Por Claudio Katz

La masacre de Gaza repite los exterminios coloniales que padeció la periferia en las últimas centurias. A mitad del siglo XX el nazismo importó esas atrocidades a varias minorías de Europa Occidental. Las matanzas que sufrían los pobladores de la India, los aborígenes de América Latina y los esclavizados de África fueron extendidas a las víctimas del hitlerismo, suscitando por primera vez una conciencia colectiva de esas tragedias.

11 de noviembre de 2025

Las treguas que suscribe Israel son transitorios respiros para relanzar nuevas incursiones. Basta recordar que incumplió en 4.500 ocasiones el alto fuego acordado en el Líbano hace un año. Las atrocidades cometidas durante el último bienio no constituyen un triste episodio del pasado, sino el anticipo de la tragedia que se avecina si la criminalidad de Netanyahu no es detenida.

La masacre que el gobierno israelí consumó en Gaza supera todo lo conocido. No fue una matanza ignorada u ocultada, sino un asesinato en masa planificado y expuesto a la vista de todo el mundo.

Nadie puede argumentar que desconoce esa barbarie y menos exculparse de la responsabilidad de tolerarla. Se ha registrado el mayor homicidio colectivo del siglo XXI, con agresores que no disimulan su pretensión de demoler una sociedad, para retrotraerla a la Edad de Piedra.

Evidencias del horror

El desangre de Gaza dejó muy atrás todo lo padecido por los palestinos durante décadas de opresión colonial. Cada ítem de esa carnicería confirmó su carácter premeditado. No hubo “excesos”, ni “daños colaterales”. Los asesinatos fueron rigurosamente calculados y perpetrados con incalificable frialdad.

Hasta la fecha se han contabilizado más de 67.000 muertos y 170.000 heridos, sin computar la cifra de víctimas sin localizar bajo los escombros. El informe que sintetiza esa atrocidad es espeluznante (Marcetic, 2025). La tasa de mortalidad diaria a manos del ejército israelí superó los promedios de cualquier conflicto contemporáneo. Hay 6.000 familias con un solo sobreviviente vivo e incontables casos de tres generaciones aniquiladas en un mismo bombardeo. El 6% de la población ha muerto o sufrido alguna mutilación y los propios voceros de Israel admiten que el 82% de los fallecidos eran civiles.

Gaza se convirtió en un cementerio para los niños. Ese infanticidio ha sido casi 10 veces superior al padecido en Siria y 45 mayor que en Yemen. Un promedio de diez niños al día, perdieron una o ambas piernas en amputaciones sin anestesia. Fueron los blancos deliberados de los soldados israelíes, que ultimaron al 2% de la población infantil, en una media de un niño asesinado por hora. Los funcionarios de la ONU reconocen que «ya no hay nacimientos normales en Gaza«.

Durante un bienio, dos millones de personas fueron cercadas para privarlas de comida. Se intentó precipitar su muerte por hambre, luego de restringir la ayuda humanitaria. Los gendarmes atacaron a los socorristas que distribuían raciones y un número incontable de palestinos quedó al borde de la inanición. La suspensión de todas las campañas de vacunación agravó su vulnerabilidad.

Los desesperados que buscaron alimento, quedaron aprisionados en una trampa mortal por intentar recoger alguna comida. Los asesinos ni siquiera esgrimieron pretextos y simplemente dispararon contra los hambrientos (Haifawi, 2024).

Los bombardeos han provocado, además, un “urbicidio”, superior al padecido por las ciudades más arrasadas durante la Segunda Guerra Mundial. Varsovia, Dresde, Stalingrado, Hamburgo, Hiroshima o Coventry no sufrieron en esa contienda, el porcentual de demolición que ha padecido Gaza. En esta localidad, el 92% de las carreteras, el 60% de las viviendas, el 90% de las escuelas, el 83% de las tierras de cultivo y el 72% de la flota pesquera han quedado demolidas. Las toneladas de explosivos descargados sobre el enclave equivalen a seis bombardeos de Hiroshima y han generado emisiones contaminantes de una escala irreversible.

En Gaza irrumpió un escenario apocalíptico por la demolición de los hospitales y el asesinato de más médicos y enfermeros, que en todos los conflictos de la última década. El horror incluyó el entierro de los ultimados en grandes hoyos. De los 38 centros de salud que existían en el enclave, 25 quedaron fuera de servicio y 13 subsistieron funcionando parcialmente bajo condiciones extremas. La mitad de medicamentos esenciales se agotó y la tasa de ocupación hospitalaria superó los porcentuales más catastróficos. Los bombardeos pulverizaron 103 centros de atención primaria y 25 plantas generadoras de oxígeno.

La ferocidad sionista fue particularmente mortífera con los periodistas, porque buscaron silenciar la difusión de las masacres. Ya se computan más víctimas de reporteros que en las últimas siete guerras con participación estadounidense (Hedges, 2024). No hubo consideración hacia reconocidas figuras de la cultura, el deporte o el cine. Los museos, centros recreativos y lugares sagrados volaron por los aires. Israel emprendió una acelerada carrera para eliminar el mayor número de periodistas, intelectuales y académicos, con el explícito propósito de destruir la rica cultura de la sociedad gazatí. Intentó consumar un “escolasticidio”, en la localidad que prioriza desde hace décadas la educación en todos los niveles de la población. (Baroud, 2025).

La crueldad contra los palestinos rememora el castigo sufrido por los judíos durante el holocausto. La comparación emerge de inmediato, frente a los relatos de soldados que disparan por pasatiempo, apuntando a la cabeza o al pecho de los niños. La misma asociación surge al observar cómo los gendarmes arrastraron a sus víctimas, para fusilarlas delante de sus familias. Hay incontables denuncias del uso de barras de hierro, descargas eléctricas, perros y quemaduras de cigarrillos, en las torturas aplicadas en el centro de detención SdeTeiman. Los testimonios de los palestinos liberados de esas prisiones son escalofriantes y coinciden en la descripción de un aterrador nivel de sadismo.

El carácter programado de esas brutalidades quedó plenamente corroborado por el uso de la Inteligencia Artificial para ejecutar los blancos. El sistema Lavender fue introducido para organizar la masacre, discriminando a las víctimas principales de las secundarias o marginales de cada operativo. Operó como un modelo de exterminio industrializado, que recuerda a los campos de concentración del nazismo (Verbitsky 2024). Los contratos que Google suscribió con el gobierno israelí para consumar esas atrocidades, salieron a flote por las denuncias que expusieron los empleados de esa empresa (Veiga, 2024).

Ya nadie objeta el uso del término genocidio para retratar lo ocurrido en Gaza. Es evidente la existencia de un plan de aniquilamiento premeditado de la población civil para consumar una limpieza étnica. Un número creciente de gobiernos, personalidades y organismos que negaban el uso de ese calificativo ya lo convalida ante las apabullantes evidencias del horror. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU destacó que las masacres cometidas por Israel cumplen cuatro de los cinco criterios utilizados para definir un genocidio (Breville, 2025).

Justificaciones descaradas

La masacre de Gaza repite los exterminios coloniales que padeció la periferia en las últimas centurias. A mitad del siglo XX el nazismo importó esas atrocidades a varias minorías de Europa Occidental. Las matanzas que sufrían los pobladores de la India, los aborígenes de América Latina y los esclavizados de África fueron extendidas a las víctimas del hitlerismo, suscitando por primera vez una conciencia colectiva de esas tragedias.

Los casos más recientes de Bosnia y Herzegovina y la aniquilación que se vio en Ruanda, presentan muchas semejanzas con el actual desangre de Palestina (Albanese, 2025). La única diferencia radica en que la indiferencia de los grandes medios de comunicación frente a lo sucedido en África, se ha transformado en tolerancia o justificación ante lo que hace Israel (Majfud, 2025).

Esa exculpación utiliza la repetida y desgastada invocación del holocausto para invertir la realidad, presentando a los palestinos como agresores y a los sionistas como víctimas. En esa falsedad se asienta la manipulación de la matanza hitlerista para convalidar el horror actual.

Con el argumento de prevenir otro holocausto contra los judíos se avala el asesinato en masa en los palestinos. Ellos sufren el genocidio, que fue conceptualizado y consagrado internacionalmente en 1948, a partir de los asesinatos perpetrados por el nazismo.

Los sionistas no aportan ningún indicio de alguna amenaza actual contra las minorías judías en el mundo. Tan solo se limitan a rememorar los terribles episodios de antisemitismo del pasado. Suponen que para prevenir ese eventual resurgimiento hay que dar rienda suelta a la carnicería de otro pueblo. Omiten que los palestinos son históricamente ajenos a los sufrimientos padecidos por los judíos y que no existe ninguna razón para descargar sobre ellos una venganza (Traverso, 2024).  

Israel utiliza el terrorismo de Estado para destruir las condiciones de vida de los palestinos. Cuenta con la complicidad de los grandes medios de comunicación, que denuncian a las víctimas por las atrocidades que cometen los victimarios. Esa inversión de la realidad se verifica en el uso del término “terroristas”, para calificar a los resistentes y no a los causantes del genocidio.

Los desesperados y heroicos palestinos -que enfrentan como pueden a la mayor maquinaria bélica de la región- son señalados como culpables de la tragedia generada por sus opresores. Para masificar esa impostura se demoniza a los luchadores con un deshumanizado estereotipo de “terrorista islámico” (Martinelli, 2025: 27-30).

El castigo de la hambruna fue introducido con el deliberado propósito de quebrantar la resistencia de los palestinos. La descripción de sus efectos sobre dos millones de gazatíes es escalofriante. La falta de comida debilita el cuerpo, afloja el lenguaje, borra la claridad, anula el pensamiento y genera un temblor que impide sobrevivir (Alqaisi, 2025).

El terrorismo de Estado se ha verificado también en la desproporcionalidad de las víctimas. Por cada israelí fallecido fueron asesinados 60 palestinos. Esa asimetría confirma la presencia de una matanza y no de una guerra, en el marco de una brutal ocupación y no de un vago conflicto. Como no se verifican combates sino tan solo bombardeos, quince de cada dieciséis muertos son civiles (Peral, 2025).

La dinámica criminal es igualmente visible en los asesinatos de líderes palestinos y altos funcionarios de gobiernos que apoyan su lucha. Israel ha naturalizado esa práctica de ultimar adversarios en cualquier lugar del planeta. Presenta el homicidio de las figuras más resonantes de esa escalada (Nasralá de Hezbolá, Haniyeh y Saleh al-Arouri de Hamas o Qasem Solimani de la Guardia Revolucionaria Irán), como una forma usual de acción político-militar.

El pretexto esgrimido es la neutralización de la amenaza, que supondría la tenencia de armas atómicas por parte de Teherán. Pero se omite que ese potencial peligro está contrarrestado por el arsenal del atacante. Israel dispone de un número suficiente de bombas para convertir al Cercano Oriente en cenizas. Mientras que Irán dispara sus misiles contra bases militares, su enemigo ultima a niños hambrientos e indefensos.

Desde hace décadas, Israel desconoce todas las resoluciones de las Naciones Unidas que cuestionan su ocupación de territorios ajenos. Pero en sus últimas agresiones sepultó por completo cualquier principio de legalidad internacional. Practica un descontrolado belicismo, que viola todos los convenios y Cartas de las Naciones Unidas.

El gobierno israelí aplica una versión aumentada de la ¨guerra preventiva¨, que introdujo Bush para invadir Irak con la patraña de las ¨armas de destrucción masiva¨. Pretextos más inverosímiles expone Netanyahu para bombardear a sus vecinos. La denuncia del desastre humanitario que está provocando es el punto de partida de una evaluación de la hecatombe actual. En cualquier desenlace, el resto del mundo no olvidará, ni perdonará, los crímenes que está cometiendo.

Adversidades y fracasos

Al cabo de dos años de masacres, Netanyahu no logra lidiar con el atolladero de Gaza. Se empantanó en el primer ataque y aceptó negociar el intercambio de rehenes por prisioneros de ambas partes. Pero al percibir esas tratativas como una derrota, redobló la ofensiva e inició un genocidio por hambre de la población encerrada.

Lo que no consiguió con violencia intentó obtenerlo con más violencia. Pero al no lograr la rendición de los resistentes, lanzó otra embestida para reforzar el asedio de los exhaustos supervivientes (Malm, 2025). Apostó al agotamiento de una población civil desesperada por un encontrar un trozo de pan o un sorbo de agua (Rahman, 2005).

Con su escalada diaria de asesinatos colectivos, Netanyahu pretende empujar a los palestinos a que imploren por su vida. Supone que, con más hambruna y sangría terminarán pidiendo a gritos alguna salida del infierno, para sumergirse en otra Nakba. Los ministros del gobierno israelí proclaman abiertamente su intención de repetir la expulsión masiva de 1948 y los más desaforados convocaron a matar hombres, destruir viviendas e incendiar instalaciones (Pappe, 2023).

Pero afrontan una resistencia, que pasará a la historia como un hito del heroísmo por la acción de luchadores, que reemplazan a los caídos para continuar la batalla.

La primera recepción a los combatientes en enero pasado, cuando parecía concertarse un acuerdo ilustró ese espíritu de lucha. Hamas resiste con una admirable valentía las enormes presiones para su rendición (Ghanem, 2025) y mantiene prácticamente sin recursos todo tipo de operaciones, para desgastar la mortífera maquinaria de Israel (Scahill, 2025).

Netanyahu terminó aceptando el acuerdo que rechazaba, para intercambiar los 20 rehenes vivos que permanecían en manos de Hamás por 2.000 presos palestinos. Ese convenio fue celebrado en Gaza como una importante victoria, porque forzó el canje que el gobierno israelí se negaba a concretar (Sanz, 2025)

El mayor criminal del siglo XXI apostaba a continuar el genocidio para recuperar los rehenes sin ningún tipo de transacción. Sostuvo esa opción una y otra vez, hasta que finalmente debió asumir su fracaso. No logró destruir el dispositivo de protección de los prisioneros que montó Hamas y tuvo que archivar sus planes de rescate (Seurat, 2025)

Los resistentes mantuvieron su capacidad para lanzar cohetes bajo los escombros y apenas se suscribió el armisticio, consiguieron una rápida recuperación del control de la localidad (Atwan, 2025). Esa victoria refutó las predicciones que anunciaban un triunfo israelí coronado con el desarme de Hamas. Las tratativas que intentaron concretar ese ultimátum, concluyeron en los hechos con un recule de Netanyahu (Aznares, 2025).

Ese desenlace quedó confirmado por el acelerado manejo que recuperó Hamas de las zonas sin tropas sionistas. También se verificó el desmantelamiento de grupos mafiosos al servicio de los ocupantes. Este balance es compartido por todas las organizaciones palestinas y especialmente por las vertientes de izquierda de ese conglomerado (Resumen LA, 2025). Los habitantes de Gaza han demostrado que el sumud colectivo (perseverancia en la lucha), puede imponerle un retroceso, a un ejército que se autoconsidera imbatible.

El fantasma de lo ocurrido en el 2005 -cuando al cabo de veinte años de ocupación, Sharon forzó el desmantelamiento de los asentamientos de Gaza- vuelve a sobrevolar la política israelí. En ese momento, el elevado costoso político, humano y económico de la presencia sionista en la Franja precipitó el retiro. Insumía voluminosos gastos de protección, que restaban fondos al proyecto de ampliar los asentamientos en Cisjordania.

Netanyahu está lejos de repetir por ahora ese abandono, pero su propósito de ocupar la Franja se encuentra en reconsideración. Ha sufrido una derrota política que lo obliga revisar su curso de acción.

En esa reevaluación incide la opinión de varios generales que objetan el intento de conquistar Gaza. Estiman que ese operativo demandaría entre 3 y 5 años, no lograría erradicar a Hamas y obligaría a Israel a gestionar una localidad con dos millones de enemigos permanentes (Kupervaser, 2025).

Pero Netanyahu ha perdido la brújula y empuja a Israel a actuar como un desorientado prusiano, que derrocha arrogancia, sin saber hacia dónde conduce su enceguecido militarismo.

Replanteo en varios campos

El plan inicial de Netanyahu quedó en el limbo. Pretendió consumar una rápida limpieza étnica, para empujar a los gazatíes hacia un gigantesco corral en la frontera con Egipto. Con ese encierro, esperaba forzar a su vecino a acoger en masa a los refugiados. Pretendía depositar en ese país un millón de personas y distribuir la otra mitad de los escapados en Turquía, Irak y Yemen. Como no logró esa expatriación en la región, continúa tanteando alguna Nakba africana, con traslados masivos de palestinos a Congo, Somalia u otros rincones del continente negro.

El proyecto sionista prioriza la confiscación de las tierras, el gas y el agua de Gaza. Son los tres elementos que Israel permanentemente expropia. A los gazatíes les correspondía 1,4 billones de pies cúbicos de gas por unos 4.000 millones de dólares, que Tel Aviv ya capturó y exporta a Egipto y Jordania (Armanian, 2025).

Siguiendo ese mismo rumbo, Netanyahu apuesta a ocupar parcialmente una zona de la Franja separada del resto por una “línea amarilla”. Presenta ese control como un dato transitorio, pero conviene recordar que en 1949 los mapas israelíes trazaron una “Línea Verde” también momentánea, que se transformó en perdurable con el simple paso del tiempo (Rodríguez, 2025).

El nuevo tanteo de ocupación vuelve a suscitar la misma oposición de la elite militar, que objetó el primer plan de conquista de la franja. Los cuestionadores estiman que el corte de Gaza en dos porciones desembocará en un escenario inmanejable, porque alentará una resistencia guerrillera muy difícil de doblegar. El número de reservistas israelíes obligados a patrullar la zona desbordaría la capacidad del ejército (Shebel, 2025) y tarde o temprano, los milicianos palestinos volverían a descolocar a los ocupantes (Hearst, 2024b).

Mientras Netanyahu discute con su cúpula militar, Trump tomó la iniciativa de imponer un cese del fuego, que presentó con toda pompa como un “Plan de Paz”. Su puesta en escena fue consagrada en una estruendosa ceremonia en Sinaí, con la puntual concurrencia de sus socios europeos y árabes. Nadie oculta el carácter colonial de ese proyecto, que otorgaría la gestión de Gaza a una Autoridad Transitoria Internacional sin participación de los palestinos.

La franja sería gobernada por el propio Trump y Tony Blair, con la seguridad en manos de Israel y el auxilio de tropas de los países árabes. Algunos tecnócratas de origen palestino -seleccionados y domesticados por el poder norteamericano- aportarían el acompañamiento decorativo a la farsa. El plan desconoce cualquier ingrediente de democracia, al excluir por completo la opinión de los gazatíes sobre ese gobierno (Marco del Pont, 2025).

El proyecto es una versión degradada del “acuerdo del siglo” que hace cinco años redactó un familiar de Trump (Kushner). Ahora ni siquiera se menciona algún tipo de creación futura, imaginaria o supuesta del Estado palestino. Simplemente se desconoce esa posibilidad, retomando el modelo de los mandatos coloniales, que al concluir la Primera Guerra Mundial rediseñaban a los países tutelados por las grandes potencias.

La administración internacional de la OTAN en Kosovo es la versión actualizada del esquema, que ahora se intenta extender a Gaza (Achcar, 2025). A Israel se le asigna la misma custodia “temporal” que ha hecho valer en Cisjordania desde hace 58 años, con atribuciones para anexar las porciones que le resulten atractivas.

El plan consagra el genocidio, para iniciar los proyectos económicos de remodelación capitalista de Gaza, que Trump y Netanyahu han enunciado varias veces. El más horroroso es la construcción de un balneario sobre las cenizas de sus habitantes. Se concibe esa “Riviera de Medio Oriente”, en eventual coexistencia con algunas colonias judías.

La reestructuración de Gaza está carpeta desde hace mucho tiempo, porque la franja es un paso insoslayable para construir el Canal Ben Gurion, que conectaría el Mar Mediterráneo con el Mar Rojo, en competencia con el Canal de Suez. Ese cauce permitiría un tráfico que duplicaría al prevaleciente en la actualidad y serviría para montar un corredor comercial entre Europa, Medio Oriente y la India.

Como Gaza se encuentra en el medio de esa traza, resulta indispensable “pacificarla” masacrando a sus habitantes (Marcó del Pont, 2023). Estados Unidos es el gran promotor de ese emprendimiento, que rivalizaría con el exitoso enlace de puertos, que China ha forjado en la misma región a través de la Ruta de la Seda.

Los gobiernos de Francia, Alemania e Inglaterra -que habían tomado distancia de las masacres de Netanyahu exigiendo alguna negociación- ahora pretenden colgarse del nuevo emprendimiento, para obtener alguna tajada del negocio.

Pero el compromiso de Arabia Saudita -que es la llave maestra de la iniciativa- está por verse. Debería encabezar la financiación del plan y garantizar el sostén político de los gobiernos árabes. Ese rumbo presupone, ante todo, el establecimiento de relaciones diplomáticas del reinado wahabita con Israel.

El jefe saudita Ben Salman ha dado varios pasos de aproximación a Tel Aviv y afianzó la relación con Trump, suscribiendo los convenios demandados por el magnate. Pero el monarca continúa jugando a dos puntas. Mantiene el coqueteo con China, suscribe pactos conciliatorios con Irán y negocia convenios defensivos con Pakistán.

Esa ambivalencia incluye el eventual ingreso a los BRICS y un guiño a Egipto, que se opone al proyecto Ben Gurion por la pérdida del monopolio sobre el transporte marítimo, que mantiene a través del Canal de Suez. La indefinición de Arabia Saudita persiste, además, como el gran obstáculo para crear la fuerza de 10.000 soldados egipcios y jordanos, que exige la efectivización del plan colonial.

La crisis generada por la hecatombe de Gaza tiene muchos desemboques posibles y las proyectadas salidas cambian a un ritmo vertiginoso. La evaluación de esas coyunturas tiende a marear a muchos analistas, que eluden caracterizar el trasfondo del conflicto que es la naturaleza del sionismo. En el próximo texto comenzamos nuestra indagación de ese movimiento.

                                                                                                         

RESUMEN

El crimen de Gaza no es ocultado. Es una matanza planificada que ha tornado indiscutible la calificación de genocidio. Esa masacre se desenvuelve en el marco de una ocupación y no de un mero conflicto. Israel no tiene derecho a defenderse porque es el atacante y el heroísmo de los resistentes pasará a la historia, en una batalla con desenlace pendiente. El plan sionista prioriza la confiscación económica, pero afronta numerosas obstrucciones. Nadie perdonará los crímenes que se han cometido.

REFERENCIAS

-Marcetic, Branko (2025). La guerra de Israel en Gaza es uno de los peores crímenes de la historia

-Haifawi, Yoav (2024). La «masacre de la harina» es la antesala de lo que Israel prepara para «el día después» en Gaza 

-Hedges, Chris (2024). El exterminio funciona, al principio

-Horacio Verbitsky (2024). Resumen Medio Oriente, 22 de abril de 2024

-Veiga, Gustavo (2024). Israel, Google y el uso de la inteligencia artificial en Gaza

-Albanese, Francesca (2025). Hambre y especulación en Gaza

-Majfud, Jorge (2025). ¿Por qué el genocidio de Gaza es igual y es diferente a tantos otros?

-Traverso, Enzo. (2024). Enzo Traverso y Martín Martinelli presentan el libro “Gaza ante la Historia”

-Martinelli, Martín (2025). La geopolítica del genocidio en Gaza. Editorial Batalla de Ideas. Buenos Aires

-Alqaisi, Alaa (2025). El aullido del hambre

-Hearst, David (2024a). El asesinato de Ismail Haniyeh: el único objetivo de Netanyahu es incendiar la región

-Entrevista de Carcaj a Andreas Malm (2025) «Las puertas del infierno están abiertas en Palestina, pero es toda la humanidad la que está pasando bajo estas puertas»

-Rahman, Ahmed Abdul (2005). ¡Las difíciles opciones de Gaza!

-Baroud, Ramzy (2025a). La guerra contra la verdad ;

-Baroud, Ramzy (2025). La gran marcha de la esperanza: Gaza se resiste a ser eliminada

-Ghanem, Leila (2025). Oriente Próximo bajo la tormenta

-Scahill, Jeremy (2025). Hamas afirma que no firmará un acuerdo de «rendición», mientras se intensifica la guerra de desgaste

-Pappe, Ilan (2023). Usar el lenguaje correcto: el genocidio gradual del pueblo palestino continúa

-Armanian, Nazanin (2025). Trump sabotea el proyecto del Gran Israel: Gaza y su gas serán de EEUU

-Shebel, Sayyed (2025). De Gaza 2005 a Gaza 2025: ¿Por qué Netanyahu tendrá que repetir la retirada de Sharon?

-Hearst, David (2024b). La invasión de Rafah Con la derrota a la vista, ¿cómo va a poder Netanyahu declarar la victoria?

-Marcó del Pont, Alejandro (2023). Toda guerra tiene una ruta del dinero

-Breville, Benoit (2025). Los culpables y sus cómplices

-Peral, Daniel (2025). La perversión del bien

-Sanz, Juan Antonio (2025). El plan de Trump obvia qué pasará con Hamás y da tiempo a Netanyahu para convertir Gaza en un protectorado o anexionarla

-Seurat, Leila (2025). Gaza. El retorno de Hamás a la táctica de la guerrilla

-Atwan, Abel Bari (2025). ¿Cómo se impuso a los israelíes la primera fase del alto el fuego en Gaza?

-Aznares, Carlos (2025). Una nueva y gran victoria de la Resistencia

-Resumen Latinoamericano (2025). Palestina. Todas las organizaciones insurgentes palestinas emitieron un comunicado respaldando los acuerdos

-Kupervaser, Daniel (2025). «Hamas y Netanyahu eternizarán el conflicto»

-Rodríguez, Olga (2025). Fase dos del genocidio israelí: ocupación del 53% de Gaza, asesinatos, segregación y línea amarilla

-Marco del Pont, Alejandro (2025). ¿Salvación para Gaza o neocolonialismo encubierto?

-Achcar, Gilbert (2025). El “acuerdo del milenio” tras el “acuerdo del siglo”