LA PLAGA SOCIAL DEL PSICÓPATA PODEROSO
Por José Manuel Naredo
«Se ha venido considerando como normal una idea de naturaleza humana tan malvada y codiciosa que las personas que la asumieran quedarían excluidas en otras culturas»
10 de noviembre de 2024 | Fuente: Viento Sur | Cuadernos extremeños para el debate y la acción
Quiero subrayar una paradoja digna de mención: cuando en los últimos tiempos se ha avanzado mucho en analizar la naturaleza de los psicópatas que pueblan el mundo en que vivimos, la mayoría de la gente sigue sin identificarlos, siendo víctima de sus prometedores encantos.
El psicópata integrado
Hace ya más de treinta años que Robert D. Hare publicó la primera edición de su libro Sin conciencia. El inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean[1] en el que, tras amplias investigaciones, advirtió cómo este fenómeno va mucho más allá de casos singulares de delincuentes que son perseguidos y encarcelados, para manifestarse también en personas consideradas “normales”. Por eso, para designar ese fenómeno más extendido de lo que antes se consideraba, acuñó el término psicópata integrado para referirse al psicópata que convive normalmente con otras personas en la familia, el trabajo o en las actividades más diversas, causando graves daños en su entorno.
Los psicópatas se definen como personas que perfeccionan y usan sus encantos para abrirse camino en la sociedad con total carencia de conciencia y sentimientos de afecto y empatía hacia los demás. Son personas que encandilan y manipulan para imponer sus querencias sin piedad, ignorando las normas sociales más elementales y tomando lo que les apetece sin respeto a los demás. Son, en suma, depredadores natos que tratan de imponerse y de ejercitar su poder sin reparar en los daños personales, patrimoniales u otros que causan en los demás, sin que por ello sientan arrepentimiento alguno.
La psiquiatría afina en el diagnóstico de las distintas formas que adopta este tipo de patologías sociales de la personalidad. En efecto, el DSM-5[2] detalla un sistema de clasificación de diagnósticos, dirigido a psiquiatras y otros profesionales de la salud mental, que describe las características esenciales de todos los trastornos mentales, en el que se puntualiza el tema que nos ocupa. El DSM-5 trata el problema que surge cuando un paciente reúne a la vez los criterios de varios trastornos de la personalidad: en la Sección III (p. 761 y ss) presenta un modelo que permite clasificar y agrupar los trastornos de la personalidad que interaccionan en una misma persona, pudiendo precisar así los distintos tipos de lo que hemos calificado genéricamente como psicópata integrado. Los diagnósticos específicos de trastornos de personalidad que pueden derivarse de este modelo son los trastornos de la personalidad antisocial, evitativa, límite, narcisista, obsesivo-compulsiva y esquizotípica. Y los rasgos patológicos de personalidad se organizan en cinco grandes ámbitos: el afecto negativo, el desapego, el antagonismo, la desinhibición y el psicoticismo. Estos cinco grandes dominios se componen de 25 facetas de rasgos específicos que se desarrollaron inicialmente a partir de una revisión de los modelos de rasgos existentes, y posteriormente a través de la investigación iterativa con muestras de personas que acudían a los servicios de salud mental.
Sin entrar en más detalles, el prototipo de psicópata integrado incluiría, en primer lugar, el trastorno de personalidad antisocial: “Las características típicas del trastorno de la personalidad antisocial son una falta de conformidad con la legalidad y el comportamiento ético, y una falta de preocupación por los demás, de manera cruel y egocéntrica, acompañada de engaño, irresponsabilidad, manipulación y/o un comportamiento de riesgo” (p. 764). Y abarca los rasgos patológicos de la personalidad que se detallan bajo los siguientes epígrafes en el sentido antes indicado: “manipulación”, “insensibilidad”, “engaño”, “hostilidad”, “asunción de riesgos”, “impulsividad” e “irresponsabilidad” (pp. 764-765).
También es corriente que el psicópata integrado albergue, entre otros, el trastorno de personalidad narcisista: “las características típicas del trastorno de la personalidad narcisista son la autoestima variable y vulnerable, con intentos de regulación a través de la atención y la búsqueda de aprobación de los demás, y una grandiosidad manifiesta o encubierta. Las dificultades características se hacen evidentes en la identidad (variable y vulnerable, con intentos de regulación a través de la atención y la búsqueda de aprobación de los demás, y una grandiosidad manifiesta o encubierta…), la autodirección(establecimiento de objetivos basados en la obtención de la aprobación de los demás, estándares personales excesivamente elevados con el fin de verse a uno mismo como algo excepcional o demasiado bajos en base a un sentido de “tener derecho”; a menudo no son conscientes de sus propias motivaciones), la empatía(deterioro de la capacidad para reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los otros; pendiente en exceso de las reacciones de los demás, pero solo de aquellas personas que considera relevantes…) y/o intimidad (relaciones en gran medida superficiales, que se entablan para la regulación de la autoestima; reciprocidad restringida y con poco interés genuino en las experiencias de los demás; predominio de la necesidad de obtener beneficios personales)” (p. 767).
Hoy libros como los de Iñaki Piñuel y Vicente Garrido[3] analizan cómo el fenómeno de la psicopatía se ha extendido en nuestras sociedades: ya que la ideología y los mecanismos perversos de selección establecen un caldo de cultivo propicio para que los psicópatas se promuevan hacia el liderazgo en la jerarquía de las organizaciones políticas, empresariales u otras, causando graves daños sociales.
Otra paradoja digna de mención
Cuando por fin la psiquiatría y la psicología han acabado diagnosticando la figura del psicópata integrado como patología importante que daña la buena convivencia, resulta que la cultura occidental sigue proponiendo como algo universal e inamovible una idea tan mezquina y asocial de naturaleza humana que coincide con el perfil del psicópata integrado. En efecto, durante largo tiempo se ha venido considerando como normal una idea de naturaleza humana tan malvada y codiciosa que las personas que la asumieran quedarían excluidas en otras culturas, como confirman hoy con datos en la mano investigaciones solventes en el campo de la antropología[4]. Y, junto a esa idea perversa y equivocada de naturaleza humana surgió la idea de individuo concebido como algo al margen de la comunidad, que se supone capaz de segregar y priorizar la razón sobre la emoción y el interés propio frente a los vínculos afectivos y la inserción comunitaria. Es esa idea de individuo racional, que se presupone tan ávido de poder y de dinero que busca maquiavélicamente cómo empoderarse y hacer fortuna caiga quien caiga, la que se plasma en el Homo económico y político sobre el que acostumbran a razonar acríticamente las ciencias sociales y sobre la que se sustenta la lucha por el poder en la sociedad actual, postulando ―como hizo Maquiavelo en Historia e fiorentinae― que “los grandes hombres llaman vergüenza al perder, no al conquistar con engaño”[5]. Pero hoy, no solo los políticos sino también los empresarios se inspiran con las lecciones de Maquiavelo. No en vano una editorial acreditada de libros de empresa ha publicado el libro titulado Maquiavelo. Lecciones para directivos[6].Se normaliza y se acepta, así, libre de trabas el perfil del psicópata integrado, a la vez que se cuenta con que la sociedad reverencia siempre a ricos y poderosos sin preocupase ya por el origen de su poder y su fortuna.
Mecanismos de selección perversos
Cabe recordar que es el contexto sociocultural el que prima o desanima uno u otro comportamiento y que hoy genera incentivos perversos. Pues, tanto el egoísmo simplista del homo œconomicus, culturalmente tan extendido y potenciado por la “inteligencia artificial”, como los mecanismos de ascenso en esas organizaciones jerárquicas que son las empresas y los partidos políticos, ejercen una selección perversa que promueve decisiones y comportamientos psicópatas de todo género, masculino o femenino, aun cuando se constate que la psicopatía es más frecuente entre los hombres. La personalidad propia del psicópata, seductora y servil a la superioridad y, a la vez, agresiva y despiadada con competidores e inferiores, tiene claras ventajas para promoverse hacia el liderazgo en esas organizaciones jerárquicas. Como consecuencia de ello, hay datos que atestiguan que el porcentaje de personas diagnosticadas como psicópatas entre los dirigentes políticos y empresariales supera con creces al del conjunto de la sociedad.
Cabe subrayar que la racionalidad que utilizan los psicópatas integrados para conseguir sus propósitos se apoya en buena medida en el hábil manejo de las emociones y sentimientos de los demás. Y que la política ofrece un campo abonado para que puedan prosperar con esas prácticas, ya sea escalando en el aparato jerárquico de los partidos políticoso adquiriendo popularidad con sus discursos. En lo que concierne al este último aspecto, lamentablemente, se constata que hoy prima más en la buena acogida del discurso político la envoltura retórica del enunciado que la verdad y la bondad de su contenido, o también, lo atractivo y emotivo de las proclamas que la solvencia y el realismo que encierra el contenido de los mensajes.
El predominio de la concepción bélica de la política ha convertido la discusión política en un espectáculo mediático en el que las peleas partidistas parten a la gente. Pues, como apunto en mi último libro[7], aprovechando la querencia a agruparse de las personas, los partidos políticos promueven adhesiones o repulsas emocionales rotundas a base de enarbolar proclamas emotivas y de deslegitimar a los enemigos con acusaciones que poco importa que sean reales o ficticias. Como consecuencia de ello, se generan peleas emocionales que crispan a la gente ―como las que enfrentan con violencia y sin razón aparente a los hinchas de los equipos de futbol― espoleando emociones primarias que impiden discusiones racionales y posibles consensos sobre los problemas de fondo que plantea el statu quo asociado a poderes fácticos, que permanece como telón de fondo indiscutido ante el que bullen las cabriolas semánticas del espectáculo mediático-político.
Si como apuntaba Simone Weil, “un partido político es una máquina de crear pasión colectiva”[8], un partido político en manos de un psicópata puede acarrear mucho daño. El banco de pruebas de la historia ofrece ejemplos bien significativos, como los de Hitler o Stalin que no cabe olvidar. El primero encandiló al pueblo con su labia mediática obteniendo el porcentaje suficiente de votos para llegar al poder. El segundo supo escalar en el aparato del partido eliminando sin piedad a sus contendientes y disidentes, sin que el pobre Lenin ya muy enfermo pudiera evitar la catástrofe que se avecinaba[9].Sin embargo parece que hoy flaquea la memoria histórica y asistimos a la repetición de fenómenos inquietantes: dejo a los lectores la tarea de poner cara a los psicópatas integrados que pululan por el mundo utilizando hábilmente el instrumental mediático para afianzar impunemente su poder como políticos, como empresarios,… o como simples influencers.
Este panorama genera fatalismo y quejas pesimistas como la del cantautor argentino Facundo Cabral, cuando sentencia: “por temprano que te levantes, a donde quiera que tu vayas, el mundo está lleno de pendejos, y son peligrosos porque al ser mayoría eligen hasta al Presidente…!!!!”
¿Qué hacer ante este panorama, además de quejarnos?
En primer lugar, ser conscientes de los avances de la psiquiatría y la psicología para detectar a los psicópatas integrados y evitar que nos engañen. En segundo lugar, poner en cuestión la ideología y las formas de selección perversa que los han venido alimentando, para evitar que se extienda más esa patología. En tercer lugar, darnos cuenta que, afortunadamente, la psicopatía no está tan extendida y que la personalidad humana no es tan simple, ni unidimensional como plantean esos modelos simplistas que asumen y potencian el maquiavelismo y el egoísmo propio de los psicópatas, sino que alberga pulsiones vocacionales y buenos sentimientos que mantienen la cohesión social y que son los que habría que valorar y potenciar. Y, por último, aunque no en el último lugar, habría que establecer un marco institucional que evite la concentración y la discrecionalidad opaca del poder en pocas manos, configurando para ello instrumentos de regulación y participación neutrales e informados que orienten y filtren la toma de decisiones importantes. Recordemos que Aristóteles apuntó que las elecciones generan oligarquía y clientelismo y que la verdadera democracia tendría que elegir sus cargos por sorteo. Con lo cual, si, como establece la Constitución y confirma la práctica política española, el poder ejecutivo controla directamente los órganos reguladores y desincentiva la participación social y las consultas e iniciativas populares, nos encontramos con que la “transición” ha desembocado en una refundación oligárquica del poder en la que, como proponía Franco, todo ha quedado “atado y bien atado”.
José Manuel Naredo es autor de una larga lista de obras en las que ha desarrollado un pensamiento crítico, superador de la separación entre economía y ecología, especie humana y naturaleza, individuo y sociedad. Se puede consultar su blog http://elrincondenaredo.org
Artículo publicado en Cuadernos Extremeños para el debate y la acción, 14, 2024. https://cuadernosextremenos.com/2024/10/17/portada-del-n-o-14-del-cuaderno-extremeno/
[1]Robert, D. Hare, 1993, Without conscience: the disturbing world of the psychopaths among us (hay reedición en castellano, de Paidos, Barcelona, Buenos Aires, 2003).
[2]American Psychiatric Association, Manuel diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (5ª ed), 2015, Ed. panamericana, Buenos Aires, Bogotá, Caracas, Madrid, México y Porto Alegre.
[3]Iñaki Piñuel, 2021, Mi jefe es un psicópata. Cómo el poder transforma a las personas, Madrid, La esfera de los Libros; Vicente Garrido, 2024, El psicópata integrado en la familia, en la empresa o en la política, Barcelona, Ed. Ariel,
[4] Véanse, entre otros, Marshall Sahlins, 2011, La ilusión occidental de la naturaleza humana, México, FCE y Descola, Philippe., 2005, Par-delà la nature et la culture, Paris, Gallimard (La edición inglesa cuenta con un interesante prólogo de Marshall Sahlins).
[5]Ya que “si sale con acierto, se tendrán por honrosos siempre sus medios, alabándolos en todas partes: el vulgo se deja siempre coger por las exterioridades y seducir por el acierto” (Maquiavelo, El príncipe y otros escritos, edición de Ed. Iberia, Barcelona, 1976, p. 87).
[6]Antony Jay, 2002, Maquiavelo. Lecciones para directivos, Barcelona, Gestión 2000.
[7]José Manuel Naredo, 2022, La crítica agotada Claves para un cambio de civilización, Madrid, Siglo XXI, pp. 33-35.
[8]Simone Weil, 1940, “Sobre la supresión general de los partidos políticos”, Culturama, 2015, p.4.
[9]Parece que Lenin se dio cuenta tardíamente de la psicopatía de Stalin y no pudo evitar ya su ascenso al poder absoluto, como constata Moshé Levin, 1967, El último combate de Lenin, Barcelona, Ed. Lumen o, más recientemente, Grupo VIULME, 2024, Lenin. 100 años después de su muerte, Barcelona, Ed. Arpegio.
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