RENTISMO Y CENTRISMO

Por Miguel Mazzeo

«Este planteo antipolítico, a diferencia de otros, se acerca peligrosamente al fundamentalismo. Algunos sectores están pensando, desde el poder, una sociedad autoritaria, oscura, en donde quede erradicado todo atisbo de ética».   

Es sintomática la enfática defensa de la propiedad privada por parte de las clases dominantes y la derecha en un contexto donde no existen sujetos contrahegemónicos que la impugnen seriamente; es decir: sujetos políticos capaces de imponer una agenda de derechos de propiedad social. Esa defensa se relaciona con un capitalismo que cada día se torna más irreformable y rentístico. Manda la renta: agraria, financiera, inmobiliaria, etc. El título de propiedad adquiere un significado especial. Lo que sobresale cada vez más en el discurso de las clases dominantes y la derecha es la defensa de la obtención pecuniaria a partir de un derecho de propiedad individual. Con cada defensa de la propiedad privada reactualizan el crimen originario, alimentan todas las violencias estructurales (que incluyen prácticas mafiosas) y ratifican los fundamentos de su poder.  

No se trata de embellecer a la tradicional ganancia industrial capitalista (la distinción entre capital productivo y capital financiero es cada vez más difícil de fundamentar), simplemente queremos señalar un aspecto muy general que subyace a algunos conflictos recientes y que, muy probablemente, se haga presente en los venideros. Tanto en Guernica (Buenos Aires) como en Santa Elena (Entre Ríos), se hizo evidente la profundización de la contradicción entre el derecho a ganar sin acumular, sin invertir (o invirtiendo lo menos posible) y los derechos sociales básicos. Asimismo, los esfuerzos por compatibilizar las demandas del mercado y las necesidades sociales mostraron su esterilidad.  

También es sintomática la escalada impiadosa de diversos actores, económicos, sociales, políticos, judiciales, policiales. En ella late una certeza: el capitalismo, devenido rentístico, carece de toda función progresiva. Lo saben y no pierden el tiempo en cosmética. Tal vez en esa certeza se sustente el planteo antipolítico de las clases dominantes y la derecha: las demandas y las reivindicaciones de los propietarios (rentistas o beneficiarios indirectos de la renta) son innegociables. Para actuar solo bastan las razones del poder (que son grandes sinrazones). No hay resquicios para filtrar reivindicaciones de derechos de propiedad social, aunque estos no contemplen ninguna expropiación. Este planteo antipolítico, a diferencia de otros, se acerca peligrosamente al fundamentalismo. Algunos sectores están pensando, desde el poder, una sociedad autoritaria, oscura, en donde quede erradicado todo atisbo de ética.   

Finalmente, también es sintomático el clasismo de las clases dominantes y la derecha. Pareciera que se empecinaran en dejar en claro que sí, que la lucha de clases existe, y que están ganado. Las clases dominantes y la derecha cierran las puertas a cualquier reconocimiento parcial, a toda integración subordinada. Hasta parece que se desentienden de las funciones típicamente hegemónicas.  

En la actual situación, el clasismo de los y las de arriba es la principal (y lamentablemente la única) fuente de activación del clasismo de los y las de abajo que se manifiesta como respuesta especular, espontánea, visceral. En este contexto, ante la ofensiva económica, política y cultural de los sectores más reaccionarios de la sociedad argentina, la convocatoria a la unidad nacional recitada como una letanía por parte del gobierno solo contribuye a debilitar las posiciones –de por sí frágiles– de los sectores populares. El gobierno es un agente de la despolitización por abajo. Imposible no ver en esto el signo de un déficit de una buena parte de las dirigencias populares (sindicales, sociales). Estas últimas deberán rever los costos sociales y políticos de su función de garantes de la gobernabilidad.   

Resulta evidente que, ante este tipo de conflictos, no queda mucho espacio para las retóricas piadosas pero abstractas, para la negociación política tradicional, para las lógicas consensualistas. No alcanza con no halagar las pasiones del poder. No alcanza con la “transferencia de responsabilidades”. Toda “prescindencia” gubernamental, toda intervención estatal dizque “ecuánime”, no hace más profundizar las asimetrías reales, profundas, de la sociedad argentina.  

No pasará mucho tiempo para que el gobierno nacional, el de la provincia de Buenos Aires o de cualquier otra provincia del país, vuelvan a enfrentarse a situaciones similares. La opción volverá a presentarse de manera tajante, una y otra vez.  

Hay una invariante que signa nuestro tiempo y que conspira contra el centrismo y la moderación de gobernantes y dirigentes. El centrismo y la moderación no alcanzan para una gubernamentalidad reparadora. Cuando algo tan básico como la lucha por la vida se considera un atentado contra la propiedad privada no hay mucho margen para quedar bien con Dios y con el Diablo.   

En las actuales condiciones históricas el centrismo no es otra cosa que el punto intermedio entre la ineficacia y el agravio, entre el servilismo y la represión a los sectores populares. Un camino ancho para que avance un proyecto ultraconservador y reaccionario.