Por Claudio Katz

«Israel fue conformado desde su origen como una implantación de colonos para expulsar palestinos. Todos los datos de su historia corroboran ese propósito.»

13 de noviembre de 2025

La violencia extrema que Israel aplica contra los palestinos ha sido un dato invariable desde la constitución de ese Estado. Esa virulencia fue históricamente típica de las formaciones coloniales, que se asientan en la ocupación, la expropiación y la opresión de la población nativa.

Esas confiscaciones provocaron los sufrimientos padecidos por el grueso de la población de África, Asia o América Latina en los últimos cinco siglos. Resulta indispensable situar el drama actual de Medio Oriente en esa trayectoria, para comprender la tragedia palestina. Israel masacra a los pobladores originarios de esa región para introducir a los colonos que se adueñan del territorio.

Una modalidad con exterminio

El colonialismo se consumó tradicionalmente a través de dos vías. La variante clásica estableció formas de dominación directa de las metrópolis, con el propósito de explotar la mano de obra local, a fin de lucrar con la renta de los minerales, las plantaciones o las haciendas. Usufructuó de la fuerza de trabajo indígena o importada, con formas de servilismo, esclavitud o precarización capitalista. Con ese modelo los virreyes españoles, los gobernadores británicos y los mandantes franceses se apropiaron de los recursos de la periferia (Piterberg, 2010).

Como esa modalidad de opresión fue una característica dominante de la últimas centurias, el grueso de los estudios anticoloniales, neocoloniales y poscoloniales se concentró en ese campo. Se ha descripto, explicado y clarificado en detalle, cómo los conquistadores europeos devastaron durante siglos al Tercer Mundo.

Pero un segundo tipo de colonialismo ha sido poco investigado. Esa modalidad se basó en asentamientos de inmigrantes provenientes de las metrópolis, que exterminaron a la población local en lugar de explotarla. Como por distintas razones el usufructo de la mano de obra local resultaba inviable o poco rentable, las nuevas sociedades se erigieron aniquilando a sus habitantes. Sobre esa montaña de cadáveres emergió Estados Unidos, Canadá y Australia. El capitalismo despuntó explotando a los inmigrantes o a los esclavos importados de otras latitudes.        

Ese colonialismo de colonos se diferencia del patrón clásico por eliminar a la población local. En lugar de sojuzgar o absorber a esa masa demográfica, dispone su aniquilamiento. Los asentamientos se instalan para exterminar y no para oprimir a los conquistados. Ese devenir separó la trayectoria histórica de América del Norte u Oceanía del sendero transitado por México, India o Nigeria (Veracini, 2013).

Israel recrea una modalidad contemporánea de ese colonialismo de asentamientos y por esa razón se ha expandido confiscando, expulsando y masacrando a los palestinos. Presenta semejanzas con lo ocurrido en las colonias inglesas de América del Norte, que expandieron su frontera hacia el Oeste ultimando a millones de indígenas y confinando en alejadas reservas a sus pocos sobrevivientes.

Esos parecidos son conceptuales y no cuantitativos. Es evidente que el sionismo no reproduce la gestación de una potencia territorial, ni siquiera en las mayores fantasías del Gran Israel. Lo que asemeja su proyecto con el antecedente norteamericano es la multiplicación de asentamientos con colonos foráneos, que expulsan y asesinan a las víctimas de esa ocupación.

Esa referencia permite evitar las miradas que objetan la existencia de un colonialismo israelí por sus diferencias con el clásico patrón británico o francés. El antecedente de Estados Unidos contribuye, además, a observar con cuidado las comparaciones con Argelia o Sudáfrica. Estas dos situaciones incluyeron una numerosa presencia de colonos, que moldearon la configuración de ambos países. La población local no fue eliminada por esas implantaciones de europeos.

Al igual que en Israel, los colonos boers y británicos erigieron un conglomerado racista, que desconocía explícitamente cualquier derecho de los africanos. Saltan a la vista las semejanzas del Apartheid con los asentamientos actuales de Cisjordania y con el status de ciudadanos de segunda, impuesto a los árabes-israelíes. Pero el evidente propósito de la opresión colonial en Sudáfrica era la explotación y no el exterminio de las etnias locales.  

La terrible matanza de argelinos durante la guerra de Independencia (1954-1962) presenta también semejanzas con Israel. Los ocupantes franceses ultimaron entre 500.000 y un millón y medio de resistentes, es decir entre el 5% y el 15% de la población (Hearst, 2023). Pero la finalidad de esa masacre era ganar una fallida guerra y no erradicar la presencia de los argelinos.

Al igual que los ciudadanos judíos de Israel, los colonos defendían privilegios y beneficios para todos los descendientes de franceses, en desmedro de los árabes (Safieddine, 2024). Pero esa supremacía presuponía la coexistencia con los relegados y no su desplazamiento o extinción. Israel fue conformado desde su origen como una implantación de colonos para expulsar palestinos. Todos los datos de su historia corroboran ese propósito.

La dinámica expropiatoria

El proyecto sionista comenzó enlazado al sistema colonial británico de principios del siglo XX. Los ingleses buscaron crear un fortín propio en Medio Oriente, que les garantizara el control del fragmentado mundo árabe y la conexión con la joya de la Corona (India). El establecimiento de un “Hogar Nacional judío” promovido desde Londres en 1917 apuntaba hacia esa dirección, complementando el reparto -concertado con Francia- de todos los territorios absorbidos del imperio otomano (acuerdos Sykes-Picot) (Sivinian, 2023).

Los representantes de la aristocracia inglesa (Balfour) acordaron con sus socios de las burguesías emergentes centroeuropeas (Herzl), la creación de esa implantación judía en Palestina. Buscaban también desviar hacia allí, la oleada de emigrados escapados de Rusia por persecuciones antisemitas. Rechazaban la llegada a Gran Bretaña de esa corriente de refugiados, que era portadora de ideas y propaganda socialista (Pappé, 2024).

El operativo sionista logró una recepción favorable entre las elites británicas por sintonías comunes en el plano ideológico y religioso. Los devotos de distintos grupos creyentes, veían con buenos ojos el proyecto de sustraer el control de Tierra Santa a los musulmanes. Percibían a la implantación judía, como un avance de la civilización en el retrógrado mundo árabe. La gestación de granjas colectivas (kibutzim) era vista además con simpatía por los laboristas.

La creación de Israel fue motorizada por los ingleses con ese doble patrón de promover un enclave judío anti-árabe y someter al mismo tiempo a los socios musulmanes. La perfidia del Albión alcanzó esa modalidad extrema, al combinar políticas de aliento del sionismo (Balfour) y estrategias de alianza con los emergentes emiratos (Lawrence).

Ese tipo de rumbo colonial era típico del imperio victoriano y apuntaba hacia cierta convivencia de los inmigrantes judíos con los habitantes palestinos. Pero el ímpetu de la acción sionista y su captura de nuevos aliados internacionales, trasformó el proyecto original en un plan de exterminio, desplazamiento y sustitución de los pobladores nativos.

Ese curso sanguinario se asentó en la eficiente y acelerada militarización del sionismo bajo el mando británico. Un proto-ejército israelí fue tolerado por los gobernadores ingleses, que adiestraron a esa tropa con las técnicas, el espíritu y la ferocidad de los cipayos coloniales. Esas fuerzas de la Haganá antecedieron a la monstruosa maquinaria bélica actual de Tel Aviv (FDI) y sus primeras estrellas (Moshé Dayan), mantuvieron un entrelazamiento con los británicos (Khalidi, 2024b). Fueron formaciones forjadas desde su gestación para reprimir a los palestinos.

Esa estructura militar fue el epicentro del embrionario estado israelí, que se forjó bajo la égida británica durante décadas de mandato inglés. Lo que transformó ese núcleo en un aterrador mecanismo de masacre, fue el empoderamiento de los colonos como una fuerza autónoma, en conflicto con los propios gobernantes británicos.          

Cuando la elite sionista ya implantada en la zona consolidó su poder, se embarcó en un plan expansivo de asentamientos y despojo de los palestinos, que quebrantó todos los equilibrios propiciados por los mandatarios ingleses. El punto culminante de ese conflicto fueron los atentados, que la ultraderecha sionista (Irgún) practicó contra sus socios británicos, para forzar la creación del Estado de Israel. Con esas acciones (1936-1939) comenzó una acción terrorista que se radicalizó hasta los extremos actuales.

Los sionistas forzaron con su descontrolada virulencia la erección de un Estado propio, que expandió una y otra vez sus fronteras, anulando la pretensión británica de acordar algún compromiso con el vecindario árabe.

Los gestores de Israel neutralizaron primero los intentos de regular la inmigración judía y la venta de tierras, en que se asentaba la gestación del nuevo Estado. Aprovecharon, especialmente, la fulminante pérdida de posesiones coloniales que padeció Inglaterra al concluir la Segunda Guerra Mundial.

Luego de abandonar la India (1947), los británicos resignaron Palestina y de ese retiro emergió la Partición Territorial entre judíos y palestinos, que alentó el naciente organismo de las Naciones Unidos (1948). Los fundadores de Israel modificaron drásticamente el diseño de crear un Estado junto a otro, con Jerusalén como ciudad internacional. Recurrieron al drástico uso de la fuerza y en tiempo récord ampliaron su territorio, expulsando a los habitantes originarios de esas zonas. Posteriormente, nunca explicitaron cuáles eran las fronteras de su país.

La pulsión bélica

El arrollador avance sionista se alimentó de la conmoción mundial que suscitó el genocidio de los judíos bajo el hitlerismo (Shoa). La persecución fascista de esa minoría ya había provocado un drástico incremento de la migración de ese sector a Palestina, que entre 1932 y 1939 pasó del 17% al 31% de la población local. Esa oleada creó la base demográfica inicial del Estado de Israel.

Cuando al concluir la guerra quedó pendiente la localización de los sobrevivientes del holocausto, se generalizó la presión para reubicarlos en Medio Oriente. Había 100.000 confinados de los campos de refugiados de Europa, que Estados Unidos rechaza absorber en su territorio. En ese escenario los palestinos se convirtieron en las víctimas indirectas del judeocidio.

Recién en ese momento el sionismo comenzó a ganar relevancia dentro de la propia comunidad judía, superando el status minoritario que mantenía desde su gestación, frente a las corrientes religiosas, socialistas y asimilacionistas.

Ese despunte fue motorizado por la recomendación de Partición que hizo la ONU. El visto bueno de la Unión Soviética fue igualmente relevante, aunque supuso una gran conmoción entre los partidos comunistas del mundo árabe.

Stalin apostó erróneamente durante un breve período a congraciarse con los colonos israelíes, en su disputa estratégica con el alicaído imperio inglés. Esa expectativa -asentada en la gran influencia de la izquierda en el mundo judío- se diluyó abruptamente cuando Tel Aviv se alineó con el bloque occidental.

El verdadero rostro del sionismo salió a flote en la Nakba (catástrofe) que inauguró la expulsión masiva de los palestinos de sus tierras (1947-48). Fue un programa premeditado de limpieza étnica para forzar esa partida (Plan Dalet). En su primera etapa, impuso la devastación de los centros urbanos y el consiguiente éxodo de 300.000 palestinos. La segunda fase de confrontación bélica con los vecinos se coronó con la expulsión de otros 400.000 habitantes. La mayor parte de Palestina -que durante un milenio había sido el hogar de una población de origen árabe, en convivencia con judíos y drusos- quedó súbitamente transformada en un territorio apropiado por los colonos judíos (Khalidi, 2024a: cap 2).

La extensión de esta nueva configuración fue el propósito de las periódicas guerras que entabló Israel, con el objetivo primordial de aniquilar a los palestinos. El choque con Egipto en 1956, no obedeció solo a proyectos geopolíticos de asociación de Tel Aviv con los aliados anglo-franceses, para penalizar la nacionalización del Canal de Suez. La prioridad israelí era aplastar la naciente resistencia palestina gestada en Gaza.

Como esa localidad absorbió el grueso de refugiados de las zonas expropiadas del Sur, se transformó en un lugar de protesta que las tropas sionistas sofocaron brutalmente. Con la ejecución sumaria de civiles, reafirmaron el patrón de masacres que multiplicarían posteriormente, en la localidad que alumbró a los primeros héroes de la resistencia

Doblegar a los palestinos fue también el determinante subyacente de la fulminante embestida bélica de 1967. El ataque se concentró en Egipto, Jordania y Siria que albergaban la retaguardia de la principal organización guerrillera (Fatah).

La invasión al Líbano en 1982 fue explícitamente perpetrada contra los refugiados palestinos, confrontando de manera secundaria con sus anfitriones. La incursión contra el Estado que los acogía, constituyó un dato menor de la campaña lanzada para destruir el enorme conglomerado político-militar, que habían forjado los palestinos (OLP).

Los mitos justificatorios

Israel impuso de entrada la narrativa mítica de un país invadido por siete ejércitos árabes en 1948. Propagó que un David deseoso de la paz había vencido al agresivo Goliat árabe. Con esa narrativa de heroico defensor -transformado contra su voluntad en vencedor de todas las batallas- ocultó la invariable superioridad militar, que exhibió en todas las confrontaciones.

Para el primer combate de 1948-49 Israel ya contaba con un ejército adiestrado, frente a vecinos desunidos y mal armados. Confrontó con fuerzas desorganizadas y conducidas por clases dominantes tributarias del padrinazgo británico. Ese soporte inglés persistió hasta el improvisado final del status colonial.

La primacía israelí en el entrenamiento, profesionalidad y armamento fue más visible en el abrumador triunfo de la Guerra de los Seis Días (1967). La superioridad aérea le aseguró a Tel Aviv la ventaja absoluta de sus fuerzas terrestres.

Israel enarboló un pretexto defensivo para encubrir las masacres que acompañaron a todas sus arremetidas bélicas. Esas matanzas tuvieron un paréntesis entre los dos conflictos de 1956 y 1976, cuando la resistencia de los palestinos a abandonar sus tierras desconcertó al ocupante. Para forzar esa partida, los sionistas reintrodujeron en el ataque al Líbano de 1982 los asesinatos masa. La población civil de ese país fue sometida a un sistemático bombardeo, que arrasó edificios y sembró la muerte como un gran anticipo de la carnicería actual en Gaza.

Ese antecedente fue muy nítido en la matanza de Sabra y Chatila (19.000 asesinados y 30.000 heridos), bajo un cerco que incluyó el corte de suministro del agua, la electricidad y los alimentos a los sitiados. En Gaza han perfeccionado el salvajismo que ensayaron en Beirut, confirmado que los asesinatos son una política de estado de Israel. La misma destrucción de todo vestigio humano -que perpetra Netanyahu alegando complicidades con Hamas- fue anticipada por sus maestros Begin y Sharon contra la OLP.

La obsesión criminal está en el ADN de un esquema colonizador que Israel implementa con meticulosidad. Ha especializado su aparato de seguridad en el asesinato de dirigentes, mediante un método gangsteril, que se cobró la vida de las principales figuras de la militancia (Abu Jihad) y la cultura palestina (Ghassan Kanafani). Con esa doctrina del politicidio erigió una estructura de espionaje y crimen internacional, que ninguna organización mafiosa ha logrado emular (Khalidi, 2024a: cap 5).

Ese modelo de exterminio colonial exige el entierro del liderazgo opositor, para invisibilizar la propia existencia de los palestinos. El sionismo se asienta en la negación de ese pueblo y difundió durante décadas mitos inverosímiles, para afianzar un absurdo supuesto de inexistencia de su enemigo.

Afirman que los palestinos tan solo constituyen un subgrupo de los árabes, como si la pertenencia a esa comunidad negara la presencia de nacionalidades diferenciadas. De la misma forma que la adscripción al universo latinoamericano, no anula existencia de bolivianos, nicaragüenses o argentinos, la condición arábiga no anula las diferencias entre sirios, iraquíes o yemenitas.

El sionismo disuelve a los palestinos en una laguna de árabes indistintos, para destruir la memoria histórica de su expulsión territorial. Intentó instalar la fábula de una tierra virgen, desértica y sin pueblo, antes de la llegada de los inmigrantes judíos al lugar (Martinelli, 2025: 16-20). Con esa leyenda, pretendió borrar el éxodo forzado de una enorme masa humana, dando a entender que los colonos llegaron de los barcos a un desierto, para fundar un país desde la nada.

En esa misma quimera se asienta la historia oficial de otras naciones, que emergieron aniquilando a la población nativa. La simpatía por el sionismo en Estados Unidos o Argentina se explica, en gran medida, por esa coincidencia con mitos forjadores de la nacionalidad. En la tradición liberal, los colonos europeos son portadores de la civilización, frente a diversos grupos bárbaros que resisten el avance del progreso.

El sionismo reactivó esa mitología eurocéntrica, recreando todas las falacias de inferioridad intrínseca de los árabes. Resucitó la falsa contraposición del oscurantismo de Oriente con el iluminismo occidental, para que sus pares del Nuevo Mundo celebraran a Israel, recordando las invenciones de su propia historia.

Los artífices de las matanzas actuales han radicalizado esa tradición con ingredientes del sionismo religioso, que asigna a un pueblo elegido por Dios, la misión de limpiar a los infieles de la Tierra Santa (Goodbar, 2024). La ultraderecha que rodea a Netanyahu complementa esa rehabilitación de las Cruzadas con un descarado racismo. Presenta sin ningún filtro a los palestinos como “animales humanos”, que deben ser sepultados sin ninguna piedad (Sivinian, 2024).

La falacia de dos estados

El sionismo incluye dos vertientes que se complementan en el manejo del Estado, para desenvolver el mismo proyecto de colonización. La derecha y el laborismo se intercalan en el gobierno para implementar ese rumbo compartido, con acciones adaptadas a las cambiantes circunstancias. Han recurrido en muchas coyunturas bélicas al manejo común de la administración estatal.

La vertiente reaccionaria de Netanyahu fue creada por pensadores ultranacionalistas (Jabotinsky) en la era clásica de esa ideología. Forjaron los grupos terroristas que forzaron la partida de los ingleses (Stern, Irgún) y mantuvieron un lugar político secundario, hasta la sustitución de sus competidores en el manejo del Estado con figuras propias (Begin, Shamir, Sharon). A principios de los 80 inauguraron su mandato con matanzas en el Líbano, que transparentaron sus métodos criminales.

Esa ultraderecha se afianzó como fuerza mayoritaria de Israel en las últimas décadas, sostenida en la nueva oleada de colonos que expropió Cisjordania. A diferencia de sus antecesores -que ocuparon el territorio conquistado hasta 1967- recurrieron a un grado de vandalismo explícito e invocaron creencias religiosas, para justificar con mandatos divinos el despojo de los palestinos.

Su oleada de asentamientos retomó a pleno el proyecto de colonización expulsiva. Pero introdujo un mayor sostén externo de Estados Unidos y una ideología misionera, que mixturó los mitos de la Tierra Santa con el evangelismo yanqui.

Esa simbiosis con los sionistas cristianos motorizó toda la secuencia de masacres en Gaza (2008-2009, 2012 y 2014), que anticipó la matanza actual. Convirtieron esa Franja en una prisión a cielo abierto, sometida al periódico castigo de bombardeos aéreos. Desplegaron todo tipo de armas letales para forzar otra Nakba e intentaron anexar Gaza en el 2005, como otro peldaño de la implantación de un Gran Israel bíblico.

Actualmente retoman esos proyectos para expulsar a dos millones de habitantes de ese minúsculo territorio. Preparan la instalación de campamentos masivos de refugiados y toman en cuenta el precedente reciente de los millones de refugiados, provenientes de las guerras de Irak y Siria. Registran, además, el contexto internacional de migraciones récord, que en 2017 alcanzaron un pico de 68 millones desplazados.

La segunda vertiente del sionismo difiere de ese patrón derechista e incluye a las figuras que comandaron la gestación (Ben Gurion), consolidación (Golda Meir, Peretz,) y expansión militar (Dayan, Rabin) de Israel. Forjaron el rostro internacional aceptable e hipócrita del sionismo que prevaleció durante décadas.

En su versión inicial, esa variante incluyó ideas socialistas muy arraigadas en la población judía europea. Tuvo también pensadores que imaginaron una simbiosis de planteos marxistas radicalizados con el proyecto sionista (Borojov). Ese gran espectro de miradas de izquierda disimuló la expropiación de los palestinos, con su propia difusión de cooperativas agrarias (Kibutzim) en las primeras fases de la colonización.

Para exaltar las normas del igualitarismo imperantes en esos experimentos y exhibirlas como embriones del socialismo del futuro, sus artífices silenciaban la expulsión y matanza de la población local. La evidente incompatibilidad de ambos proyectos condujo a un declive del laborismo, frente a rivales que nunca afrontaron tensiones de ese tipo.

Los derechistas siempre fueron más efectivos para judaizar Jerusalén, ocupar Cisjordania y arrasar la Franja de Gaza, proclamando la supremacía de los judíos sin ninguna mascarada humanista. Ese operativo se consolidó mediante un operativo para hebraizar la toponimia y modificar los nombres árabes de las ciudades, las regiones y los accidentes geográficos.

Los laboristas fueron en cambio más eficaces, para someter a la minoría palestina que no emigró y quedó transformada en ciudadanos de segunda, con el mote de árabe-israelíes. Fueron encerrados sin derechos en ciertas localidades y estuvieron sometidos a las normas de una ley marcial, que los divorció de sus familiares en el exilio. Quedaron confinados en una modalidad de las reservas indígenas de Estados Unidos, adaptadas al reducido tamaño de Israel.

Pero su destino fue la excepción de un proyecto colonial asentado en la expansión y no el sometimiento de la población originaria. Por esa razón, el modelo de subordinación árabe-israelí que implementó el laborismo entre 1948 y 1967, fue abandonado para Cisjordania y Gaza. En estas dos zonas los asentamientos se multiplicaron para forzar otra Nakba.

Los laboristas siempre concibieron la invariable perdurabilidad de un creciente territorio israelí, con múltiples bantustanes bajo su control. Nunca pusieron sobre la mesa atribuciones de soberanía real, freno a los asentamientos, retorno de los refugiados, definición concertada del status de Jerusalén o formas de complementariedad en el uso del agua y los cultivos. Introdujeron un engaño auspiciado por Estados Unidos y convalidado por Egipto, que afianzó la expansión sionista y el despojo de los palestinos.

Cuando el laborismo agotó su función distractiva y la obstrucción práctica a cualquier despunte de otro Estado, la derecha retomó el gobierno y asaltó la sede de la Autoridad Palestina en Ramala (2002). Luego de aprisionar de hecho a Arafat hasta su muerte, sepultó por completo la ficción de alguna convivencia pacífica con los palestinos.

El proyecto descolonizador

Al cabo de varias décadas de implantación de colonos, la farsa de los dos Estados salta a la vista. La soberanía palestina que parecía muy hipotética en 1988 y menos realizable en 1993 se ha transformado, en la actualidad, en un espejismo en el desierto. Todas las demandas que formuló el Consenso Nacional Palestino en 2006 -retirada del ejército y los colonos de los territorios en 1967, liberación de los prisioneros, reconocimiento del derecho al retorno y una indemnización- han quedado sepultadas (Achcar, 2025).

Junto al genocidio de Gaza, Netanyahu ha puesto en marcha la anexión directa del grueso de Cisjordania. Facilita el incremento de las barreras militares y pavimenta carreteras exclusivas para los colonos, que aceleran su apoderamiento de las tierras restantes. La capital de la economía palestina (Hebrón) ha sido separada del resto territorio, para convertirla en una entidad autónoma (Shalash, 2025).

Los colonos están embarcados en feroces acciones para tornar insoportable la vida de los palestinos. Buscan ampliar sus expropiaciones a cualquier costo. Para extender su presencia practican el robo del agua y del dinero de sus víctimas, bajo la invariable protección de los soldados (Hass, 2025).

En estas condiciones, la abrupta oleada de reconocimiento internacional de un Estado Palestino -entre cancillerías e instancias de las Naciones Unidas- carece de correlatos prácticos. Se acepta la existencia de una eventual entidad futura, que en la vida diaria es demolida por Israel.

La generalizada aceptación de esa espectral institución, igualmente ilustra el creciente aislamiento mundial del sionismo. Es una iniciativa, que intenta calmar la indignación generada por la complicidad de los gobiernos occidentales con el genocidio de Gaza. Busca echar un manto de olvido a la continuada provisión de armamento europeo a Israel (Boulus, 2025).

El engaño de los Dos Estados constituye una típica solución colonial para un problema colonial, que el sionismo no está dispuesto a concretar. Es una distracción para encubrir las políticas anexionistas y su difusión pretende obstruir cualquier debate, sobre la forma de resolver efectivamente el conflicto.

Esa salida requiere constituir un solo Estado democrático, laico e incluyente de todos los habitantes de la zona. Es el camino que siguió Sudáfrica, al reemplazar el Apartheid por un Estado común de la mayoría negra y las minorías blancas y mestizas.

El hipócrita reconocimiento de los dos Estados, debería ser sustituido por la denuncia del status de Apartheid en que se asienta Israel. Solo ese cuestionamiento, contribuiría a generar las condiciones internacionales requeridas para poner fin a la tragedia actual (Salama, 2025).

Palestina debería reformularse, como el país que se extiende desde el río hasta el mar, con una ciudadanía integrada por todas las personas que habitan y fueron expulsadas ​​de ese territorio (Pappe, 2025). Esta sencilla definición del proyecto de un solo Estado, convoca a tomar en cuenta al pueblo marginado de cualquier consulta sobre su destino. Esa comunidad batalla desde hace décadas por su liberación (Matisa, 2025).

Esa solución no supone la matanza o expulsión de la población israelí, que el sionismo atribuye a sus enemigos para justificar su violencia. Simplemente presupone el desmantelamiento de la estructura colonial, que asigna a los habitantes o inmigrantes judíos, todo tipo de privilegios sobre los palestinos. En esas prerrogativas se asienta el Apartheid imperante en Israel, que la descolonización propugna extirpar (Pappe, 2022).

Ese sendero permitiría asegurar una paz perdurable, con derechos equitativos para todos los habitantes de la región. La descolonización es el término que sintetiza con mayor exactitud la esperanza de algún futuro para Palestina. Su eventual concreción empalma con el declive del sionismo, que analizaremos en el próximo texto.

                                                                                              

RESUMEN

REFERENCIAS

Piterberg, G. (2010). Settlers and Their States. A Reply to Zeev Sternhell. New Left Review, (62), 115-124.

-Veracini, L. (2013). The other shift: Settler colonialism, Israel, and the occupation, Journal of Palestine Studies, 42(2),26-42.

-Hearst, David (2023). Netanyahu quería «derribar» a Hamás. Esta guerra podría derribar a Israel

-Safieddine, Hicham (2024). El marxismo anticolonial de Mahdi Amel

-Sivinian, Gabriel (2023). El origen de la “Cuestión Palestina” y la Nakba

-Pappé, Ilan (2024). Entrevista de Chris Hedges. El ascenso y la próxima caída del lobby israelí, con Ilan Pappé

-Khalidi, Rashid (2024a). Palestina. Um século de guerra e resistência (1917-2017). Editora Todavía.

-Khalidi, Rashid (2024b). Entrevista por Tariq Ali El cuello y la espada

-Martinelli, Martín (2025). La geopolítica del genocidio en Gaza, Editorial Batalla de Ideas, Buenos Aires

-Goodbar, Pablo (2024). Antisionismo y antisemitismo: una confusión deliberada

-Sivinian, Gabriel (2024). La enunciación del genocidio contra el pueblo de Palestina

-Achcar, Gilbert (2025). El espejismo de un Estado palestino

-Shalash, Fayha (2025). A pesar de las declaraciones de Trump, Israel ha comenzado ya a anexionarse la Cisjordania ocupada

-Hass, Amira (2025). ¿Por qué Cisjordania no se levantó?

-Boulus. Sonia (2025). Por qué el reconocimiento de Palestina puede reforzar las dinámicas coloniales de Israel

-Salama, Alaa (2025). Olvídense del simbolismo de “dos Estados”: el mundo debe reconocer el apartheid israelí

-Pappe, Ilan (2025). Palestina y el cáliz envenenado del reconocimiento

-Matisa, Daniel (2025). Cómplices del genocidio

-Pappe, Ilan (2022). Revolucionando la conversación sobre Palestina