Un grito atravesó las calles del mundo,

entró en las casas de los hombres,

visitó las celdas en las prisiones, aliñó el plato de ensalada que

indigestó al cura que se retorcía de dolor,

denunció la impunidad, la falta de protección que hace ausentes.

Aquel día, el útero de la tierra dijo ¡basta ya!

Y miles de bocas mostraron unos dientes que ya no tenían.

En las manos, las uñas crecían; la sangre corría por las arterias.

“Ni una menos ¡vivas nos queremos!”

Los siglos temblaron en las aceras,

Los pensamientos asomaban en la cabeza

El dolor físico padecido arremetió contra el imperio sostenido.

Y sentimos, allá donde estuviéramos, la zozobra

de las miles de miradas que sin pestañear señalaban

a reyes y a santos, a filósofos, escritores, a jueces.

Se desvelaron los acusadores, los machos, los defensores

de la esclavización, de la educación patriarcal.

La sociedad se resquebrajó, se abrió la herida de un parto obligado.

“Ni una menos ¡vivas nos queremos!”

Mostraron el duelo invisible de las madres,

el duelo de los huérfanos, el duelo de las farolas,

de las camisas que llevaban puestas.

Los medios atendieron la noticia para naturalizarla, a ritmo reggaetón,

programas de ellas contra nosotras… Basura sin basurero, huele.

¿Femicidios? ¿feminicidios? ¡crímenes contra la humanidad!

“Ni una menos ¡vivas nos queremos!”