
IRÁN: LAS PUERTAS DEL APOCALIPSIS
«Desde 1945 hasta hoy se cuentan unos 331 conflictos armados. La mayoría no habrían podido estallar ni sostenerse sin apoyo, financiamiento y armamento de las grandes potencias, vale decir, las nucleares. Éstas instigan, costean y arman genocidios, lavándose las manos como Pilatos. a fin de no asumir responsabilidad por ellos».
22 de junio de 2025 | Fuente: luisbrittogarcia
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Un cónclave de imbéciles ha puesto en marcha la máquina para destruir el mundo. Parece una escena de la genial película de Stanley Kubrick Doctor Insólito: o cómo aprendí a no preocuparme y amar la bomba (1964). Pero no se trata de un film, sino de la realidad. Los chiflados saben cómo detener la máquina, pero no lo hacen esperando que el adversario se acobarde y acepte ser destruido antes de la aniquilación de todos. Ésta es la lógica que nos gobierna.
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No en balde las reglas del juego se llaman MAD (loco, en inglés) siglas de Mutually Assured Destruction: Destrucción Mutua Asegurada. Se asume que si una potencia atómica ataca a otra, ambas quedarían totalmente destruidas y esta reflexión las disuadirá de emplear tales artefactos. En lugar de ello, las potencias siguen armando cabezas nucleares hasta acumular unas 17.000; suficientes para destruir la vida en el planeta no una, sino 60 veces. Personalmente, no me opongo a que unos chiflados jueguen ruleta rusa, pero me disgusta que lo hagan con mi vida y la de todos los seres vivientes. En esa mesa de juego la apuesta de los estúpidos somos nosotros, y la perderemos todos.
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Unas cuantas precisiones definen el juego. Tras los holocaustos de Hiroshima y Nagasaki, el ejército estadounidense diseñó un plan para reducir 111 ciudades soviéticas a cenizas. Herman Kahn, el autor de On Thermonuclear War (1960) exhortaba: “Mejor bombardear hoy que mañana, y en la mañana antes que en la tarde”. También admitía que “no tomo en cuenta el generalizado sufrimiento inducido por diez mil años de postguerra ambiental” y aconsejaba dar los alimentos contaminados con radiación a los ancianos, porque de todos modos morirían por otras causas antes de desarrollar cáncer. “Intelectuales de la Megamuerte” fueron llamados estos recomendables asesores encargados de redactar la partida de defunción del mundo.
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La eficacia devastadora de los 17.000 artefactos nucleares destinados a reducir el género humano a polvo es potenciada hoy por el alcance de los misiles impulsores. El ruso RS28 golpea cualquier objetivo a 18.000 kilómetros de distancia, más del doble de los 7.510 que separan Moscú de Nueva York. El chino DF4 ultima todo adversario situado a 14.000 kilómetros, al igual que el coreano HWASQ. El estadounidense Minuteman 3 alcanza apenas 13.000 kilómetros, y el hindú AGNI, entre 8.000 y 5.000. Como en casi todo, Estados Unidos ha sido aventajado por potencias emergentes. Subsiste el peligro de que compense su desventaja con el ataque sorpresa.
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Pues el miedo elemental a una respuesta devastadora impidió nuevos usos bélicos de artefactos nucleares, aunque se continuó construyéndolos, repotenciándolos y envenenando el mundo con sus sistemáticas pruebas. Por igual causa se abrió a la firma en la ONU en 1968 un Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, vigente desde 1971, y al cual adhieren 191 países, incluso Irán, y los cinco que efectivamente disponen de ellas. Cuidadoso de su propia integridad, este quinteto sigue armando guerras convencionales por debajo de la mesa, azuzando, activando y financiando Estados bajo su influencia para que despedacen países renuentes a ella.
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Así, la indispensable proscripción de las guerras nucleares paradójicamente indujo la proliferación de las ordinarias. Desde 1945 hasta hoy se cuentan unos 331 conflictos armados. La mayoría no habrían podido estallar ni sostenerse sin apoyo, financiamiento y armamento de las grandes potencias, vale decir, las nucleares. Éstas instigan, costean y arman genocidios, lavándose las manos como Pilatos. a fin de no asumir responsabilidad por ellos.
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Para todos y cada uno de estos conflictos se invocan miles de pretextos, desde la defensa del capitalismo y la lucha contra el terrorismo o la droga hasta el “Choque de Civilizaciones”. Pero el verdadero móvil de tantas hecatombes es neutralizar potencias competidoras y monopolizar los recursos naturales y la energía. Revise los conflictos mayores del siglo pasado y el presente y encontrará que la causa de la mayoría de ellos es el control de la energía fósil y de las vías para trasladarla.
Repito datos de la Agencia Internacional de la Energía, British Petroleum, la OPEP y otras fuentes verificables: los hidrocarburos suministran el 82% de la energía que consume el mundo, y al ritmo actual de explotación se agotarán en cuatro o cinco décadas. Las grandes potencias esgrimen el palo nuclear para despanzurrar la codiciable piñata de la que depende el dominio del globo. Israel es el garrote atómico encargado de asegurar el control del petróleo y el gas del Medio Oriente.
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El tratado que intenta detener la proliferación de armas nucleares regula este juego de exterminio. Que cinco potencias gocen del derecho a tener y fabricar armas de destrucción masiva y 186 se comprometan a lo contrario delata una situación en el mejor de los casos asimétrica. Parecería que en una teoría política del abismo el único atributo de la soberanía es la posesión de armas de destrucción masiva: sin ellas, se está a la merced de quienes sí las tienen.
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Dos estrategias agravan esta disparidad: 1) Las potencias nucleares se consideran con derecho a aniquilar a cualquier país que a semejanza de ellas pretenda desarrollar armas atómicas. 2) Las potencias nucleares se consideran libres de suministrar armas atómicas a quien parezca favorecer sus intereses. Ejemplos: 1) la mera sospecha de que Irán pudiera desarrollar capacidades nucleares, a pesar de que está sometido a inspecciones regulares de Naciones Unidas a través del Organismo Internacional de Energía Atómica, y de que no existe ninguna prueba de que esté forjando un artefacto nuclear, es invocada como causal para destruirlo. 2) En cambio Israel, que jamás suscribió el Tratado contra la Proliferación de Armas Nucleares, dispone de entre 90 y 400 bombas atómicas armadas con apoyo de Estados Unidos, las cuales esgrime como amenaza contra sus vecinos.
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La destrucción de Irán es la vía para garantizar a Estados Unidos y Europa, o más bien al sionismo, el control sobre la energía fósil del Medio Oriente, indispensable para la supervivencia de Occidente. Preguntémonos si la Federación Rusa y China van a consentirlo. Empiezan a abrirse las puertas del Apocalipsis.
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