resistencia indígena, esta comunidad otomí decidió tomar las instalaciones del INPI de forma indefinida. Migraron de Santiago Mexquititlán, Amealco, Querétaro hace décadas. Huían de la pobreza y la falta de empleo y buscaban mejores oportunidades para sus hijos, pero encontraron discriminación, hostigamiento, indiferencia, desprecio e incluso amenazas. Ellxs han estado trabajando en las calles como vendedores ambulantes sin permiso enfrentando cotidianamente los abusos de la autoridad policiaca y detenciones arbitrarias. Otros artesanos pensaron que tendrían las puertas abiertas, pero lo único que parece importarle al Estado es la mercancía, no sus productores; en palabras de Isabel, una compañera otomí, ‘los padres de la muñeca lele están en el olvido’.[1] La comunidad otomí vive en tres predios (Zacatecas 54, Roma 18 y Guanajuato 200) que tomaron de forma pacífica hace varios años, dado que no tenían donde vivir. Realizaron los trámites correspondientes para que se expropien los edificios y puedan vivir en paz y dignamente sus familias. No obstante, en este proceso han recibido largas, malos tratos, trabas y falsas promesas por parte de distintas instancias del gobierno. El mensaje detrás de estas acciones ha sido que, en la gentrificación de la ciudad, los pueblos no tienen cabida y solo podrán ocupar sus márgenes. En complicidad con las inmobiliarias, dejan claro que ciertos espacios son reservados para quienes pueden pagarlos; así, estos predios localizados en colonias ‘en boga’ como son la Roma y la Juárez, no pueden ser ocupados por los pueblos. Aún más, en una pandemia que suspendió la justicia, la comunidad otomí ha tenido que enfrentarla en campamentos donde no se tiene ni siquiera agua y en una ciudad que no les brinda atención médica. Ante esto, lxs otomíes decidieron organizarse para sobrevivir mediante aportaciones solidarias que buscaran la justicia social. 

A siete meses de que inicio la pandemia, hartos de vivir en estas condiciones y de que no se les diera solución a sus demandas por una vivienda digna, por trabajo, salud y educación consideraron, tal como lo ha expresado Marisela, concejala otomí del Concejo Indígena de Gobierno (CIG), que era necesario hacer algo simbólico. Tomaron el INPI en una decisión colectiva para romper el silencio, para ver si así los escuchaban y volteaban a ver. La toma significa un gran ¡YA BASTA! de tanto desprecio, racismo, despojo, discriminación, burla, injusticia, desplazamiento y muerte. Fue una manera de decir que existen en resistencia y en rebeldía, que no estarán de rodillas y que exigen justicia, autonomía y dignidad para los pueblos.[2] Declararon que el INPI no los representa ni a las comunidades indígenas porque desde este espacio no promueven acciones que garanticen los derechos de los pueblos ni el respeto a su autonomía, libre determinación, formas de organización y vida. Al contrario, es un aparato de control donde se maniobran megaproyectos como el Tren Maya, el Corredor Interoceánico, el Proyecto Integral Morelos, el Nuevo Aeropuerto de Santa Lucía y la Refinería de Dos Bocas. Estos megaproyectos impulsados por el actual gobierno son avalados por consultas amañadas encabezadas por el INPI que violan sus derechos, continúan con el sometimiento y despojo de los pueblos y agravan el hostigamiento y asesinato hacia defensores del territorio. Saben bien que las acciones del Estado están moldeadas por el capital; así como la comunidad otomí no tiene derecho a la ciudad por la colusión del gobierno con las inmobiliarias, otros pueblos son privados de sus derechos con el actuar del INPI ‘al servicio de las transnacionales y el capital financiero’.[3]

En este contexto, han denunciado la remodelación de la plaza pública de Santiago Mexquititlan, sin que haya una consulta previa. Para esta comunidad, se trata de la imposición de un megaproyecto para maquillar al pueblo de ‘progreso’ e impulsar el despojo y la privatización; sin embargo, cuestionan por qué no se construye un hospital o una escuela. Lo mismo sucede con todos los demás megaproyectos impulsados bajo la promesa de ‘desarrollo’, que lo único que hacen es incrementar los problemas que aquejan a las comunidades. Es por esto, que la toma del INPI debe de ser vista como una de las mayores muestras de solidaridad. Se realizó en el marco de la Jornada Nacional de Movilización en Defensa de la Madre Tierra, contra la Guerra al EZLN, los Pueblos y las Comunidades Indígenas convocada por el Congreso Nacional Indígena – Concejo Indígena de Gobierno (CNI-CIG). Están ahí no solo por una vivienda digna, sino en un intento por que se cancelen todos esos megaproyectos que atentan contra la vida. Asimismo, exigen el cese de la represión, de los crecientes ataques paramilitares y de la guerra contra las comunidades zapatistas y los pueblos pertenecientes al CNI-CIG. Saben que ni los policías ni la Guardia Nacional están para cuidarlos, sino justamente para defender los intereses del capital. Piden justicia por Samir Flores, por los 43 de Ayotzinapa y todxs lxs que mataron, desaparecieron y apresaron para callar su voz y defender la vida. Han dejado claro que ni lxs zapatistas ni los pueblos del CNI-CIG están solos, que está toma y esta lucha es por la dignidad de los pueblos.

Cuando lxs otomíes entraron a este ‘elefante blanco’, como constantemente identifican al INPI, les impresionó que tenían a los pueblos en las paredes como ‘piezas decorativas’. Los mercantilizaron y folclorizaron para fomentar el turismo, y la atracción del capital para el tan anhelado ‘desarrollo’. En este indigenismo no solo se comercializa la indigeneidad, sino que se define a los pueblos como ‘atrasados’ e ‘incapaces’ de tomar sus decisiones y dirigir sus vidas. En este contexto, no podemos olvidar que fue el INPI quien entregó el bastón de mando al presidente Andrés Manuel López Obrador como símbolo de una supuesta aceptación y respaldo de los pueblos indígenas. Sin embargo, tal como lo señaló Bettina Cruz, concejala binizáa en un encuentro de integrantes del CNI y organizaciones sociales desde la sala de juntas del INPI, el bastón se lo dieron ‘diciendo que era de parte de todos los pueblos, cuando eso es mentira. Se lo dieron para decirle que él podía decidir que era lo mejor para nosotros como siempre han actuado los gobiernos, haciéndonos parecer como personas que no sabemos lo que queremos, que no tenemos conocimientos’.[4] El INPI es por ello también el símbolo de una gran traición, que volvieron a su titular Adelfo Regino en cómplice del Estado capitalista. El INPI ha fungido entonces como constructor de una indigeneidad que significa deshumanización y cosificación, el cuál solo está dispuesto a trabajar con aquellos que quieran actuar bajo sus términos. No sorprende así, que el INPI, en un intento por descalificar la toma, realizó un encuentro con el Movimiento Indígena de la Ciudad de México, el cual expresó su respaldo, y en donde, Adelfo Regino expresó que ‘el diálogo es el mejor instrumento para resolver las legítimas demandas de las comunidades indígenas residentes en la CDMX’.[5] Esto, en un contexto en donde no se ha presentado en las instalaciones del INPI para dialogar con la comunidad otomí.

Sin embargo, la indigeneidad es un campo de batalla donde múltiples sujetos disputan y negocian qué es ser indígena, y con ello, espacios y vidas. Ante las imposiciones de una narrativa desde arriba que sostiene las fantasías de la nación y la expansión capitalista desarrollista, algunos pueblos inspirados en la lucha zapatista deciden dignificar la indigeneidad; en donde ‘existir no es estar en los aparadores’, como diría Estela Hernández del Concejo autónomo de Santiago Mexquititlán.[6] Así, construyen proyectos políticos que no se limitan a negociar mejores condiciones de vida, sino que buscan provocar cambios más profundos donde se rechazan las clasificaciones y las estructuras de poder, se obstruyen los planes capitalistas/colonialistas, y donde pueden definir su futuro. La comunidad otomí ha abierto por ello la posibilidad de una mesa de diálogo bajo sus propios términos; citan a Adelfo Regino y a la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum el próximo martes 3 de noviembre a las 10 a.m. afuera de las instalaciones del INPI para establecer sus bases. Sin embargo, mientras no se dé solución a todas sus exigencias, permanecerán en estas instalaciones. Piden el apoyo solidario de todxs, y lo han obtenido de formas muy variadas: en eventos, donaciones, acciones, videos, programas de radio, declaraciones, llamados, etc. Cuentan no solo con el respaldo del CNI-CIG, sino de una variedad de colectivos, pueblos y organizaciones que desde distintas geografías les demuestran que no están solxs, y que su lucha es la de todos, pues es por la vida. Así pues, se teje una red anticapitalista que lucha por resignificar este espacio, y dignificar a los pueblos.

La comunidad otomí hace un llamado a ampliar esto para que otrxs hagan suya esta toma, levanten la voz, expongan sus demandas y resistan todos juntos. De forma a que, no solo se resuelvan las demandas de la comunidad otomí, sino las de todxs los que los acompañen y se unan en esta lucha. El INPI lo están transformando en su casa, en la ‘Casa de todos los pueblos’. Quizá, como lo venía diciendo hace ya algunos años el CIG: ‘Llegó la hora de los pueblos’. Cubrieron las paredes con carteles donde exponen sus demandas para así borrar el discurso oficial. Sin embargo, han ido más allá al ofertar este espacio a todxs los que quieran sumarse a esta lucha; no se trata sólo de ocupar un espacio estatal capitalista, sino convertirlo en un espacio para defender sus derechos, enarbolar sus demandas y fortalecer la lucha por la vida; un espacio de resistencia y rebeldía. Ellos se organizan y toman el control de sus vidas y futuros, se construyen así mismos como ‘naturaleza defendiéndose’, dejando de ser aquellas piezas de museo o sujetos de discriminación. Al abrir y reconstruir este espacio, desmantelan las relaciones de poder, fortalecen las redes de solidaridad y acción colectiva, desafían las imposiciones del capital y del Estado y cuestionan la falsa separación entre sociedad y naturaleza. Logran de esta manera no solo resignificar los espacios del capital, sino que, al mismo tiempo, en contra del olvido y la opresión, dignifican a los pueblos. Sin duda en esta ‘Casa de todos los pueblos’ viven mejor, no solo por las condiciones materiales y los servicios, sino porque logran cobijarse entre todos los que quieren caminar hacia un otro futuro. 

#DignidadIndígena


[1] Transmisión de Radio: Tejiendo Palabras «Nuestra arma es la voz» desde las exinstalaciones del INPI con las compañeras y compañeros otomís residentes en la CDMX, Facebook Live CNI, 23 de octubre de 2020.

[2] Boletín de prensa: Respuesta de la comunidad otomí residente en la CDMX, ante la propuesta de “Mesa de diálogo” que propone el titular del INPI, sede tomada, 27 de octubre de 2020.

[3] Comunicado de la Comunidad Indígena Otomí, residente en la CDMX ante la toma indefinida de las oficinas del INPI, Desinformémonos, 12 de octubre de 2020.

[4] Encuentro: A 528 años: Nuestra lucecita de resistencia y rebeldía, sigue encendida, Facebook Live CNI,17 de octubre de 2020.

[5] El diálogo es el mejor instrumento para resolver las legítimas demandas de las comunidades indígenas residentes en la CDMX, Comunicación social INPI, 20 de octubre de 2020.

https://www.gob.mx/inpi/articulos/el-dialogo-es-el-mejor-instrumento-para-resolver-las-legitimas-demandas-de-las-comunidades-indigenas-residentes-en-la-cdmx?idiom=es

[6] Encuentro: A 528 años: Nuestra lucecita de resistencia y rebeldía, sigue encendida, Facebook Live CNI, 17 de octubre de 2020.