23 de Septiembre de 2016. Día 642
Cúcuta. Paso de la frontera Colombia-Venezuela

Al atravesar la frontera hacia Venezuela, vivimos una suerte de emociones y sensaciones encontradas. Por un lado, entramos a un territorio donde está en marcha una revolución. Una revolución a la que no la dejan ser. Por otro, uno sabe de la peligrosidad de esa frontera. Paramilitarismo, corrupción, delincuencia, pillaje.

La mayor de las contradicciones la vivimos cuando, tras los controles y el sellado del pasaporte, ya subidos en un auto que compartimos con una pareja venezolana para desplazarnos hasta San Cristóbal, donde tomaríamos un bus rumbo a Mérida, detienen nuestro auto en un control. Algún día contaremos esa historia. Lo hermoso de las contradicciones es que las hay porque están pasando cosas bellas. En Venezuela está pasando la cosa más bella que puede vivir un pueblo: una revolución. Una revolución a la que no la dejan ser.

Atravesamos parte de la cordillera andina venezolana en los últimos asientos de un viejo bus donde éramos los únicos blanquitos. Fue cuando llegamos a Valera, en el Estado de Trujillo, al recibirnos el compañero Jesus Parra, que verdaderamente nos sentimos en casa. Con las nuestras. Con los nuestros. Con unos nuestros que están haciendo una revolución. Una revolución a la que no la dejan ser. Una revolución asediada. Una revolución en contradicción, cómo no. ¿Cómo si no van a ocurrir cosas bellas si no es luchando embarrados entre tanta inmundicia? ¿Quién dijo que hacer revolución en el siglo XXI fuera fácil?

Después de unos días en Valera, pusimos rumbo a Barquisimeto. En la noche, viajando en otro auto compartido, otro control. Algún día contaremos esa historia. Ya en Barquesimeto, fue el compañero Angel Osiel quien, en medio de las dificultades, como lo hiciera Parra y su familia, abrió las puertas de su casa para acogernos, compartir sus alimentos, desplazarnos, mostrarnos experiencias de esas que hacen revolución. Allí, de nuevo, nos sentimos en casa. Con los nuestros. Con las nuestras.

Luego, en Caracas, fueron Laura, Yazmín, Norma, Marga, Ana Paula, Freddy, Ilaria, Eli, y tantas otras las que nos abrieron sus corazones y sus hogares para compartir lo mucho o lo poco. Para compartirlo todo. Así fuimos sintiendo ese latir revolucionario, desde lo más sencillo hasta lo más grande de experiencias como las mujeres que construyen sus propias casas en el centro de Caracas o de campesinos que, como Ana Felicien y Pablo pudieron elaborar nada menos que una Ley de Semillas, y cultivan esas semillas orgánicas con olor a libertad en Anzoátegui, construyendo otro tipo de producción no dependiente del petróleo. Así fuimos sintiendo ese latir de pueblo. Ese latir de Poder Popular.

Nos vienen hoy estos recuerdos a la cabeza porque leímos un comentario de un compañero, un compañero de esos que no se quedan sentados a ver cómo otros, desde arriba, producen los cambios. Un compañero de esos que, como tantas y tantos en Venezuela, construyen revolución. Aun en medio de las contradicciones; para cambiarlas. Aun en medio del asedio; para combatirlo.
Compartimos y suscribimos cada una de las palabras de José Roberto Duque. Tan necesarias en tiempo de revolución. Tan necesarias en tiempos de contradicciones. Tan necesarias en tiempos de asedio:

«El domingo reelegiremos a Nicolás como presidente de la República: felicitaciones. ¿Y después qué? Después viene una fase maldita y coñoemadre de la guerra, o ya empezó y no la vemos en su absoluta dimensión porque andamos muy ocupados en demostrar que Bertucci es loco y Falcón corrupto. Hablemos entonces de lo que vendrá después del domingo. O que ya comenzó.

El gobierno de Colombia ha ejecutado un acto de guerra: POR FIN ha reconocido oficialmente que nos ha robado un lote de comida, 25.200 cajas del CLAP. Extraoficialmente ya todos sabíamos el resto: más de 70% de lo que deberíamos tener a disposición aquí está en Cúcuta y otras ciudades colombianas. Pero es la primera vez que el presidente de allá le dice al mundo, por TV y por Twitter, que nos robó una comida que debía venir a las casas de la gente pobre.

Lo peor no es eso: lo peor es la cantidad de comemierdas que uno se encuentra en la calle, en las busetas y en las colas, celebrando ese robo y culpando a Nicolás de lo que Santos ha hecho por órdenes de EEUU: bloquear la entrada de alimentos a Venezuela.

Hay cosas que hacer como pueblo y hace rato sabemos cuáles son. Por ejemplo, abandonar la actitud sifrina que nos empuja a creer que si somos citadinos y profesionales entonces no nos corresponde la tarea de producir alimentos. Señor: estamos en guerra, se acabó la hora del café y la tertulia inorgánica; la.poesía no es esa mierda que imprimes en un papel y le lees a unos amigos borrachos. No: la poesía es lo que haces con tus manos y junto a tu pueblo si quieres tener algo digno, importante o aunque sea sabroso para escribir.

Es una humillación severa que el enemigo (Colombia, México, EEUU) decida cuándo merecemos tener comida en las casas humildes. Eso podemos y debemos revertirlo nosotros: un maldito kilo de comida que produzcamos en familia o en comunidad es un maldito kilo menos de comida que le estamos pagando a la industria criminal de alimentos.

Y hay cosas que como pueblo no podemos resolver, y que le toca enfrentar al Gobierno y al Estado. Por ejemplo, darle un parao a Colombia, porque hay que dárselo. Y otra: el desmontaje de la mayor banda criminal de Venezuela, que es la Guardia Nacional «bolivariana»». Cualquiera que ha viajado por carretera sabe de qué estamos hablando. Que uno no pueda transportar 10 kilos de comida porque en las alcabalas viene esta estructura de hijos de la grandísima puta a quitarte la mitad o todo, porque ellos tienen armas, uniforme y el mandato de hacer cumplir las leyes (hazme tú el favor) y nadie les cae a mandarria o a balazos, que es lo que provoca, es otro acto de guerra contra el pueblo. Y si usted ha viajado cerca de la frontera ya se sabe el resto: el parásito que nos desangra y que se lleva a Colombia nuestros alimentos, importados o producidos aquí, no nos haría tanto daño si nno fuera con la complicidad de altos, bajos y medios ejecutores de esa organización de delincuentes organizados llamado dizque GN «b».

El 21 no deberíamos estar celebrando nada: deberíamos estar planteándole a Nicolás la necesidad URGENTE de ponernos a 1) producir masivamente lo que comeremos en el segundo semestre de este año y en años venideros, y 2) taponear la salida de esos alimentos a Colombia, y para esto es necesario atacar el cáncer llamado Guardia Nacional «bolivariana».»

Gracias hermano

Gracias Venezuela